La concatenación de hechos que ha dado lugar a este instante
es infinita. Podemos indagar, analizar, ir más allá en el tiempo; pero entonces
comenzaríamos a escribir una narrativa interminable. Nos perderíamos en más y más
concatenaciones de hechos. Millones y millones. Infinito. Absurdo. Cualquier
momento de la vida empieza y acaba en un absurdo. Y sin embargo todo parece
exigir sentido. Tengo hambre y he de comer. Estoy cansado y he de descansar.
Era angustioso ver ese video. Fue una experiencia horrorosa.
En una habitación pequeña donde había un radiador blanco como los que hay en mi
casa estaban seis hombres tirados en el suelo y amontonados. Estaban
ensangrentados. Unos soldados sirios les daban patadas en la cabeza, en todo el
cuerpo. Gritaban: “¡En la cabeza, golpearles en la cabeza! ¡Son animales!”
Aquellos hombres gemían de dolor. Se apretaban unos contra otros. Los soldados
golpeaban sin cesar con sus botas. Horribles y pesadas botas. Sus uniformes verde
oliva estaban limpios. Llevaban un chaleco antibalas. El radiador se manchaba
de sangre. Una boca se veía distorsionada y con dientes fuera. Le salía la
sangre a borbotones. Y seguían vivos envueltos en un amasijo de sangre. Uno
permanecía de rodillas apoyado a la pared como rezando mientras le caían los
golpes. Luego un soldado sacó un látigo y comenzó a dar latigazos sin parar. Hubo
un silencio. Luego fueron los disparos.
Y luego el silencio eterno.