16 marzo, 2018

LA VIEJA MANSIÓN

Unos creían que había sido un ruido pronunciado como de madera crujiendo. Otros decían que habían visto una figura como de alimaña rasgando muebles viejos. Otros decían que alguien estaba cortando las vigas de madera. Era una vieja mansión vacía, sin habitar desde hacía ya 50 años. Helmer siempre la había conocido en aquel estado desde que habitaba este barrio, pero nunca jamás había oído nada y ni siquiera le prestaba atención.  El caserón destacaba un perfil a la luz de la luna como de un ser con vida propia. Una vieja carcasa dormida. La gente insistía que algo estaba pasando por las noches en la decrépita mansión. Ruidos. Crujidos. Una sierra o serrucho trabajando. Algunos también decían que
habían visto luces mortecinas moviéndose de un lado para otro a través de las ventanas.
Aquella noche Helmer se asomó a la ventana y contempló la mansión. Nada oía y nada veía. Pero en algún momento creyó ver un reflejo distorsionado sobre el cristal de una de las grandes ventanas de la fachada principal.  El reflejo parecía definirse más como una silueta o figura no precisamente humana. Tampoco era un animal alzado de patas sobre el sucio cristal.  Aquello parecía ser algo, pero él no tenía referencia alguna para compararlo. Y en ese instante por primera vez oía los ruidos que otra gente decía haber oído. Crujidos. Fuertes crujidos de madera. Sentió miedo. La figura de la ventana  parecía ser consciente a juzgar por aquella mirada que se estrellaba contra la suya.
Sonó el timbre de casa. Una llamada intempestiva. Fue a abrir la puerta, pero en ese momento se daba cuenta que algo le fallaba. La respiración se le entrecortaba. Su mente se diluía en algo insensible.  Su cuerpo se transformaba en un frío profundo. La puerta entonces se abrió y el mundo volvía ser la tonalidad oscura y vaporosa de pesada libertad.

15 comentarios:

  1. Sol. Mucho sol en las calles de Austin. Caminábamos por la Nueces street bajo la sombra de los nogales. Brian se casaba en la iglesia luterana de paredes de ladrillo rojo que hace esquina con la 12th Street.
    Kelby no había encontrado el coche en el parking de los apartamentos Gateway. Su mujer se lo había llevado después del divorcio y a él se le había olvidado aquel detalle. Tuvo que venir andando a lo largo de la calle 6. Sol. Mucho sol y alegría. Todo verde. Muchos jardines verdes, bien cuidados y bien segados. Todos estamos esperando a entrar. La boda de Brian y Elsa Flynn.
    Pero Harry comienza a ponerse enfermo. Expulsa una especie de líquido blanco por la boca. Sin parar. Lo había visto algo descolorido al principio. Su mujer no le daba importancia. Luego paró de echar aquello. No ha pasado nada. Qué raro.
    Kelby lleva mal su divorcio con Mara. Se siente estúpido. Culpable. No supo valorar a Mara, me dice él en todo momento.
    Ha llegado la hora de entrar a la iglesia. Estamos todos contentos. Al final todo parece ir bien.

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  2. Entro en la biblioteca central Perry-Castaneda de la Universidad de Texas en Austin. Me pierdo en la tercera planta sección judaica buscando libros de Kabbalah. Aparece Nathan Snyder quien es el que lleva la sección y me lleva a su despacho para mostrarme las últimas adquisiciones sobre el tema. Pero al entrar en el despacho se caen los libros que están montados sobre columnas inseguras y no podemos apenas caminar. Yo me caigo y Nathan parece estar nadando encima de los libros que resbalan unos sobre otros. Imposible ver nada ni hacer nada. Con dificultad salgo y me despido de Nathan que parece hacer pie agarrándose a una estantería fija. Nathan es judío ortodoxo ateo. En el judaísmo eso es posible.
    Sigo buscando por las estanterías y encuentro el libro de Hayim Vital sobre Isaac Luria. Pero me doy cuenta que he quedado con Roria en The Street Car para comer el sándwich y el chile. Así que salgo con el libro ya chequeado y siento un frío estremecedor. Me había olvidado que habían anunciado un frente frío para dentro de unas horas y ya había llegado y yo en pantalón corto y niki con un descenso de temperatura brutal. Corro a toda leche muerto de frío y llego al The Street Car y allí estaba Roria en la barra cogiendo su chile .

