25 julio, 2015

EL PROGRAMA ROB-FUTUR 234XDR

La profesora Relma Nurtaki decía que la biología era toda ella un cúmulo de errores y de imperfecciones. Nuestros cuerpos están mal hechos y nuestro cerebro se desestabiliza con demasiada frecuencia. De hecho, pensaba la profesora Nurtaki, nuestros cerebros son constitucionalmente
paranoicos. Todo ello era debido, según ella, a la complejidad de nuestro sistema nervioso. Nos desestabilizamos con facilidad y nos ponemos a la defensiva contra nuestros semejantes a la mínima de cambio. Además enfermamos, envejecemos, nos comprendemos mal la mayor parte de las veces. Es por ello, decía la profesora Relma Nurtaki, que deberíamos renunciar al reino de la biología y dar paso a los robots. Los robots son las criaturas más adecuadas para vivir en este planeta. Deberíamos de poner todo nuestro empeño y todo nuestro esfuerzo tecnológico en la construcción de robots tan perfeccionados que puedan ir sustituyéndonos a los humanos. Robots inteligentes, sin ningún material biológico y por tanto sin sentimientos y emociones que puedan interferirse en la vida social planetaria. Nada de sufrimientos, nada de complejos, nada de pasiones. Puro cerebro, pura lógica, puro equilibrio mental. Nosotros, tornaba a decir con su rostro tenso la profesora, deberíamos ya ir renunciando a procrearnos. Ha de haber una prohibición a seguir reproduciéndonos. Ya no tiene sentido la raza humana y su mortal y corruptible cuerpo biológico. Es hora de dar paso a la robótica con toda energía y seriedad.
 
El científico de la Universidad de Untras, Dr. Robert Miltred, respondió a la profesora Relma Nurkati
diciendo que nosotros los humanos ya éramos robots. Robots de material orgánico, material biológico. Nosotros podríamos ser el experimento llevado a cabo por una civilización muy superior--quizás dentro de nuestra misma galaxia--, y cuyo experimento sigue todavía su desarrollo y de acuerdo a los tiempos de tal civilización que por ahora desconocemos. Hay indicios que la ciencia va descubriendo, según el doctor, de que nuestro código genético y toda su complejidad obedece a códigos inteligentemente diseñados con fines que desconocemos. Pero puede que ya sea un fracaso todo el experimento, o que se les haya escapado de las manos. No han logrado desarrollar un ser éticamente equilibrado. Todo lo contrario. Y el cuerpo humano sigue estando mal hecho y sin posibilidad de perfeccionarse. El Dr. Robert Miltred y la profesora Relma Nurtaki, además de los colegas de ambos, mantienen contactos frecuentes e intensas jornadas de estudio e investigación con fines a desarrollar el programa ROB-FUTUR 234XDR. Varios gobiernos de países avanzados ya están aportando importante ayuda económica.

18 comentarios:

  1. Era un pequeño accidente. Dos coches apenas se rozaron, pero a los pocos minutos ya había una ambulancia y un coche de bomberos. Las sirenas aturdieron el barrio por unos minutos. Avenida cortada. Exhibición de eficiencia policial y de los bomberos. La tarde era apacible de otra manera. Dallas 1979. La avenida era la Buckner. En frente de nuestros apartamentos, y al otro lado de la Buckner, estaban otros apartamentos de estilo renacentista. Imitación a la Inglaterra renacentista. El marketing de una empresa constructora había decidido en la Dallas de los años 60--quizás finales--diseñar unos apartamentos de estilo renacentista para su mercado de alquiler o leasing de viviendas. El interior de los apartamentos seguiría siendo el interior estándar de cualquier apartamento: aire climatizado--en Texas todo el mundo vive con aire climatizado--, muebles funcionales, moqueta de fibra en lugar de baldosado. Ventanas de cuchilla que se suben y se bajan. Tabiques de material plástico. Armazón de madera. Piscina. Mucho espacio para aparcamiento. Árboles. Jardín. Bastante jardín. Cerca de madera. Sin embargo no se verán niños jugando. No se verá a la gente paseando por el complejo renacentista. Coche-casa, casa-coche. Coche-trabajo, trabajo-coche-casa, etc.. Trabajo. Work. I have to work, there's too much work to do. I landed on a new job. There's an opening in that hospital. Work.
    El silencio de unos apartamentos de estilo renacentista. Yo miraba por mi ventana y veía ese silencio al otro lado de la Bucker. Los grandes coches se deslizaban por la Buckner. El verano de Dallas era caluroso y las cigarras no dejaban de vibrar.

