MRHALM
Sentía la necesidad de ir al lejano pueblo de Mrhalm. Hacía tiempo que mis pesadillas me llevaban a ese lugar. Mis noches de insomnio estaban quebradas por episódicos sueños en los que aparece una enorme jeta de batracio mirándome con ojos de cinismo sádico y malévolo. No lograba nunca conciliar el sueño y desde la lejanía de mi alma se oían voces lastimeras que me llamaban. Pero el batracio repugnante persistía en horrorizar mis ligeros sueños de insomne crónico. Una noche me di cuenta que cerca de la enorme jeta del repugnante humanoide sobresalía la torre de un viejo templo. Examinándola con objetividad febril pude comprobar que era el antiquísimo templo de Mrhalm. Y así surgió la necesidad de visitar ese maldito pueblo ya olvidado, pero persistente en mis recuerdos enfermizos. El templo de Mrhalm estaba dedicado a un remoto culto, si mal no recuerdo al diosecillo Krorh. Una gran estatua del diosecillo presidía el templo y ese dios era una especie de humanoide con rasgos de asqueroso batracio.
Al día siguiente me encontré con mi vecino en la escalera. Este hombre era un débil mental hacía tiempo retirado de su trabajo de matarife en el matadero local de nuestra ciudad. El hombre me saludó y como si tuviera miedo de mí se metió en su casa. Era un solterón insulso cuya única afición era masturbarse horas y horas con revistas guarras, según me decía una vez cuando subía insultantemente borracho por la escalera. Cuando estaba borracho era un ser indecente y agresivo, capaz de matar llegado el caso, ya que su vida era todo un sendero de resentimiento y odio al género humano. En el piso de arriba vivía una vieja sucia cuya casa olía a pescado putrefacto. Era una vieja medio analfabeta y mezquina, cuyo único interés era vigilar a los vecinos. Una vez cuando bajaba la basura vi que llevaba un gato muerto de hacía días a juzgar por el olor.
Tenía que ir a Mrhalm. Tendría que viajar a ese lugar inhóspito y abandonado. Quería indagar cuál era el origen de mi enfermedad, de mi malestar crónico, de mi insomnio permanente. Y, sobretodo, necesitaba saber el origen de aquella jeta de batracio que me atormentaba en mis sueños.
(continuará)
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