Es curioso que alguien se haya atrevido a imaginar y
construir una máquina infernal del mismo universo. Un tal Merbgsht lo hizo un
día después de largas reflexiones sobre los descubrimientos de la física de las
partículas y de las aportaciones de la moderna cosmología. Llegó a la
conclusión de que el universo es una máquina infernal y a tal máquina la llamó
Kravijka. Merbgsht tenía un amigo con quien solía hablar de estas
cosas con plena libertad. Ya saben ustedes que estás cosas de la aventura
imaginativa o el llegar a conclusiones poco comunes, aun basándose en teorías
muy racionales; conlleva un riesgo ante la gente normal y corriente. No es
conveniente hablar de ciertas cosas ante individuos o algún escaparate de
individuos que viven celosamente protegidos en su muralla de normalidad y
sentido común. La mayoría de los mortales caemos en esa clasificación. Solo
reconocemos a aquellos genios que previamente hayan sido calificados como tales
por nuestros sabios y difusores oficiales de cultura. Así pues un Lovecraft o
un Kafka de buenas a primeras en un escaparate de ciudadanos normales serían
fulminados como esquizo-paranoicos perdidos. Pero bajo el buen reconocimiento
de nuestros sabios, tales escritores acaban siendo genios originales y tal
clasificación nos devuelve la tranquilidad y el equilibrio dentro de nuestra
apreciada normalidad.
Pero ojo al parche con las interpretaciones que la normalidad ejerce sobre sus ciudadanos inasimilables a ese parámetro de lo comúnmente aceptado. La máquina interpretativa tiene como función destruir toda posibilidad de discurso arriesgado. No hay peor cosa, e incluso yo diría que repugnante cosa, que cuando alguien trata de explicarse en algún tema que sobrepasa la simplicidad y el reduccionismo de lo cotidiano en un ámbito de ciudadanos normales o ciudadanos que ya tienen las ideas claras sobre el mundo y la vida, o aquellos que padecen limitación crónica por su bajo nivel de estímulo cultural-crítico-imaginativo; que preguntarle o decirle al susodicho o a la susodicha: ¿Te pasa algo? ¿Estás deprimido? ¿Has dormido bien? ¿Tomaste la pastilla? ¿Tienes problemas? Sí, sí; ya sé lo que vos querés decir.
Peor todavía cuando el escaparate o el individuo ciudadano
común de nuestra especie le dice a la audiencia: “Claro, lo que Rudoporte
quiere decir es que tiene ganas de follar y no folla.” “Hombre, lo que nos
quiere decir Cirilandina es que hoy ha reñido con su hombre y mira tú lo que
nos cuenta.” “Está claro, vos lo que nos querés decir es que estás de ánimo muy
descompuesto; esto se pasa tomándose un buen matecito con los amigos.” Y cosas
por el estilo. Es decir: el escaparate, el grupo o el individuo consciente de
su irrefutable normalidad; se atreve a traducir, a interpretar, a clasificar al
“raro”. Y, lo que es peor: se atreve a dar voz propia y “racional” a aquello
que trata de explicar el “raro”, el “extraño”, el “pasao de rosca”, el “que
tanto lee y se le va la olla”, el “místico ese”, etc. Esto resulta muy repugnante
muchas veces. Es un juicio moral implacable que se hace con el
pleno apoyo que la fuerza de la normalidad o de la ideología o de cualquier
postura dogmática, les brinda.
Pero al principio hablábamos de la máquina infernal de Merbgsht.
Este le intentó contar su teoría a su amigo; pero su amigo acababa de leer un curioso
libro sobre la desdichada experiencia de la depresión que había pasado un gran
escritor americano donde decía que cuando a veces sustentamos un odio pesimista
hacia el universo o la vida eso es la manera de expresar una depresión que nos
corroe. Entonces cuando Merbgsht trató de contarle su ingeniosa máquina
infernal del universo llamada Kravijka, pues le arreó el asunto de la depresión
y Merbgsht se rebotó como la cabeza de una tortuga o los cuernos de un caracol.
Y ahí se cortó toda relación de Merbgsht con su buen amigo.
Miren ustedes, la condición humana es muy complicada y equívoca.
Cualquier cosa puede ser sobrecargada de interpretación y signos equívocos que
se desplazan de una lado a otro de la cadena significativa con resultados
sorprendentes. Así es que el amigo de Merbgsht se quedó sin saber lo que era la
máquina infernal cósmica llamada Kravijka, por un descuido y desplazamiento
inoportuno de significados malévolos. Dios nos coja confesados a todos. El que
esté libre de culpa que tire la primera piedra.
“Con Kant dejamos de pensar el problema del mal en términos de exterioridad. A muy grosso modo, en la tradición clásica se tiene más bien la tendencia a pensar que el mal es el cuerpo, es lo que se opone, lo que resiste. Es con Kant que aparece esta idea muy curiosa, que evidentemente viene del protestantismo, de la Reforma, de que el mal es cosa del espíritu, pertenece ciertamente al interior del espíritu y no a la materia como exterior. Es exactamente lo que yo intentaba decir con la noción de límite en Kant: el límite no es algo de afuera, es algo que trabaja desde dentro. El mal está ligado fundamentalmente a la espiritualidad. No es en absoluto como en Platón, donde si hay mal es porque las almas caen y evidentemente se encarnan en cuerpos. Con la reforma se toma seriamente al Diablo. Solo que tomar seriamente al Diablo puede ser una operación filosófica. El mal no es el cuerpo, el mal está verdaderamente en el pensamiento en tanto que pensamiento.”
ResponderEliminarGiles Deleuze. Kant y el Tiempo. p.90. Buenos Aires. Cactus, 2008
En este blog nunca hemos parado de interpretar la Biblia.
Vaya, hombre, pues yo también me he quedado con las ganas de saber más sobre esa máquina infernal cósmica. ¡Qué le vamos a hacer!
ResponderEliminarPedrosa Latas