Este blog está abierto a toda opinión
y diálogo. De ningún modo pretenderemos ningunear ninguna opinión sea de
izquierdas, derechas; católicas, protestantes, etc… Lo importante es crear diálogo
y discusión bajo un respeto mutuo. Un visitante nos envía este artículo que incluye su propio comentario. El tema es importante. ¿Qué opinan ustedes?
Se ha llegado a una perversión total
del concepto democracia, abandonando los principios mismos de su fundamento
(representantes libres - separación de poderes - estado de derecho)
sustituyéndolos por una pretendida primacía de la opinión política del momento
(más o menos sustentada por grupos de personas). poco a poco, al populismo, se
le va llamando democracia, y a la democracia real se le va arrinconando y
desarmando. el tribunal constitucional es usado repetidamente por los políticos que lo controlan con absoluto desprecio a la legalidad, base de todo estado de
derecho y democrático.
Como muestra de lo anterior, suscribo
el comentario realizado por César Vidal de más abajo, que refleja lo que
intento decir:
Mi fe en el Tribunal Constitucional quedó más que mellada tras la sentencia
de Rumasa. No fui una excepción porque su presidente, un prestigioso jurista
llamado García Pelayo, abandonó el cargo. Quizá fue casualidad, pero más de uno
sospechó que había decidido sufrir la vergüenza lejos. Con María Emilia Casas y
la resolución del estatuto de Cataluña, mi opinión empeoró pasando a la
aversión manifiesta. Pensaba yo entonces que el citado órgano –no
me atrevo a llamarlo judicial porque no lo es– no podría caer más bajo.
Me equivocaba. Se ha superado en la ignominia con la sentencia sobre el
matrimonio entre personas del mismo sexo. Algunos considerarán que es posible
jurídicamente y otros estamos convencidos de que no puede haber matrimonio homosexual
de la misma manera que no se puede llamar perro a un gato. Sin embargo,
se piense lo que se piense, es aterrador lo que ha perpetrado el Tribunal
Constitucional. El TC reconoce que el artículo 32 de la Constitución
recoge la figura del matrimonio sólo entre hombres y mujeres. Sin embargo, a
pesar de tan claro pronunciamiento, a continuación pisotea el texto
constitucional valiéndose de lo que denomina «evolución interpretativa».
Esa argumentación jurídica resulta totalmente inadmisible. La misión de un
tribunal es aplicar la ley y no intentar desvirtuarla y vulnerarla apelando a
dudosas fórmulas jurídicas. Si la Constitución dice que el matrimonio es
la unión entre un hombre y una mujer, el matrimonio entre personas del mismo
sexo es abiertamente inconstitucional. Dada esa realidad innegable, la
vía para legalizarlo implicaría la reforma previa de la Constitución.
Constituye, pues, una gravísima iniquidad que un grupo de jueces quebrante la
Constitución apelando a una supuesta evolución social que, primero, nadie puede
demostrar ni calibrar y, segundo, nunca puede ser argumento para violar las
leyes. El TC no sólo ha consagrado el disparatado principio de que un perro
puede ser un gato, sino que además ha abierto la puerta a las mayores
iniquidades cometidas por un déspota o un grupo de presión por minoritario que
sea. Si el día de mañana un porcentaje importante de la población
española fuera musulmana y un partido político, haciéndose eco de sus
reivindicaciones, decidiera
legalizar la poligamia, el TC tendría que
aceptarlo. Lo mismo podría suceder si un sector de la población
española se confesara racista, fuera partidario de ejecutar
–misericordiosamente, eso sí– a los que padecen una enfermedad mental o una
dolencia incurable o considerara positivamente la persecución
religiosa. Bastaría en todos los casos con que un partido en el poder
apoyara la maldad y un TC designado por ese mismo poder la consagrara apelando
a la «evolución interpretativa». Con la sentencia que acaba de dictar, el
TC ha abierto la puerta para las mayores aberraciones sustentadas en un
argumento disparatado y espeluznante. Puede enorgullecerse de arrojarnos así al
abismo.