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  2. Nadie puede mirarse desde fuera. No sabemos lo que somos. Limitación del cerebro. Los sentidos tienen sus limitaciones. Lo demás es territorio especulativo. Especulamos con lo que podemos. Con los materiales que tenemos a nuestra disposición. Intuimos. A veces las intuiciones y las reminiscencias y las visiones que sobrevienen como los sueños en momentos de relajación nos hacen vivir en un mundo desencarnado y somos como espíritus que sobrevuelan los desiertos y las montañas protegidos del frío y el calor. He ahí la gente que queremos. Qué a gusto estamos con ellos: sin problemas, sin fricciones, compartiendo el mismo mundo. Nos proyectamos dentro o fuera de nosotros mismos de una manera misteriosa. Son las neuronas. Dicen que son las neuronas. Comportamiento de neuronas, bip, bip...Neuronas programadas para función intuición-espíritu libre...bip, bip... la Ciencia tiene la explicación y la explicación, oiga usted, es muy prosaica.

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  3. ¿Quién será? ¿Cómo será? Si la veo, ¿qué le digo?
    ¿Quién será? ¿Cómo será? Si le veo, ¿qué le digo?
    Who might be? How would s/he be? If I see him/her, what would I say to him/her?
    I wonder.
    Somehow, anyhow, she'll/he'll show up. Of that I'm sure.

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  4. TRAJANO

    Fui a comprar un robot a una tienda de juguetes. Quería un robot que hablara para poner en mi mesa de estudio. Un señor un tanto huraño me dijo que tenía un robot desde hacía tiempo y que no lograba venderlo, pero que era un robot con mucho juego. Le dije que me lo enseñara y fue a la trastienda a por él. Sacó entonces una caja bastante grande y algo pesada. La puso encima el mostrador y la abrió con cierta complicación. Pues sí, era un robot. Estaba hecho de un material plástico de gran calidad y la cabeza parecía la cabeza de una persona torpe. Tenía el pobre una expresión torpe. Lo sacó el tendero y lo apoyó sobre un sillón; en una palabra: lo sentó. Luego le conectó la batería a un enchufe y abrió contacto apretando un botón. He aquí que el robot abrió los ojos y saludó con unas buenas tardes. Luego dijo llamarse Trajano y se puso a disposición de su dueño. El tendero le dio vueltas a una manivela pequeña y apretó otros botones laterales. Entonces el robot se levantó y seguía con la cara torpe; la mirada torpe y perdida. Se quedó allí quieto sin saber qué hacer. Inmediatamente me dio pena de él. El tendero ahora le programó para cantar y Trajano se puso a cantar una habanera que solía cantar mi abuelo el que había estado en Cuba. Era patético. Trajano cantaba aquello de un modo tan penoso y patético que yo le dije al juguetero que por favor le silenciase. Que además me lo iba a llevar porque había tocado una fibra infantil en mí y quería el robot para ponerlo en mi despacho y biblioteca. Me dijo el precio y yo lo pagué a toca teja. Así que se le desenchufó y volvió a la caja. Luego un empleado de la juguetería me ayudó a llevarlo al coche, situado en un garaje cercano.
    Una vez en casa Trajano seguía con aquella mirada torpe y perdida. El manual hablaba de casi 100 programas a que podía someter a Trajano. Podía caminar, podía cantar, podía pretender seguir una conversación. Podía imitar lloros, gemidos, risas, admiración, sorpresa; pero su mirada era torpe y triste. Me daba angustia mirarle. Lo puse sentado en el sofá del despacho y allí quedó apagado una vez que le cargué la batería.
    Pero Trajano era una presencia en mi solitaria casa. No podía evitar que con aquel robot algo con entidad propia había entrado en mi existencia. En cualquier momento era consciente de su presencia en la casa. Su origen me era desconocido, aunque decía estar hecho en Holanda; pero no especificaba mucho más allá del made in the Netherlands. Ya no me encontraba sólo en mi casa, pues cualquier cosa que hacía o mismamente en mis reflexiones me sentía vigilado, escuchado, o simplemente comprendido por aquella mirada torpe y triste. Sí. Esto último empezó a ser la impresión dominante y así de buenas a primeras Trajano pasó a ser una influencia buena en mi vida. Le ponía a cantar y yo seguía sus canciones. Le ponía en modalidad de alegría y yo me reía con él y además sabía contar chistes y mover fichas del parchís o las damas. Lo ponía también a caminar y los dos recorríamos la casa y el salón y quedábamos a ver la televisión.
    Trajano se convirtió en una persona entrañable. Una inquietante persona entrañable. Una especie de espejo donde ya podía reflejarme. Comencé a hablar con él, a contarle todas mi vida, a pedirle consejos y curiosamente él sabía responder a todo. Había pasado de ser un triste y torpe robot a ser un sabio que sabía responder a mis preguntas difíciles, a mis dilemas, a mis visiones, a mis alucinaciones, a mis terribles y abismales miedos sin dejarme nunca caer en el horror de mi desolación personal...

