Un cristiano tiene que saber distinguir los diferentes
planos en que se mueve. El plano de la fe condiciona toda su existencia individual
de forma que cualquier actuación moral, social, política, económica ya está necesariamente impregnada
de una afectividad y efectividad evangélica. Pero un cristiano sabe que el mythos (la fe) que engloba su existencia
no es el mythos de todos los que
viven en su sociedad, en su país. El cristiano ha de coexistir con todo tipo de
gente cada uno con sus ideas o falta de ideas; con sus mythos o carencia de ellos; con su moralidad, amoralidad o
inmoralidad. Con su animosidad o simpatía hacia su fe cristiana; o en algunos
casos manifiesta hostilidad y beligerancia. El mundo es lo que es y la
profesión de fe cristiana no se impone o se fuerza a nadie; es un acto libre y voluntario de
las personas que se ven movidas a ella.
Es por ello que el cristiano ha de saber diferenciar su plano de la fe de
ese otro plano de su existencia social, civil, político. Si bien el plano de la
fe impregna todo su existir como
persona moral; sin embargo es en sus iglesias donde puede compartir su
fe con la mayor libertad y mayor reconocimiento. La fe se desarrolla y se
refuerza en la comunidad de los creyentes. La fe cristiana como comunidad se distingue de otras asociaciones,
comunidades, organizaciones, partidos, religiones; y sabe coexistir dentro de una sociedad civil en un plano de igualdad ante la ley. Las
iglesias cristianas no aspiran a tener mayores o menores privilegios dentro de
la sociedad. Su actuación evangélica no se mide por su mayor o menor poder
político o económico; o por gozar de mayor o mejor protección o tutelaje por parte del Estado.
El cristiano no quiere más privilegios que aquellos que le corresponden como a
cualquier ciudadano. Y mucho menos el cristiano aspira a que la enseñanza de
sus ideas tenga que ser financiada por
ciudadanos ajenos a su fe. La enseñanza de doctrina o de estudios bíblicos o
teológicos, debe se ser una labor propia
de las iglesias; eso sí, siempre como una oferta abierta a toda la sociedad, a todos aquellos que
desean participar de ella.
Es por ello que en el plano
civil y como ciudadanos con plenos derechos, nuestra actuación ha de
ser impecable en cuanto a respeto por la ley y la dignidad humana. Si nuestra
actuación ha de moverse en el plano
político pues hemos de dar ejemplo de honestidad, de transparencia en
cuanto a cuales son nuestros innegociables
principios éticos. Si en el trabajo, hemos de ser ejemplo en seriedad y
responsabilidad, etc. Nuestra vocación cristiana abarca todos los aspectos de
nuestra vida, sabiendo que la sociedad ha de ser plural por necesidad y que esa pluralidad democrática es prerrequisito esencial para
cualquier tipo de libre elección tanto en lo político como en lo espiritual.
La fe cristiana es el mythos
que ilumina nuestra vida; pero jamás ese mythos
ha de convertirse en un logos
político cuya realización ha de medirse en términos de poder, de apropiación de
toda realidad en función de una
utopía o proyecto realizable en la Historia. Cuando el mythos de la fe trata de ser logos/razón histórica totalizante, el plano de la fe comienza a servir de
conveniencia política. Cuando
el mythos de la fe cristiana trata de
hacer ciencia lo que logra es una mala teología y una mala ciencia. Cuando el mythos de la fe se hace razón política pasa a ser mala
fe y peor política. El Estado democrático jamás ha de estar al servicio de
ninguna fe, confesión, ciencia o ideología. El Estado democrático ha de
sustentar y defender el plano de una sociedad civil consensuada y sustentada en
una ley común a todos los ciudadanos.
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