Es en la existencia concreta donde se puede ver a los
individuos actuando como son en realidad. Mucha
gente se refugia en los
discursos ideológicos; prefieren que los reconozcan como parte de una idea o un
ideario abstracto, colectivo, humanista; religioso, político, etc.; pero lo que
cuenta es lo que hacen en acontecimientos concretos; en el trabajo diario, en
la vida familiar o de vecindario. Es ahí donde se vive la moral o la amoralidad,
el trabajo o la indolencia, la capacidad de comprensión de los problemas o la
incapacidad de pensar o pensar de modo oportunista buscando vivir a costa de los demás. Es en
lo concreto y en actuaciones del día a día cómo se ve la calidad y la valía de
las personas. Es en ese escenario de lo cotidiano donde vemos la bondad o la
maldad; lo mediocre resentido o la inteligencia al servicio de la verdad y la
honestidad; la noble sinceridad o las argucias del cinismo sin escrúpulos. Y ahí, en esa realidad diaria y prosaica, es donde se ve el calibre moral y la valía de las personas, al margen de la ideología o religión que dicen profesar.
Quizás haya entonces una cualidad individual que nos es innata y que nada la hace cambiar en esencia por mucho que tratemos de disfrazarnos con abstractas etiquetas idealistas o colectivistas de organizaciones, siglas, iglesias o partidos, clases sociales, etc, etc... O quizás estemos ya siempre en un juego de afectividades y pasiones que no dejan de condicionarnos y producir esas atracciones o rechazos hacia los acontecimientos y las personas que nos rodean. Es complicado.
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