En su libro “Incognito: The Secret Life of the Brain”, David Eagleman, neuro-científico del Baylor College of Medicine; trata de explicar las conductas delictivas, antisociales, criminales, etc.; basándose en cuadros patológicos del cerebro. Poniendo como ejemplo el trágico suceso de la torre de la Universidad de Texas en Austin (1966); cuando Charles Whitman mató a 14 personas e hirió a 31 con un fusil después de matar a su mujer, a su madre y a su hija pequeña; el Dr. Eagleman relata también cómo el asesino había previamente dejado una nota en su casa explicando que hacía tiempo que notaba cómo su conducta iba cambiando de una forma extraña y agresiva, hasta llegar a desear el acto de violencia que desencadenó de forma tan espectacular. Efectivamente, cuando la policía llegó a su casa y descubre los cadáveres de su familia, también encuentra la nota donde al mismo tiempo pide que se le haga una autopsia para descubrir si algo estaba mal en su cerebro. Hecha la autopsia los médicos encuentran un tumor cuyas raíces le estaban afectando la amígdala, y; por lo tanto, de acuerdo a investigaciones ya en aquel tiempo probadas, Charles Whitman sufría las consecuencias de un cerebro en pleno desarrollo patológico del cual él era incapaz de controlar de forma consciente. De no haber muerto en el tiroteo con la policía, este inesperado asesino no hubiera sido declarado culpable por ningún tribunal, dado su cuadro médico. Charles Whitman había sido un ciudadano ejemplar, un buen padre de familia, un empleado de banco normal, un voluntario de los Boys Scouts; etc.
El Dr. Eagleman sugiere entonces con más datos sobre conductas aberrantes de violadores, de pedófilos, de personas violentas o drogodependientes, que poco a poco la ciencia está demostrando que todas estas conductas pueden muy bien tener un transfondo de defectos cerebrales que mueven a este tipo de personas a actuar como actúan. Nos dice también en su libro sobre cómo en algunos casos, donde se puede demostrar la patología cerebral; un tratamiento adecuado a base de ciertas substancias que actúan como conectores o neutralizantes, pueden devolver a estas personas una situación de normalidad. Nos recuerda que hace siglos no existía ningún tipo de diagnosis para las enfermedades mentales y que, por lo tanto, era imposible ningún tipo de atenuantes para los diversos tipos de locura. Poco a poco y a medida que la ciencia avanza, se va descubriendo cómo se desarrollan las enfermedades mentales; las esquizofrenias, las depresiones, las manías y obsesiones, las violencias asesinas. No como intentaba el psicoanálisis freudiano, en base al análisis y asociación de ideas; sino en su raíz neurofisiológica y demostrando con objetividad científica, los daños o lesiones que determinan estas conductas. Es por ello, sigue el Dr. Eagleman, que hoy día la justicia va reconociendo la existencia de atenuantes en muchos más casos que hace decenas de años, cuando la neurociencia aun estaba en sus comienzos.
Bien es verdad que David Eagleman reconoce que el ambiente es un factor importante a considerar; y, que en muchos casos todavía es imposible determinar todos los factores que inciden en ciertas conductas patológicas; pero es importante resaltar, según él, cómo a medida que la neurociencia avanza se pueden diagnosticar más y más casos que pueden ser tratados y controlados antes de que la conducta se manifieste en una trágica aberración o delito. Esto haría posible cambios en nuestros códigos penales y, hasta podría hacernos cambiar, el uso y funciones de las prisiones en casos en que jamás pueden llevar a la persona (¿paciente?) a su reinserción; más bien todo lo contrario. Eagleman reconoce que el ambiente puede incitar en personas propensas a una determinada patología genética o en ciernes; a desarrollar dicha patología o también a nunca llegar a manifestarse. Una persona que tiene una herencia genética X, pero que su vida discurre en una familia equilibrada, con valores claros sobre lo que está bien y mal; pues nunca llega a desarrollar tal tendencia. Otro, por lo contrario, si vive en un barrio marginal con los amigos equivocados, etc; pues llegaría a desarrollar una conducta delictiva o destructiva.
Para el Dr. Eagleman, la solución podría venir de la siguiente forma: a más avances neurocientíficos, más tratamientos eficaces; entonces en ningún caso dejaríamos de lado la responsabilidad del paciente, como muchos le han criticado; sino que el paciente tiene la responsabilidad de medicarse y seguir el tratamiento indicado de acuerdo a su patología. En caso de negarse pagaría por las consecuencias y se le aplicaría la ley con todo su rigor. Nuestro doctor tiene que colocar cierta ética en el asunto después de todo.
Curioso. Tengo muchas dudas con lo que dice el Dr. Eagleman en este libro. Una de ellas es; ¿y si la negativa a tomar la pastilla proviene también de un malfuncionamiento de la voluntad y por lo tanto de alguna desconexión cerebral? Sigo pensando que es imposible conocer todos los factores que inciden el la conducta de la gente, normal o anormal. En eso Eagleman es bueno explicándonos cómo cada persona es un mundo con su realidad a medida de su cerebro; pero creo que se deja llevar por un excesivo optimismo científico.