La moral o la ideología se demuestran en la práctica. ¿De qué
nos sirve predicar el estado de bienestar como panacea si luego somos incapaces
de crear una economía que genere la riqueza necesaria para mantener ese estado
de bienestar? ¿De qué nos sirve criticar el capitalismo si luego no somos capaces
de generar otra alternativa que no sea prontamente asimilada por el mismo
sistema que se critica? ¿Por qué nos empeñamos en creer que el mal es algo
profundamente histórico y social, cuando con solo mirarnos a nosotros mismos con
lucidez y honradez ya descubrimos la raíz y causa de aquello que lo hace posible?
¿Por qué entonces proyectar las liberaciones y redenciones a niveles de conceptos
universales o estructuras profundas impersonales (socioeconómicas, históricas,
globales, etc), cuando el problema lo tenemos delante de nuestras propias
narices en la esfera personal, de vecindad, de localidad; en forma de carne y
hueso?
La historia es un devenir de infinitas constelaciones de
causa y efecto. El mundo cambia de formas inesperadas y no precisamente en las
direcciones que anhelamos. Este universo en que vivimos rechaza los modelos
permanentes, las fijaciones conceptuales, las ilusiones banales. Todo se
transforma en un incomprensible devenir. Por eso, y; precisamente por eso, la mejor forma de situarnos en
este planeta sea la de mantener una ética basada en principios morales de mínima decencia: no matarás con premeditación y alevosía, no robarás, no
engañarás, respetarás la dignidad de tu prójimo como la tuya misma, etc. Mantenerla como un absoluto que líbremente oponemos a la contingencia de la vida. Es
bien fácil y no requiere tortuosas teorizaciones metafísicas o proyecciones paranoico-universales.
Se trata de afirmarse con valor y valentía en tales principios, diciendo NO a
quien trata de explotarnos, manipularnos, engañarnos, oprimirnos, etc. Empezando
por uno mismo, y; al mismo tiempo, en ese ámbito de carne y hueso en el que a diario nos
movemos.
Con eso ya tenemos bastante.
Efectivamente, Sr. Nesalem, ¡qué fácil es! ¡Pero si es facilísimo!
ResponderEliminarCuetu
Pues, créame que es así de fácil Sr. Cuetu. No se rompa usted la cabeza con torturas masoquistas mentales a la hora de crear su propia ética. Básela en estos principios absolutos y sea intransigente con ellos en su aplicación. Verá que surgirá en usted una autoestima poderosa y creativa. Creará usted un espacio de libertad personal de una integridad a prueba de bomba fétida. Además es una ética abierta al mismo tiempo a todo tipo de diálogo, a todo tipo de crítica, a todo tipo de especulación filosófica. Pero habrá columnas ético-morales sólidas como el hormigón armado, al mismo tiempo que nunca usted habrá podido ser más humilde y dialogante al mismo tiempo.
ResponderEliminarAcuérdese, si fue usted progre como lo hemos sido muchos, aquellas panzadas de árida y tortuosa lectura de Theodore Adorno-Max Horkheimer, o del propio Herbert Marcuse, o le volúmen 1 del Capital, no mencionemos ya los creativamente insufribles Grundrisse. No olvidemos a Althusser y el líquido-nómadico Anti-Edipo de Deleuze-Gattari. Brrrr!!! Buscando la Respuesta Final, la ética revolucionaria final. Por suerte Lenin nos sonaba a histérico propagandista, Trotsky tenía cierto trasfondo paranoide-sanguinario y los partidos comunistas nos tiraban para atrás con su siniestro oportunismo. La Lucha de Clases nos pareció en su momento una barrera mental de raiz metafísica-hegeliana que dividía al mundo de un modo absoluto e inflexible: capitalistas malos a quienes hay que engañar y eliminar cuando fuere posible y nosotros los elegidos proletarios o compañeros de mente proletaria aunque fuera un corrupto rentista el subsodicho, buenos por muchas pícias y malas personas que fuéramos.
Qué equivocados estábamos Sr. Cuetu. Pero esa mentalidad sigue vigente en paises de raiz católica como es España. Los neo-marxistas son católicos reconvertidos.