En las fronteras. Nunca pertenecemos realmente a ningún territorio, pero somos capaces de ser parte de todos. Bueno. Por lo menos durante el tiempo que nos dedicamos a explorarlos. Luego hay espacios en ese u otro territorio que nos pueden atrapar y hemos de salir lo antes posible. Hay otros que nos agradan y quisiéramos vivir en ellos para siempre, pero cuando miramos al cielo y las nubes se dirigen hacia el desierto empujadas por el viento, sentimos la necesidad de borrarnos por completo en él y unirnos a la primera caravana que pase. Vivir en el [entre].
Entre los nómadas del Gran Desierto y los pastores del Valle de Hirmán se encuentra la ciudad de Erko. Una ciudad industriosa dedicada a la artesanía más variada y al comercio. También habitan los astutos banqueros de la famila Urkim, que hacen
posible el crédito en muchos otros territorios. En Erko conviven así mismo todas las escuelas filosóficas y muchas religiones. Las plazas públicas se convierten en espacios de debate de las ideas y creencias. Ayer fuimos a oír al Gran Profeta del Reino Que Se Avecina. Nos dimos cuenta que para que su Reino fuese creíble la ciudad de Erko tenía que convertirse forzosamente en una cueva de ladrones y en un nido perverso de prostitutas y sodomitas. Era este profeta un hombre que odiaba el dinero, el comercio y los maestros de las industrias. Permanentemente y durante años predicaba el mensaje de su Reino donde no habría dinero, ni comercio, ni industrias. Tan solo amor. Tan solo visiones celestiales de éxtasis eternos. Comunidades de pobreza compartida con los ángeles hermafroditas. Pero en tanto tiempo tan solo le seguían una veintena de personas ya entradas en años, flácidas y tristes. Erko es una ciudad demasiado enredada en los trajines de la vida como para desear otra vida que no sea esta. Sus paseos bullen de gente que gasta dinero y se divierte después de trabajar o estudiar. Los comerciantes exhiben sus mercancías con orgullo y las caravanas salen y entran con todo tipo de productos hacia diferentes territorios. Las universidades hierven de nuevas ideas, inventos y creaciones.
Recordamos entonces aquellos días en que nuestro pueblo seguía al mesías Sabbatai Zevi y la locura colectiva casi les llevó al desastre y la miseria. Erko es una gran ciudad y aquí seguíamos viviendo por ahora.
23 febrero, 2017
LA CIUDAD DE ERKO
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04 febrero, 2017
NOS TOCA HABLAR DE LA REALIDAD POLÍTICA
El bien y el mal, lo bueno y lo malo, no es tan fácil de distinguir a veces. Una persona me decía que iba a votar a tal partido de izquierdas porque en España cada vez hay más ricos y más desigualdad, y; entonces ese partido de izquierdas que en su programa no deja de decir eso pues parece ser el partido de la igualdad y la justicia. O sea, el partido de la superioridad moral por excelencia y los demás no llegan ni por el forro a su bondad política y voluntad de justicia social. La retórica hace milagros. Y
digo retórica porque cuando nos ponemos
a analizar el asunto de la desigualdad y la injusticia, no es cuestión de derechas e izquierdas, sino de muchos factores que inciden en que las cosas no alcancen esa idealidad social y económica a la que todos aspiramos. En primer lugar los parámetros a los que aspiramos en cuanto a que la justicia e igualdad lleguen a ser realidades, implican un funcionamiento de la economía óptimo, es decir: que nuestras empresas sean competitivas en los mercados y luego el beneficio se reparta de un modo que podamos ofrecer óptimos servicios sociales que cubran muchas cosas básicas: educación, salud, etc. Para ello necesitamos también de un Estado, una burocracia y una clase política entregada moralmente al bien común, por encima de intereses partidistas, de ideologías, de lobbies, de lucros personales, etc. Por mencionar dos ejemplos. No hablemos ya de factores culturales, de posicionamientos éticos o amorales o de relativismo moral a conveniencia, de prejuicios, de ignorancia, de nivel de formación o desinformación; en fin, de modalidades infinitas de ser persona.
En el primer caso, el de las empresas competitivas en el mercado globalizado, nos encontramos ya con un problema sustancioso: ahora se compite con países de mano de obra barata, con capital
financiero muy superior al nuestro. Adaptarse a esas condiciones y buscar el nicho apropiado para encajar requiere esfuerzo, organización, salarios y beneficios ajustados a la realidad. No es tan fácil. Lo más fácil es condenar al capitalismo moralmente y soñar con el paraíso, pero eso no cambia sustancialmente la realidad por desgracia. Y, como hacen en general ya todos los partidos en España, vender retórica buenista e idealista (demagogia) sin soluciones viables a cambio, tampoco es solución. No hablemos ya de una política pública de Estado de bien común imparcial, objetivo y moralmente impecable. En definitiva: con retórica buenista y demagógica no se solucionan los problemas de una realidad complicada y compleja. Al mismo tiempo jamás hemos de dejar de soñar con el bien.
a analizar el asunto de la desigualdad y la injusticia, no es cuestión de derechas e izquierdas, sino de muchos factores que inciden en que las cosas no alcancen esa idealidad social y económica a la que todos aspiramos. En primer lugar los parámetros a los que aspiramos en cuanto a que la justicia e igualdad lleguen a ser realidades, implican un funcionamiento de la economía óptimo, es decir: que nuestras empresas sean competitivas en los mercados y luego el beneficio se reparta de un modo que podamos ofrecer óptimos servicios sociales que cubran muchas cosas básicas: educación, salud, etc. Para ello necesitamos también de un Estado, una burocracia y una clase política entregada moralmente al bien común, por encima de intereses partidistas, de ideologías, de lobbies, de lucros personales, etc. Por mencionar dos ejemplos. No hablemos ya de factores culturales, de posicionamientos éticos o amorales o de relativismo moral a conveniencia, de prejuicios, de ignorancia, de nivel de formación o desinformación; en fin, de modalidades infinitas de ser persona.
En el primer caso, el de las empresas competitivas en el mercado globalizado, nos encontramos ya con un problema sustancioso: ahora se compite con países de mano de obra barata, con capital
financiero muy superior al nuestro. Adaptarse a esas condiciones y buscar el nicho apropiado para encajar requiere esfuerzo, organización, salarios y beneficios ajustados a la realidad. No es tan fácil. Lo más fácil es condenar al capitalismo moralmente y soñar con el paraíso, pero eso no cambia sustancialmente la realidad por desgracia. Y, como hacen en general ya todos los partidos en España, vender retórica buenista e idealista (demagogia) sin soluciones viables a cambio, tampoco es solución. No hablemos ya de una política pública de Estado de bien común imparcial, objetivo y moralmente impecable. En definitiva: con retórica buenista y demagógica no se solucionan los problemas de una realidad complicada y compleja. Al mismo tiempo jamás hemos de dejar de soñar con el bien.
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