08 junio, 2010

EL DÍA QUE UN PIQUETE DE HUELGUISTAS ME GOLPEÓ EL COCHE

Había soñado que posiblemente habría un piquete de huelguistas a la entrada del instituto. A la mañana siguiente estaba declarada la huelga de funcionarios y yo no iba a la huelga. La primera huelga importante a la que no iba. Razones: tenía claro que las grandes centrales sindicales habían sido entusiastas copartícipes del desmadre político de Zapatero; y, segundo, las mismas centrales sindicales que ahora me pedían ir a la huelga habían sido las mismas que nos habían despreciado, vilipendiado y traicionado con el asunto de la carrera profesional. Me explico mejor: el recorte del 5% del salario de los funcionarios que Zapatero había declarado como ley, estaba siendo utilizado como pretexto para una huelga por los mismos sindicalistas que habían apoyado su política de derroche justificado con las bellas y engañosas palabras de gasto social. Además, yo y el 10% de profesores de Secundaria no habíamos firmado el cheque en blanco de la llamada Carrera Profesional, por ser una trampa política con vistas a las elecciones, que premiaba a los firmantes con 2,500 euros, más subida de sueldo, siendo ese documento ilegal (así sentenciado por el Tribunal Supremo de Asturias), además de no ser más que un impresentable borrador sin ningún tipo de efectividad. La consecuencia de esta negativa a no firmar fue el castigo económico en forma de discriminación salarial con el beneplácito de los sindicatos mayoritarios de la enseñanza que defendieron de manera vergonzosa y contra toda razón y justicia, esta política discriminatoria por resultarles ventajosa a la mayoría de sus afiliados firmantes. ¿Cómo iba a ir yo a la huelga? ¿Cómo podía olvidarme del pasado y el presente para hacer “causa común” con quienes nos habían vendido? ¿Cómo era posible que el sindicato de los no-firmantes (SUATEA) al cual yo había apoyado en sus acciones, asambleas y huelgas, formase también parte de los convocantes a esta huelga en un impresentable alarde de Cuerpo Místico Sindical? Yo no iría a esta huelga. No sería partícipe de esta hipócrita escenificación. Los causantes del problema querían ahora erigirse en salvadores. Pero también tenía clara otra cosa: el sindicalismo actual está corrompido desde el momento que sus liberados son pagados por el Estado, o sea, con dinero público. Entonces quiera o no quiera el ciudadano, el trabajador o el funcionario, pagar a determinados sindicatos con los que no comulga; se ve obligado a costearles por ley. El sindicalismo subvencionado y privilegiado por el Estado es un sindicalismo corrupto y vendido por definición. Teniendo esto claro pues había tomado la determinación de no ir a la huelga. Ir a una huelga con este cariz me resultaba inmoral, insolidario, cómplice de la corrupción de mi país.

Cuando llegué al instituto por el portón de entrada de coches, efectivamente, mi sueño resultaba cierto. Había sido una premonición consecuencia de una conversación el día anterior con alguien favorable a la huelga. No me había gustado la conversación. Había rabia contenida en tal persona. Fiel creyente de la izquierda de libro marxista. Yo entonces representé en sueños lo que podría ser posible: un piquete huelguista en mi instituto. Cosa rara, pero posible. Del sueño a la realidad. Trato de entrar con el coche y un piquete de gente joven me intenta parar poniéndose delante. Yo freno y les indico que se aparten. Ellos me hostigan con panfletos y voces y cierta actitud violenta. Yo entonces aprovecho lentamente y paso, pero al pasar me pegan una patada al coche y un fuerte manotazo en el techo. Oigo insultos pero sigo. Aparco el coche y me dirijo a clase un tanto nervioso. Qué estaría pasando me preguntaba yo. ¿Cómo estaría la situación dentro del instituto? Coches la verdad no había tantos como era normal. Subí al departamento y comprobé que estaban la mayoría de mis compañeros y muchos profesores. No muchos habían seguido la huelga. El descrédito sindical era manifiesto.

