La silueta de un hombre a caballo se fue acercando. El aire llevaba el polvo que se iba levantando. Aquiles Klerton nos dijo que era el cabalgar de un hombre cansado. Quizás demasiado cansado. Cuando se adentró por la Calle Mayor miraba a uno y otro lado con recelo, con desconfianza. El caballo estaba cubierto de sudor. Al llegar al saloon se apeó y ató a su animal a la baranda. El sombrero estaba lleno de polvo.
Pidió una botella de güisqui y se quedó pensativo. Northrop Sender nos dijo que su rostro estaba muy arrugado quizás ajado por el sol y el viento. O quizás la vida le había dejado la señal amarga de quien ha vivido ya suficiente, pensó algo más tarde cuando el forastero llevaba bebida la mitad de la botella. Afuera soplaba el viento mientras el sol se retiraba y la oscuridad se iba imponiendo. Aquel era un pueblo demasiado solitario e inhóspito para dejarse caer de aquella manera, pensó Northrop. ¿Quién era aquel extraño?
Billy Murray, el hijo del Reverendo, se atrevió a dirigirse a él comido por la curiosidad.
— ¿Quién es, amigo? ¿De dónde viene?
El hombre no respondió. Los ojos se le cerraban de sueño. Volvió a echar otro trago.
Billy Murray era terco e insistió:
— Amigo. Este es un pueblo muy triste. Ya no queda nada de lo que fue. Es todo muy triste.
Entonces el hombre giró su rostro y espetó una seca mirada a Billy.
Este no supo que decir y retrocedió como un resorte.
El hombre entonces acabó la botella a grandes sorbos e intentó dar unos pasos. El golpe contra el suelo de madera retumbó en todo el pueblo. En ese momento la luna iluminaba también los ranchos secos y ásperos comidos poco a poco por el desierto.
Aquiles Klerton nos dijo que el forastero ensilló su caballo al amanecer y se perdíó entre su misma polvareda hasta que sus ojos no pudieron ya seguirle.
18 junio, 2010
1 comentario:
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Vaya vaya. Ese forastero que Vd. describe era la leche.
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