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  3. Él era muy rubio y los ojos muy azules. Vestía con pantalones blancos muy anchos de algodón. Posiblemente tejidos en alguna comuna hippie de la zona. Ella tenía pecas en la cara y era pelirroja. Vestía unas faldas zíngaras y una blusa también de tejido de algodón artesanal. Los dos tenían cara de buenos. De muy buenos. Parecían niños inocentes. Amaban la vida con pasión y ternura y eso se traducía en un amor real hacía toda forma de vida sin excepción: insectos, animales de todo tipo, tenían gatos y perros en su casa y entraban y salían por donde querían. Era una antigua casa de madera alzada sobre unas patas que dejaba un espacio entre el suelo habitable y el suelo de tierra y roca.
    Bueno, el llegar a conocer la casa fue porque habíamos cogido amistad en la clase de crítica literaria con Gayatri Spivak y en muchas cosas congeniábamos y realmente era muy buen chaval y muy leído y yo le invité a comer a casa alguna vez para que probara los buenos platos que hacía Roria.
    Y así fue cómo nos invitó él a ir a su casa un día a cenar.
    No estaba muy lejos. Vivían en el barrio de Clarksville cerca de los cafés hippies, las tiendas ecológicas, los sitios de queso fresco, recitales de poesía al aire libre, etc. Roria iba algunos domingos a la iglesia metodista unida de Clarksville.
    Nos sentamos a la mesa y mientras ellos colocaban los platos y ponían la comida Roria y yo fuimos viendo cómo un reguero de hormigas cruzaba la mesa con plena libertad y como si fuese un camino de uso común ya establecido y sin peligro de interrupción alguna. Derechos adquiridos. Quizás por eso los bichitos seguían a lo suyo sin importarles para nada nuestra presencia homínida. El rubio que se llamaba Glenn, al verme un tanto sorprendido por aquel transitar cerca de los platos y las tortillas de maíz, se rió y me dijo que en aquella casa todo el mundo tenía derecho a la vida sin restricciones. Ok. Ok. Dije yo.
    Comimos una excelente comida india con las hormigas haciendo variantes en su recorrido y cuando acabamos y ayudamos a poner los cacharros sucios en la cocina, vimos cómo cientos de cucarachas marrones pequeñas y grandes circulaban también por la encimera de la cocina en busca de sus bocados.
    Eso no evitó que tomáramos el café en el salón donde los gatos saltaban a su aire y los perros comían los deshechos a nuestra vista en la cocina. Aún así nuestra conversación derivó en la filosofía de la vida, el misticismo ramayana y las similitudes del tao con el zen.

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  4. Sol de inocencia. Color de esperanza. Tras la sonrisa y la invitación a amar se esconde el aguijón del desprecio. La tormenta amenaza. El viento se levanta y mueve los árboles. Se había trazado una frontera equivocada que le protegía, pero también le cercaba. Una señal en la frente. Un juramento. Un sacramento. Más allá de la frontera se abrían los territorios comanches y apaches. Los espíritus salvajes que habitan entre rocas y arbustos secos y resecos. Serpientes cascabel y escorpiones bajo las piedras. Colorado River con sus grandes tortugas tomando el sol. Y sus copperheads nadando y oscilando por sus aguas profundas. Ansiaba el sol de la inocencia, pero su color era de bronce y su olor era de la humedad de la tierra oscura. De las cavernas de luz mortecina y tizones de carne viva en las hogueras. Cuanto misterio sin descubrir. Cuanta inocencia sin explorar. Siempre desgajado a la mitad.