Me dirigí entonces a mi primera clase y como era una sesión de repaso los puse a hacer unas páginas de ejercicios. Me quedé pensativo. Desde la ventana seguía viendo al piquete incordiando y provocando. Me dije, esto no puede quedar así. Esa gente no tenía derecho a golpear el coche de nadie. Esa gente no tenía razón moral alguna para actuar como estaban actuando y menos a mí que por años y hasta el presente estaba comprometido en movidas de verdadera justicia social y no podía consentir que aquellos jovenzuelos agresivos se arrogasen lo que no les pertenecía, lo que seguro no podían comprender ni habían hecho méritos para ello. Les dije a los chavales que siguieran trabajando en aquel repaso. Así que sin dudarlo bajé a la cafetería, salí al patio y fui directamente al piquete del portón. Una profesora de Educación Física al verme ir de frente a ellos me advirtió que no fuera, que estaban en plan violento, que no merecía la pena. Yo seguí y me planté en frente de ellos.
—Compañeros sindicalistas, cuando he entrado con el coche alguno de ustedes me lo pateó y lo golpeó, les pido que presenten disculpas por algo que no tiene sentido.
Se quedaron mirando sin saber qué decir, para pasar al momento a hablar todos a la vez incriminándome porque no había querido coger un panfleto y que además tenían derecho a “informar” a la gente para que no entrasen a trabajar y al momento trataron de ridiculizarme a voces con las típicas monsergas amenazantes de traidores a la causa, esquirol y demás.
—Señores, veo que son muy valientes como grupo y se atreven a todo; pero yo les voy a explicar quién soy: Soy de loa que no firmó la carrera profesional, he ido a huelgas no hace mucho donde no he visto a nadie de los que estáis aquí ahora tan valientes. Seguro que ganáis más que yo por haber firmado tal documento, y si no, vuestros sindicatos nos traicionaron vendiéndose a la Administración. Además sois vosotros los sindicatos los cómplices de la política económica de Zapatero al que habéis apoyado hasta el otro día. ¿Cómo me venís ahora a dar lecciones de sindicalismo?— Hay veces en que uno si vence la cobardía se siente bien y pierde el miedo, el maldito miedo que hace posible que los malos ganen a los buenos casi siempre.
—Estás confundido—me dijeron a voces—tú no sabes quiénes somos, nosotros ganamos poco, somos auxiliares de ….(voces y ganas de pegarme) y tú ¿qué haces que no vas a la huelga? ¡Babayu, que yes un babayu!. Voces, ira, serían unos diez o doce que se me arremolinan alrededor con gana de algo.
— Señores, veo que siguen siendo muy valientes. Qué queréis ¿pegarme? Sois muchos y yo uno. Podéis empezar. — Los alumnos de educación física estaban mirando, la profesora también, había gente en las ventanas del instituto mirando. La profesora de Educación Física me dijo que los chavales estaban dispuestos ir a defender a Vital. Que ellos no iban a consentir que me pegaran.
—Yes un babayu y estás haciendo el ridículo. Nosotros no pegamos a nadie. babayu, si mires ahí en aquella ventana verás al tu director riéndose de ti, ¡babayu!
—Bueno, veo que no hay modo de razonar con estos valientes—me di cuenta que no había ningún sindicalista de la educación, que eran gente joven de aspecto algo chungo y estilo barriobajero. Quizás fueran auxiliares de sanidad o de cualquier cosa indefinida, pero tampoco era el estilo de funcionarios con cierta formación; con ellos hubiese sido posible algún tipo de diálogo con enfado pero con modos y cierto estilo en el trato. Quizás fueran funcionarios conserjes o de mantenimiento de algo, no lo sé
Y seguí hablando:
— Y sí no hay modo de razonar una cosa debe de estar clara: habéis golpeado mi coche sin motivo alguno y eso está muy feo en gente como vosotros, señores sindicalistas.

Yo, entonces me retiré caminando. Cuando llevaba diez metros caminando empezaron a insultarme a voces:
—Hijo puta!, ¡Cabrón! ¡Qué te den po’l culo!
Seguí caminando y les puse el dedo estirado en forma de joderos. Cuando llegué al edificio ya todos lo habían visto o se habían enterado. El director me vino a hablar y explicarme que habían entrado otro grupo y atascado las cerraduras e impidiendo el paso y que hubo que expulsarles.

Más tarde muchos compañeros querían saber qué había pasado y mostraban indignación porque al instituto de enfrente nadie había ido a él, nadie había molestado y la gente entraba y salía con normalidad. Habían ido a por el nuestro con gana y alevosía. De una manera u otra mostraron comprensión y solidaridad por lo sucedido. Mis alumnos de primero de la ESO lo habían presenciado desde la ventana y al final de clase hablamos tranquilamente de los que había pasado. Les explique todo lo que escribí arriba y con ejemplos. Les dije que había una lección que había que aprender de ello:
—Cuando sabéis que tenéis razón—les dije—tenéis que ir de frente y solucionar el problema. Nunca seáis cobardes, cosa que no quiere decir que no seáis imprudentes. Quede claro una cosa: Yo no estoy en contra de los sindicatos y el sindicalismo. Una democracia necesita de buenos sindicatos, pero estos no son buenos sindicatos. Se han corrompido. Al tocar el timbre me dijeron: “¡Estamos contigo profe! ¿Habrá que aprobarles?

Ps.- Presiento que si la situación deriva al caos social vamos a ver cierta violencia sindical o de grupos radicales. Puede que vuelvan las palizas, las venganzas, etc. Una vez que el enemigo queda definido como absoluto y poderoso, estos grupos verán justificada esa violencia: ellos siempre serán las víctimas, pero los problemas son siempre mucho más complejos y no se pueden reducir a blanco y negro. Sólo los siniestros hijos de puta desean que los problemas sean siempre blanco y negro.

Nesalem

4 comentarios:

  1. En mi instituto sólo han hecho huelga dos o tres. Un fracaso total.

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  2. ¡Vaya caterva de cabritos! ¿Y de qué ramo eran? A ver si ni siquiera eran funcionarios. Y si lo eran, por qué precisamente la tomaron con su instituto de Vd., y no con su negociado o subdelegación.

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  3. Buena pregunta. Sigue existiendo este sindicalismo de piquete violento. Ellos son la verdad y los demás nos hemos de doblegar a sus dictados. Veremos más de esto en el futuro. Estos grandes sindicatos son mafias fuertemente subvencionadas y no dudo que hasta puedan llegar a pagar lumpen que les haga el trabajo sucio.

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  4. Me ha recordado tu anécdota a un episodio sufrido personalmente allá por los años 1978, en los que hube de enfrentar a un piquete informativo. Llegó a brillar una navaja en manos del informador.

    Siempre se han tolerado estos grupos violentos con la disculpa de que la legalidad permite los famosos “piquetes informativos”. Una mala Ley acaba volviéndose siempre contra lo que pretende defender y proteger, en este caso contra la Libertad de Huelga, que es lo que en teoría pretende proteger.

    Me alegro de tu experiencia, la veo positiva para ti, pero sobre todo para tus alumnos (que no la olvidarán). Difícilmente tendrán ocasión de ver un ejemplo similar de forma de actuar correcta.

    Yo creo que no pasaría nada porque los aprobaras (salvo al recalcitrante del suspenso), incluso haciéndoles ver que se lo dedicas por tu jubilación de muchos años de desvelo por ellos.



    AZOR

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