(Véanse antes los epígrafes anteriores)
El sufrimiento existencial está provocado por la tensión que produce la imposibilidad de encontrar una esencia o transparencia del self, por un lado; y, por otro, lo inevitable de existir en un mundo inexorablemente contingente. Con otras palabras: sería la imposibilidad de poder situarse en un punto de calma y seguridad absoluta desde donde poder ordenar y organizar la propia existencia; pero al mismo tiempo sin poder abandonar el omnipotente deseo de llegar a alcanzar tal situación. Esa tensión, en mayor o menor medida, existente en todo ser humano, produce la ansiedad de una vida que siempre se nos escapa, que siempre se desencaja; que nunca está justamente centrada. Esa ansiedad se traduce en mayor o menor sufrimiento existencial o espiritual. Es una fricción inherente a la misma condición humana. Ese mayor o menor sufrimiento puede variar de individuo a individuo en razón de diversos factores: estado de salud, estructura de carácter, valor o significado que se dé a la vida; circunstancias o situaciones tan inesperadas como desestabilizadoras: una guerra, una enfermedad; factores económicos o sociales, etc. O, viceversa, situaciones o circunstancias favorables facilitan una mayor estabilización de la vida: un trabajo satisfactorio, un ambiente familiar o social equilibrado, etc. Sea como sea, todos los humanos participamos de tal ansiedad y sufrimiento en mayor o menor medida.
El sufrimiento existencial está provocado por la tensión que produce la imposibilidad de encontrar una esencia o transparencia del self, por un lado; y, por otro, lo inevitable de existir en un mundo inexorablemente contingente. Con otras palabras: sería la imposibilidad de poder situarse en un punto de calma y seguridad absoluta desde donde poder ordenar y organizar la propia existencia; pero al mismo tiempo sin poder abandonar el omnipotente deseo de llegar a alcanzar tal situación. Esa tensión, en mayor o menor medida, existente en todo ser humano, produce la ansiedad de una vida que siempre se nos escapa, que siempre se desencaja; que nunca está justamente centrada. Esa ansiedad se traduce en mayor o menor sufrimiento existencial o espiritual. Es una fricción inherente a la misma condición humana. Ese mayor o menor sufrimiento puede variar de individuo a individuo en razón de diversos factores: estado de salud, estructura de carácter, valor o significado que se dé a la vida; circunstancias o situaciones tan inesperadas como desestabilizadoras: una guerra, una enfermedad; factores económicos o sociales, etc. O, viceversa, situaciones o circunstancias favorables facilitan una mayor estabilización de la vida: un trabajo satisfactorio, un ambiente familiar o social equilibrado, etc. Sea como sea, todos los humanos participamos de tal ansiedad y sufrimiento en mayor o menor medida.
A través de los siglos los hombres han tratado de mitigar esta ansiedad que produce la vida con sus envites, vaivenes, fricciones, choques, tragedias; inseguridades, desasosiegos, etc. La religión, con sus explicaciones míticas sobre la vida, la muerte y el más allá, ha venido siendo uno de los mayores consuelos para la mayoría de la gente durante muchos siglos. A la religión le han sucedido ideologías de tipo político o humanista que dan sentido hasta cierto punto a los aconteceres de de la existencia. Luego están las explicaciones filosóficas para las minorías con mayor inquietud y tiempo libre para tal quehacer. Sin olvidar, desde luego, las diferentes psicologías más o menos populares, o minoritarias que ayudan, en cierta manera, a paliar la ansiedad de la vida. La ciencia y la medicina ofrecen paliativos en forma de pastillas, fármacos, etc. Hay todo un surtido de sentidos y significados en el mercado para paliar de alguna manera esta ansiedad existencial. Pero hay algo más.
A pesar de todo esto, habría que preguntarse al modo kantiano si detrás de lo fenoménico que constituye nuestra percepción del self, existe una dimensión nouménica que es la realidad de nuestro yo. En otras palabras, ¿existe una esencia del yo que, aunque siempre inalcanzable, sin embargo no deja de ser el trasfondo de nuestro self fenoménico? Otra pregunta, ¿existe la posibilidad de situarse en valores o arquetipos míticos o espirituales que den un fuerte sentido a la precariedad de la existencia, asumiéndola como es pero al mismo tiempo siendo capaz de trascenderla? Las dos preguntas nos podrían llevar a la sería consideración de una trascendencia que pudiera lograr dar un sentido excepcional a nuestra vida, a nuestra congénita ansiedad existencial. Pero ¿cómo?
Notas.- El budismo (zen, sobre todo) habla de la coincidencia del yo con la existencia fenoménica de un modo absoluto. Despertar a esta inexorable verdad produce el nirvana. Pero esto no deja de ser otro idealismo. ¿Por qué estamos dormidos? ¿Cómo mantener el eterno despertar durante toda nuestra existencia?
El arquetipo protestante sería: ante una absoluta contingencia existe una absoluta gracia trascendente. La contingencia de la vida es inevitable, pero también la gracia trascendente. Algo mucho más realista. Pero un protestantismo ya minoritario. La mayoría caen en el sentimentalismo pietista.
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