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  5. En Texas hay mucho espacio. Espacio para perderse y espacio para encontrarse. Cuando te has trasplantado muy lejos de tu tierra natal, te has de reinventar. Surgen nuevos mitos en las praderas. Nuevas leyendas en las colinas y las riberas. Nuevos fantasmas que viven en viejas mansiones abandonadas. Almas en pena que deambulan por la Roca Encantada. Alemanes que fundan New Braunfelds o Fredericksburg y habitan San Antonio. Pudiste haber tenido cualquier infancia en cualquier comunidad. Quizás en el distrito negro de Dallas o en un barrio mexicano de Houston o en un rancho wasp de San Angelo. Podías recrear infancias sin límite y la inocencia iluminando todas ellas. Odiabas al blanco como un comanche y hubieras sacado sus entrañas al aire como hacían tus madres con los prisioneros rubios. Hubieras visto azotar a los esclavos cuando papá lo ordenaba. Hubieses ido a la iglesia metodista a cantar los bellos himnos y oír las historias de la Biblia. También habrías salido con los McCoy y los Briscoe a cazar pumas y coyotes bajo el sol abrasador del desierto y las noches frescas de luna llena y cielo mágico. O haber pasado el Río Grande back and forth unas cuantas veces para ver a los compadres del otro lado y luego soñar con mi chamaquita de la escuela de Corpus Christi.

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  6. El nosotros americanos era un nosotros místico y apetecible. Te podrías haber abrazado al símbolo de la bandera de las barras y las estrellas. Star-spangled. Gran símbolo nacional. Gran símbolo terrenal. El poderoso símbolo de la bandera. Una cosa es el presente. Conduces el coche por la autopista. Comes una hamburguesa. Trabajas de mecánico o de limpiador de mierda. O puedes llegar a ser un ejecutivo. Amando el riesgo. La vocación profesional y el amor al trabajo ciertamente es algo muy protestante. O lo era. Todo se gasta. Todo se desgasta. Todo cambia. Todo se mueve. Todo crece. Decrece. Se extingue. Se siente placer al entrar en un gran centro comercial. El presente son cosas y hechos. La sincronía del momento excluye su historia. Pero los lenguajes, el lenguaje, la lengua, el idioma; nos trae el recuerdo y la historia. El centro comercial tiene la bandera puesta en un gran mástil que preside todo el gigantesco parking. Una impresionante bandera de los Estados Unidos de América. Símbolo de fervor. De profundos sentimientos patrióticos. De una historia, de un recuerdo colectivo idealizado; la mística de la nación que nos traspasa a todos como un solo hilo conductor. El Estado es Dios. El Dios civil tiene el poder del Estado. Poder real sobre las vidas y las almas. Poder místico. Poder de identidad. Yo soy americano. Nosotros somos americanos. We.
    ¿Qué mutante se atreve a no ser el nosotros que simboliza la bandera?

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  7. Salto de la cama. Me meto en los pantalones y me cubro con el niqui. Me lavo la cara. Hoy no me afeito. Mi cara de espejo. Tomo café. Como un brownie. Pongo mis libros en la mochila y salgo del apartamento como una exhalación. Me dirijo a la parada del autobús universitario MS de la Calle 5 Oeste. Son autobuses Wayne de la Transportation Enterprise. Blancos y con unas rayas naranja: los colores de la UT, University of Texas. Es tiempo y espacio rutinario. Nada nuevo bajo el sol. Un viaje rutinario back and forth, round trip. Ya en el campus cientos de alumnos se dirigen a sus clases y a sus respectivos edificios. Un alumno más entre muchos. El reloj de la torre toca las 9. No quiero llegar tarde. El sol comienza a calentar. Mi imaginación está plana. Todo este espacio y tiempo ha quedado grabado como un recuerdo. Puedo fijarme en todos los detalles. Puedo regular mi ritmo. Situar límites al recuerdo. Hacer una analítica del mismo. Pero también podría sacramentalizar el recuerdo y entonces la tonalidad cambia. Es territorio sagrado para una imaginación poética. Soy libre en mi nuevo territorio.

