26 mayo, 2011

NAVEGANDO EN UN MAR DE AFECTIVIDADES

Nuestra conciencia no es algo fijo, algo seguro, algo que se mueve con cimientos sólidos; nuestra conciencia es más bien líquida, gaseosa, viscosa, discontinua, quebradiza. Hay veces que parece que ya hemos colocado el molde fijo, los cimientos seguros, la interpretación decisiva de las cosas; el cedazo correcto por donde filtrar la realidad; la razón universal que nos dirige; el Dios que nos gobierna de modo absoluto; pero al día siguiente zozobramos. Nuestras seguridades y certezas se desvanecen. Nuestros modelos y referentes carecen de la energía corporal y psíquica, para, simplemente, valorarlos como tales. Las circunstancias externas nos presionan de una y otra manera y muchas veces desvariamos o acertamos o nos obsesionamos con cosas que no merecen tales obsesiones. Otras veces nos sentimos eufóricos, la vida nos parece correcta, en su sitio; el día es perfecto, el tiempo es el ideal; las relaciones con la gente las llevamos con sentido del humor, comprendemos al otro, sentimos compasión por muchos y por nosotros mismos, etc. Pero al día siguiente las cosas dejan de ser así: vienen las preocupaciones, aquello pendiente que no está hecho; nos sentimos cansados, descentrados; irascibles, intratables. Las personas nos pueden parecer suspicaces, malintencionadas, estúpidas, crueles, etc. La mente, la conciencia, es un escenario complicado, complejo, difícil de dominar, de centrar; de llevar a caminos de sosiego y equilibrio.

Dos factores que inciden sobre la conciencia son: a) las energías corporales internas b) la experiencia exterior. Es de todos sabido cómo influyen en los estados de ánimo el cansancio, la enfermedad, el hambre, el sexo; la buena salud, el ejercicio, etc. Es también sabido que no es lo mismo una realidad monótona, enfocada en las rutinas; en las personas de siempre; en los mismos problemas; que una vida de sorpresas, de cambios, de nuevas personas o circunstancias. La conciencia se mueve por afectos. Y el yo es el nódulo desde donde tratamos de navegar en función de las corrientes de afectos que mejor nos favorecen. No siempre. Hay momentos en que los afectos están atrapados en fuerzas gravitatorias negativas, de dominio, de pesadez, de oscuridad. Salirse de ellas es muy difícil; a veces imposible. Muchas veces intentarlo nos pueden llevar a un agujero negro sin salida. No solo en la dimensión individual; nuestra, propia; si no también colectiva, de pueblos y comunidades. La naturaleza no es justa con las personas: hay personas dotadas de una salud robusta, y hay otras enfermizas, dolientes, de un pesar crónico. De la misma manera: hay pueblos robustos, con ganas de trabajar, de avanzar; dotados de dinamismo. Pero hay otros de fijación fatalista, desordenados, anárquicos, perezosos, conformistas. Luego la historia da la vuelta a las cosas e invierte el orden de relación de fuerzas. El universo es así. Y el hombre ha de bregar con la realidad que le ha tocado. El escenario de la conciencia es el escenario de los afectos destructivos, confusos; o, constructivos y creativos. Lo más normal es la mezcla de todo. La navegación en la vida es más bien tortuosa, tormentosa, sádico masoquista; aunque a veces con claros, con mar calma, con horizontes de ilusión.

Las armas de que disponemos para navegar entre las corrientes de afectos son: la razón y la imaginación. Con la razón obtenemos un orden. Con la imaginación nos creamos significados y valores. Mucha razón sin imaginación nos lleva al desequilibrio. Mucha imaginación sin razón lo mismo. El punto medio: eso es bastante difícil. La vida no suele ser tan generosa con nosotros. A veces da la sensación de que un genio maligno o demonio, estuviera disfrutando con nuestros desajustes y sufrimientos. Otras veces parece como si Dios estuviera dirigiendo el mundo con justicia después de todo y todo está bien a pesar de los pesares. Pero ni lo primero ni lo segundo es permanente. Visualizando la conciencia veremos que es como un espectro entre dos polos extremos: destrucción-creación. También lo podemos visualizar como un sistema planetario inestable y entonces el planeta de nuestra conciencia se mueve entre órbitas inestables tratando de no ser tragados por la estrella central, o, en su lugar el fatídico agujero negro que al fin nos tragará.

Señores, así es la vida. Somos libres de buscar la mejor carta de navegación, la más segura. Pero también es posible que nos engañe y las tormentas y corrientes nos destruyan.

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