Podemos imaginarnos un espectro donde en un extremo hay un
estado absoluto; y en el otro un estado a
punto de extinguirse como tal. Entre
uno y otro extremo están muchas gradaciones de Estado que van desde un mayor a
menor control de la sociedad. En las democracias modernas la sociedad o
sociedad civil es un espacio donde los ciudadanos pueden organizar su vida de
un modo libre, siempre que este modo de vida se atenga a las leyes de
convivencia social; las leyes del país. Entonces todos los territorios o
espacios de la ética, de la moral, de la sexualidad, del arte, de la organización
de sociedades culturales-deportivas en función de un interés concreto, de las creencias; de la
educación, de la sanidad, de las empresas, de entidades de asesoramiento legal,
etc, etc.; pues todos estos territorios civiles quedan liberados para las
iniciativas privadas o individuales. Queda para el Estado la función de vigilar
e imponer la ley; garantizar que los contratos entre ciudadanos se cumplan; la
defensa de su territorio, la iniciativa y puesta en acción en la construcción
de las vías de comunicación y otros servicios fundamentales: líneas de
electricidad, energía, canalizaciones, planes de emergencia nacional, etc.
Pero toda esta distribución de poder y jurisdicción varía de
una estado democrático a otro. Hay estados democráticos donde le Estado
controla y regula muchas de las funciones que en teoría le correspondería a la
iniciativa civil y ciudadana. O viceversa, muchas de las funciones que un estado
impone en una sociedad civil X, en otro estado quedarían supeditadas a unas reglas de oferta, demanda, beneficencia, etc. En la primera el Estado
se nutre de una burocracia e instituciones u organismos diversos para cubrir
necesidades civiles, pero con ello quita responsabilidades, iniciativas y libertades a los
ciudadanos que podrían ser protagonistas de aquello que
más les beneficiaría. Al mismo tiempo el Estado, al convertirse en un organismo
cada vez más separado de la sociedad, intenta perpetuarse y conquistar más y más
territorios civiles y ciudadanos que ellos mismos habrán de sufragar a través de tributos e impuestos. Comienza así
una orgía de leyes, de regulaciones, de intervenciones donde el ciudadano
normal necesariamente se pierde. Lo opuesto sería una sociedad civil más libre de restricciones
burocráticas, mucho menos regulada por leyes; más espacio para las iniciativas,
para los riesgos, etc. La contrapartida de este modelo sería la desprotección que podrían
sufrir aquellos ciudadanos que no logren adaptarse o no desean vivir los ritmos
que marca una sociedad competitiva. De ahí la necesidad en este modelo liberal de una caridad pública
sufragada por fundaciones privadas, iglesias, sociedades filantrópicas, etc.
En función de los avatares históricos o condicionamientos
culturales o valores trasmitidos; unas sociedades democráticas delegan más, o a
veces bastantes parcelas de su territorio civil, a un Estado que perciben como
protector, como el único organismo capaz de proveer de bienes y servicios en
función de más necesidades y derechos ciudadanos. Existe también la tentación
de las izquierdas de crear el Estado
regulador de la economía y distribuidor de
riqueza por gracia, devaluando en lo posible los méritos y basado todo ello en
un concepto optimista del ser humano (y en la fidelidad política, desde luego). Por otro lado hay una derecha que aspira
a que el Estado controle y regule más y más espacios de moral pública en función
de principios fundamentales naturales o religiosos. Y, están también, las
sociedades que tratan de relegar al Estado a la mínima expresión en todo
aquello que en teoría pertenece a la sociedad civil.
La realidad es que todos los modelos de Estado,
además de sus propias contradicciones tienden a favorecer un aspecto singular
de la condición humana. Quienes suelen
llegar al poder suelen ser gente muy capaz de desligar los sentimientos de la
política; gente que han llegado a entender y disfrutar la política como un fin
en sí mismo, que enmarcan el Estado en función del Estado como aparato, la
democracia en función de las técnicas de obtención de votos. La gente que
sobrevive en los altos poderes son, por lo general, aquellos capaces de desligar lo humano de lo inhumano —entendido
como aquello que es externo al hombre y lo fuerza a obedecer—, y, como el poder es por definición inhumano;
pues todo acaba más tarde o más temprano corrompiéndose de una manera u otra a
favor de lo inhumano. Normalmente, quien manipula el poder de lo inhumano sin
sentir remordimiento alguno, y
quien además tiene el don y la capacidad de actuar como actor en el escenario del mundo, ya tiene la clave
fundamental de la perpetuación en el poder
¿Qué metafísica podría explicar este nuestro mundo de forma
convincente?
Me encanta este artículo que describe muy bien la organización de muchos de los países que llamamos "democráticos". A mí modo de ver, estamos viviendo los comienzos de unos grandes cambios en el poder, para lo cual habrá pronto grandes revoluciones en la mayoría de los países.
ResponderEliminarEn este momento, el individuo, la sociedad y las instituciones tienen permanentes conflictos y parecen enemigos.
La tendencia, sin embargo, es ir hacía (pienso que tardaremos unos 70 años en esto) una estabilidad y madurez social, donde una verdadera democracia, barrera para siempre las herencias egoístas de los poderosos y los ciudadanos tendrán mucho más poder, no para sí solos, sino para mejorar su sociedad y arrimando el hombro hacía sus instituciones. Un saludo. Vafa.
Esperemos que así sea, amigo Vafa. Gracias por tu comentario. Aquí tienes tu casa apara cuando quieras.
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