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  8. Qué ilusión poder subirse a la gran torre del reloj que domina todo el campus y toda la ciudad para echarse a volar y desplegar alas por las colinas del oeste hasta llegar a la Roca Encantada. El primero de agosto de 1966 un tal Charles Whitman, antiguo francotirador de los marines, se subió a la Torre y comenzó a disparar indiscriminadamente sobre toda criatura viviente que se movía. Dejó un total de 14 muertos, 34 heridos y otro muerto que murió en el 2001 a consecuencia de las heridas recibidas aquel día. A a partir de ese incidente la torre quedó cerrada al público.
    Una torre sirve para muchas cosas. Divinas y humanas. Celestiales y satánicas. Puedes lanzarte a volar como un ángel y llegar hasta el desierto. O puedes lanzarte a volar y acabar en el silencio. O puedes vigilar con tus grandes prismáticos los muchos peligros que te acechan y sentirte tan poderoso como un dios en su fortaleza de Babel. O puedes simplemente ser un estudiante con la mente atascada buscando expansión. O un turista honrado ciudadano turista. Turista a la vista. La torre de la UT enciende su luz naranja cuando el equipo de fútbol gana partidos. Torre fálica que penetra en el cielo. Dura como una roca. Solidez y seguridad en el saber, el conocimiento; la imaginación bien estructurada. Queremos llegar a lo más alto del saber. "I am a Beacon of Knowledge Blazing Out Across a Black Sea of Ignorance!" dijo un poeta no identificado como personaje de videojuego.
    Una torre, que al igual que una gran polla surgida del infierno, se irguió como serpiente siniestra cubriendo de mar negro aquel 1 de agosto de 1966.

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  9. Dando de comer a las ardillas. Hay miles de ellas por el campus. Se acercan a coger lo que se les ofrezca a la hora del lunch del mediodía. Me gusta verlas trepar por los árboles. Observarlas cómo comen. Subir árboles. Andarse por las ramas. Juguetear con criaturas de tú especie. Es hora de entrar en clase. Se acerca una tormenta. Se vuelve todo gris oscuro. El aire se hace notar en forma de viento. El calor sigue siendo opresivo. En la clase estamos los de siempre. El aire climatizado nos mantiene frescos. Qué extraño resulta hablar de poesía romántica inglesa bajo el calor del paisaje texano. Cae el primer rayo. Deslumbramiento.Terrible chasquido. Suena el trueno como una caída de rocas sobre un desfiladero. Hay que dejar que los versos hablen, que las metáforas nos transporten. Sentir el efecto expansivo y sensual de algunos símbolos poderosos. Cae otro relámpago más potente aún. El trueno hace vibrar los cristales. Hay fricción entre la menta racional, lógica, preocupada por las horas y las cosas objetivamente palpables; y la poesía de William Wordsworth o William Blake. He logrado disipar las nubes de lo prosaico para disfrutar la recreación de Tintern Abbey. Hay otro relámpago y un tremendo chasquido de pararrayos cercano. Ahora el trueno ya se mezcla con el sonido estrepitoso de la fuerte lluvia.

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  10. Aquel día los coreanos del sur celebraban su día de la nación o algo por el estilo. Quizás su liberación de los japoneses después de la 2ª Guerra Mundial. Un centenar de estudiantes de ese país con banderas blancas y rojo azules con el símbolo del ying-yang en el medio y los cuatro teaguks que simbolizan cielo, agua, fuego y tierra; se juntaban en la explanada de free speech o espacio de la libertad de expresión a 50 pasos del recinto de la torre. Serían las doce del mediodía cuando puntualmente un señor de unos cuarenta años subía las escaleras de piedra hasta el rellano donde dos estudiantes colocaban una bandera más grande y firme, bien asentada en un pie soporte cromado y reluciente. Entonces aquel señor de vestido de paisano pero con manifiesto porte militar, con ademanes de saber mandar y ser obedecido; comenzó a dar consignas en en fuerte y viril coreano. Los estudiantes de la explanada se pusieron todos firmes, guardando filas, todos en silencio. Silencio. Yo estaba entre los curiosos a quienes nos había llamado la atención la ceremonia. Y entonces el supuesto jefe alzado en el rellano con micrófono en mano volvió a dirigir frases cortas en tal absolutamente desconocido idioma. Pero dichas con más energía, más virilidad, más firmeza; y los estudiantes respondían con sus voces al unísono, sus cuerpos tensos y dando taconazos o levantando manos aireando las banderas rojo-blanco-azules. El jefe o líder comenzó a entonar el himno de Corea y todos a una le acompañaban con gran fervor. Voces bien moduladas. Unidad de voces. Unidad de pasión. Unidad simbólica de pueblo, de historia, de lengua, de mitos, de naturaleza, de paisajes, de pueblos, de sangre, de lagos y ríos y el mar y las fábricas y las guerras, y los comunistas al norte y los japoneses asesinos y China gran gigante vecino. Gran dragón.
    Corea. Gran Corea. Hasta yo mismo me sentía coreano. Me fundía en aquella ceremonia tan emocionante. Quizás hubiese sido coreano en alguna reincarnación pasada. Escuchaba la arenga patriótica del jefe pronunciada en un buen coreano, correcto coreano, y las cadencias y sonidos del idioma coreano inflamaban mi espíritu en clave coreana y a punto estuve de incorporarme a las filas de mis compañeros estudiantes coreanos para ser un coreano más con gana, fuerza, pasión y virilidad.
    Tal era el poder, pasión y decisión que emanaba de toda aquel colectivo en formación militar, que si el jefe les hubiera ordenado traspasar los muros de la torre lo hubieran hecho sin dudar un momento.