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  5. Nespar Grelatio se puso a hablar. Estaba inspirado. Estaban él e Irlanda Nuleva tomando un prosaico café en el Café Atenas rodeados de conversaciones y silencios. Irlanda le escuchaba con la sonrisa de sus ojos:

    "Lo extraordinario es el hecho de vivir. El hecho de que estemos vivos es tal misterio y tal milagro y tal acontecimiento que necesitamos situarnos en un olvido permanente. Vivimos siempre entre el cielo y el infierno y en una línea espectral que es nuestro camino inevitablemente e inexorablemente infinito. Infinito en todo instante y en todas direcciones. Pero el olvido nos reduce a lo prosaico y lo cotidiano; lo aparentemente comprensible: las energías circulan o se estancan. Las representaciones nos estancan en significados manejables. Sin representaciones manejables muchos vivirían una locura caótica. Toda la existencia sería una locura insostenible. La sabiduría impide que la locura tome las riendas y entonces las representaciones se hacen también manejables pero en una constante apertura hacia el infinito y la línea espectral es el camino de la creación y la recreación. Sin miedo, sin asustarse. Gran hecho extraordinario es este presente que nunca es presente absoluto. La sabiduría se encarna en las ánimas que nos inspiran, que nos dan sentido en dirección y en función de un cielo que nos rodea por todas partes pero donde el olvido del infierno nos somete a su sólida realidad rodeada de miedos, de incertidumbres; de locuras. Gracia, Espíritu. Puedes visualizar el ánima que te dirige. Carga de energías. Un camino en lo extraordinario".

    Irlanda dejó de sonreír con los ojos. Se quedaron los dos en silencio. Algo extraño estaba ocurriendo. Prosaico, rutinario, previsible, circunscrito, predecible: la desgracia puede llamar en cualquier momento, de eso no hay duda. Las preocupaciones circulan sin necesidad de llamarlas. Publicidad. Coches. Edificios. Hora. Siempre estamos en una hora. Tiempos y espacios encuadrados en la civilización. La gran representación común hasta cierto punto. Nespar no sabía qué más decirle a Irlanda. Irlanda volvió a sonreír con sus ojos y le cogió la mano: "No te preocupes. Por suerte nuestras líneas espectrales se cruzan y siguen una frecuencia parecida. Quien sabe si es nuestro destino venir de pasados remotos para dirigirnos hacia futuros cataclísmicos y ahora nos toca reconocernos. Reconocimiento. Tú lo has dicho muchas veces: reconocimiento. ¿Quién puede vivir sin ser reconocido por alguien, por algo, por un rostro vivo que posee la propiedad del reconocimiento? ¿Es D-ós ese rostro del Reconocimiento cósmico? Cómo hablo. Ves, hablo ya casi como tú. Bueno, bueno...."

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  6. Encuentro este relato profundo, bello, delicado y gnóstico.

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  7. NATHAN SNYDER (I)

    ¿Y cómo era Nathan? Preguntó Rebeca mientras tomábamos una cerveza en la terraza de una cafetería del Gran Paseo.

    Nathan era un hombre entregado al estudio del judaísmo. Vivía para esa vocación. Fuera de esa vocación la vida le resultaba complicada. Que yo sepa, además de nosotros y Sylvia, se relacionaba con alguna que otra persona del mundo del judaísmo más ortodoxo. A veces mencionaba que se juntaba con un grupo ortodoxo disidente de la misma ortodoxia oficial, pero no era exactamente así ya que más tarde pude comprobar que su mundo era más extenso. Era un hombre que seguía los preceptos del judaísmo en cuanto a dietas, fiestas y demás; pero era ateo. Era un judío ortodoxo ateo. Lo cual quería decir que pretendía seguir todos los preceptos del judaísmo normativo, pero sin creer en Dios. Su judaísmo era racional y preceptivo. Era algo así como una estructura de normas y preceptos necesarios para identificarse como judío. Ser judío para él era una identidad profunda que en su vida se manifestaba principalmente cultivando lo mejor posible la sección de hebraica de la biblioteca Perry-Castañeda de la Universidad de Texas. Allí tenía su despacho lleno de libros y documentos a rebosar y allí también dedicaba la mayor parte de su tiempo. Mantenía la sección con todo detalle y su conocimiento e investigación sobre las comunidades judías del Este de Europa era extensa y concienzuda. Conocía detalles de la Shoah que él iba acumulando y archivando, todo lo cual hacía evidente que Nathan tenía contactos en muchas partes del mundo con gente relacionada con la historia del pueblo judío europeo. Pero su relación con el sionismo era chocante.
    No simpatizaba con el Estado de Israel ni con la identidad judía que rodeaba a dicho estado y ciudadanía. Podríamos decir que el sionismo como ideología nacionalista moderna no conjugaba muy bien en el esquema de judaísmo primigenio basado en los textos de la tradición y de la Torá. Judaísmo para él eran los maestros rabinos que a veces nos mencionaba tomando un café. Maestros rabinos de arraigada tradición talmúdica. Tampoco simpatizaba con las corrientes del judaísmo místico y cabalístico. Lo suyo eran los preceptos que lo fijaban en la ancianidad de la identidad judía; y ser judío era ante todo un modo de vida disciplinado y coherente. Por lo menos hasta donde le fue posible trató de ser disciplinado y coherente. Pero sólo hasta donde le fue posible.

