Para obtener conocimiento científico hemos de crear un
territorio donde sea posible exponer con claridad y
transparencia los objetos
analizados. Es decir, donde sea posible que todo el mundo pueda ver la
evidencia; pueda a sí mismo afirmarla o rebatirla si cree que puede haber otras
evidencias más claras y transparentes. El conocimiento científico es público y
común, por lo menos en teoría. Pero para que el conocimiento científico sea
posible es necesario partir de experimentos empíricos que se puedan repetir con
las mismas conclusiones. Esto es así con las ciencias físicas.
¿Pero podemos hacer extensivo el conocimiento científico en
otras áreas de conocimiento? ¿Puede la sociología reclamar pasa sí ese status?
¿Podrían la psicología, la historia, la economía, reclamar para ellas este
status? En la práctica todo trabajo serio de sociología o de investigación histórica,
etc, parte de una metodología lo más científica posible dentro de las infinitas
variables que se podrían presentar. Se suelen poner de acuerdo los
investigadores en cuanto a la metodología a utilizar, pero a veces los enfoques
suelen ser bastante diferentes entre un sociólogo o historiador u otro. Mucha
sociología, e investigación histórica parte de a prioris ideológicos distintos que
fuerzan a los datos a filtrarse de la manera más conveniente posible para
justificar posiciones interesadas. Pasa mucho también en la antropología, en la
psicología, la sociolingüística, etc. No obstante las posiciones más
mediatizadas pueden quedar expuestas ante datos o hechos más objetivos que los
presentados como pruebas irrefutables en un momento dado.
El territorio más complicado para cualquier ciencia es la
experiencia diaria de las personas. La vida diaria y su complejidad. Las
personas estamos inmersas en la experiencia, no en laboratorios donde podamos
ser analizados bajo ciertos parámetros. La multitud de factores que inciden en
nuestra experiencia diaria nos hace difícil actuar como seres racionales en
todo momento. Hay muchos factores externos e internos que nos condicionan de un
modo inconsciente o impersonal: herencia genética, modo de ser, cultura y
educación recibida, etc. Para vivir con cierto equilibrio recurrimos además de
la razón a la intuición. Intuimos automáticamente muchas cosas, pero otras no.
La vida en sociedad nos expone a múltiples personas o situaciones para las que
podemos estar preparados, fuertes, creativos; pero en otros casos podemos fracasar,
ser vulnerables, y deprimirnos. La vida de la experiencia diaria es dura por
eso. Una vida cotidiana sin normas estables y respetadas se hace más difícil
todavía ajustarse a un equilibrio o existencia mínimamente coherente.
Si la ciencia puede ser un territorio común en las
sociedades a la hora de producir conocimiento; la ley es el otro territorio común
que hace posible convivir con la mínima fricción posible. Pero también hay otra
ley o normas que deberíamos de valorar y respetar: las reglas de cortesía. Son
normas que evitan mucha fricción innecesaria, pero España adolece de tales
normas a muchos niveles. Perdónenme que diga que somos muy bárbaros a la hora
de tratar con el prójimo que no sean amigos o familiares. Hay auténticos
animales que empujan en el autobús, que no piden perdón por nada; que responden
con palabras secas a la hora de preguntarles algo si están en alguna ventanilla
o servicio público. Hay ocasiones en que pienso que en la sociedad española se
ha instalado un sentido de profunda desconfianza con el prójimo y que nos hace
estar a la defensiva siempre, a la desconfianza por principio. Y así acabamos
siendo agresivos. Animales desconfiados y agresivos sin normas mínimas de
cortesía que nos pudieran proteger de tales fricciones. Hay ejemplos a miles.