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  11. Miles. Quizás millones seguían la liga de fútbol americano. A Helio le resultaba indiferente. Bob se sentaba en el sofá con un pack de botes de cerveza y ver fútbol era su máximo placer. Helio veía el gran estadio de fútbol de la universidad desde una de las ventanas de su apartamento. Cuando había partido era todo un espectáculo. Todo un festival que cambiaba el sentir de la ciudad. Glenda se iba al McKinney's Falls State Park a pasar las tardes apacibles. A veces iba por la mañana. Sábado. El sábado era el mejor día para ir por la mañana. Se sentaba en un banco cerca del Onion Creek y permanecía un tiempo en total contemplación y meditación. No le gustaba el mundo en que vivía y estaba buscando una puerta o una ventana o una rendija por donde asomara otro mundo nuevo. A Bob le gustaba el mundo tal como era. Era ambicioso en su trabajo de asesor financiero de una multinacional, gustaba de ver fútbol, cambiaba de coche cada poco. Nunca se veía poseído por una pasión de apego amoroso, o si esta surgía la exorcizaba como un mal del que debía alejarse cuanto antes y entonces recurría a la destrucción de su posible concreción en larga relación o matrimonio. Se mutaba en un completo intratable, insoportable; un perfecto hijo de puta y maltratador verbal de las mujeres. Su relación con las mujeres habrían de ser frívolas y desapasionadas. El placer del sexo sin más medida que un orgasmo intenso y ocasional. Cuando éste era posible. Después del trabajo y cuando ya había aparcado su BMW de gama alta en el garage su mayor placer era un baño de agua caliente con una botella de whisky en la mano. Otras veces eran las noches en el bar con la panda de amigos. Allí echaban tacos contra un mundo que se reducía a su uso y abuso en función del dinero por el dinero.

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  12. Helio iba los martes a la tertulia del Café Les Amies, cerca del campus de la universidad. Allí se reunía con otros compañeros de clase que traían amigos y amigas de otros departamentos o nacionalidades. Le gustaba el ambiente informal de Les Amies. Otras veces aparecía algún profesor que se sentaba con ellos y compartían de igual a igual las cosas de la política texana o nacional. Los temas iban surgiendo espontáneamente. Alguna estudiante latinoamericana o europea daba un sabor más estimulante a las tertulias. O aquel filósofo francés que les hablaba de la escuela de Frankfurt y el existencialismo. Luego se volvió para Francia y la cosa descendió de nivel. Pero el pose contracultural de Les Amies no desaparecía. Helio sentía un intenso placer personal cuestionando o relativizando cosas que para la mayoría de la gente eran su axiomática realidad. Incuestionable realidad. La Realidad. Pero el precio de tales aventuras críticas era que se iba alejando sin querer de las creencias y querencias comunes a los mortales del día a día y que sólo aspiran a sobrevivir sin necesidad de hacerse grandes preguntas. No porque no supieran que tales preguntas se pudieran hacer, pensaba él a veces; sino porque muchos optaban de modo muy consciente, de protegerse contra todo aquello que les podría llevar a lo que ya sospechaban que era el mundo. No hacía falta rascar mucho para saber lo que somos los humanos, pero de todas maneras preferible era vivir en USA que no en Madagascar o en China.

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  13. Glenda llevaba ya dos años en Austin trabajando de dependienta en Sears Roebuck. Por la tarde-noche iba a clases de contabilidad y administración a un community college. Había logrado salir de un mal matrimonio después de un divorcio difícil en su lado emocional. Había salido con aquel chico por muchos años. Desde el High School y la iglesia bautista. Parecía que Martin habría de ser todo su mundo y su aspiración. Un chico trabajador, meticuloso con el orden, excesivamente preocupado por su Camaro y su ranchera de cuatro ejes. Muy previsor. Siempre planificando el futuro: el corto y el largo plazo. Siempre planificando su ya asegurado eterno matrimonio según los cánones cristianos. Los dos se encargaban de la escuela dominical de la iglesia y eran creyentes muy apreciados y comprometidos con la iglesia local. Ellos eran ya novios reconocidos. Evitaban por todos los medios cometer el pecado de fornicación. Había que esperar a la boda. Esa boda que ya se iba acercando. Esa boda que ya ella preparaba con ilusión con sus amigas, el vestido, la ceremonia, los himnos a tocar ese día; los invitados... Pero al mismo tiempo Glenda sentía un desasosiego profundo, una inseguridad que se guardaba para sí misma, pero que iba minando su confianza en Martin. Martin lo era todo, el futuro de matrimonio, los niños, la casa con garaje y jardín, la iglesia, los coches bien limpios. Todo eso era bonito. Quizás. Pero el mundo era mucho más grande. Había ciudades. Había muchas otras personas. Otras formas de vivir más tentadoras. También sentía otras tentaciones espirituales que se salían un poco de sus creencias bautistas.

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  14. lenda llevaba ya dos años en Austin trabajando de dependienta en Sears Roebuck. Por la tarde-noche iba a clases de contabilidad y administración a un community college. Había logrado salir de un mal matrimonio después de un divorcio difícil en su lado emocional. Había salido con aquel chico por muchos años. Desde el High School y la iglesia bautista. Parecía que Martin habría de ser todo su mundo y su aspiración. Un chico trabajador, meticuloso, excesivamente preocupado por su Camaro y su ranchera de cuatro ejes. Muy previsor. Siempre planificando el futuro: el corto y el largo plazo. Siempre planificando su ya asegurado eterno matrimonio según los cánones cristianos. Los dos se encargaban de la escuela dominical de la iglesia y eran creyentes muy apreciados y comprometidos con la iglesia local. Ellos eran ya novios reconocidos. Evitaban por todos los medios cometer el pecado de fornicación. Había que esperar a la boda. Esa boda que ya se iba acercando. Esa boda que ya ella preparaba con ilusión con sus amigas, el vestido, la ceremonia, los himnos a tocar ese día; los invitados... Pero al mismo tiempo Glenda sentía un desasosiego profundo, una inseguridad que se guardaba para sí misma, pero que iba minando su confianza en Martin. Martin lo era todo, el futuro de matrimonio, los niños, la casa con garaje y jardín, la iglesia, los coches bien limpios. Todo eso era bonito. Quizás. Pero el mundo era mucho más grande. Había ciudades. Había muchas otras personas. Otras formas de vivir más tentadoras. También sentía otras tentaciones espirituales que se salían un poco de sus creencias bautistas.

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  15. Martin era un mecánico en la cama. No diferenciaba mucho sus coches de su mujer. Glenda era una fábrica de fantasías en la cama. Un mecánico practicando la mecánica con un cuerpo de mujer y una mujer intentando dar vida al mecánico y su mecánica aplicada. Eso no podía funcionar por mucho espíritu divino que se invocare.
    Bob creaba revoluciones en la cama. Orgasmos intensos. Batallas resueltas de pasión e intensidad cargadas de cerveza y cocaína. Una mujer y otra y otra. Y si alguna pasión amorosa surgía, sabía exorcizarla con despotismo y maldad. A veces su poder fallaba. A veces los gatillazos el preocupaban. Pero las cosas de cama solían ir bien.
    Helio tenía relaciones ideológicas con las mujeres. Las coincidencias ideológicas hacían buenas compañeras de cama. Un sutil erotismo. Un erotismo ético. Helio por principios despreciaba el matrimonio y las relaciones de trámite y papeleo, pero de la teoría a la práctica había un trecho: era demasiado vulnerable al amor y a los afectos de ternura. Se hacía más ilusiones de la cuenta con alguna amiga que pasaba a ser especial, a veces, muy especial.

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