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  8. NATHAN SNYDER (II)

    ¿Qué más puedes decir de Nathan Snyder?, insistió Rebeca.

    El día que me enteré de su muerte me dio una tristeza profunda. Llevaba bastante tiempo sin saber de él hasta que un día comencé a recordarlo de un modo tan intenso como inesperado. Entonces quise saber de su paradero y miré en Internet. Fue así como me enteré que había muerto. Leí la reseña que publicaba la Universidad de Texas. Había muerto consecuencia de un tumor cerebral que hacía tiempo que padecía. Así también descubrí a qué se debía su lamentable estado mental la última vez que estuvimos Elma y yo con él en Austin. Cuando llegamos a su apartamento aquel verano éste era algo así como un almacén-basurero lleno de libros, de basura sin tirar, de ropa sucia sin lavar, de un váter que olía a rayos y la bañera con agua estancada desde hacía milenios. Nathan siempre había vivido solo en aquel apartamento alquilado cerca de la Cameron Road y allí habíamos cenado muchas veces o dormido cuando le visitábamos desde El Valle del Río Grande o Washington: era un apartamento con las paredes siempre cubiertas de estanterías de libros relacionados con el judaísmo; muchos de ellos recién publicados, pero era un apartamento digno y limpio. Un apartamento disciplinado y coherente, diría yo. Él también nos venía a ver a Harlingen cuando estábamos enseñando Irma y yo en el Santa Rosa High School, en El Valle del Río Grande. En una de estas visitas aprovechamos para ir a México unos días: cruzamos a Matamoros y otros sitios de frontera. Se hizo un gran observador de la vida y costumbres mexicanas durante aquel viaje. Estaba empeñado en que aprendiera hebreo, y me dio algunas clases en el tiempo que estuvo allí. Era un gran conversador. Encajaba los detalles de la vida de los demás en su peculiar estructura de pensamiento y entonces afloraba en él cierta ironía o cierto sentido del humor. Cuando mencionaba aspectos de su vida solía hablar mucho de su madre ya anciana, de la salud de esta, de su vida en Boston. Solía llamarla con frecuencia. Era la viuda de un cartero que había emigrado de Polonia o Ucrania, no estoy seguro. Su familia también habían tenido que huir de las juderías del Este de Europa. Nathan conservaba un acento bostoniano. Le distinguía ese acento de Nueva Inglaterra. Una vez que nos vino a visitar a Alexandria (Washington) trajo un amigo joven que trabajaba en algún departamento de economía o planificación económica del Gobierno de los EEUU. Durante la cena iba descubriendo que Nathan tenía muchos más conocidos dentro del mundo judío americano de lo que pensaba y no todos eran de su tendencia ortodoxa. El joven mostraba rasgos de una inteligencia despierta muy segura de sí misma. Entre ellos solían hacer referencias a amigos comunes de diferentes ciudades.
    Cosa que no impedía que su vida fuese la de un hombre solitario con sus rarezas, sus fijaciones en algunos amigos y sobre todo amigas a las que se dedicaba de lleno y de las que hablaba mucho, pero que jamás se consumaba en ninguna relación visiblemente duradera o palpablemente real. Su mundo real era la conexión con los ancianos preceptos de Israel transmitidos por una larga tradición rabínica, talmúdica. Pero sin Dios. Eso era la esencia del pueblo judío y ello bastaba.

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  9. NATHAN SNYDER (III)
    ¿Qué más? Me parece un personaje curioso el tal Nathan Snyder, dijo Rebeca. Pedimos otra cerveza. La gente paseaba indiferente a nuestro mundo relatado en aquella mesa.

    Bueno. A Nathan lo había conocido a través de Sylvia. Un día me lo presentó en una café restaurante cerca del campus. Sylvia le tenía mucho aprecio y lo consideraba un amigo especial. Ambos trabajaban en el sistema de bibliotecas de la universidad. Yo también estaba trabajando por horas en la sección latinoamericana de la biblioteca central, pero en otro edificio muy largo y de grandes ventanales que daban a extensos jardines. Efectivamente, Nathan resultaba una persona enigmática, pero muy educada, muy amable, muy persuasivo. No obstante a medida que lo fui conociendo iba descubriendo que su relación con el mundo fuera de sus amigos y su trabajo, aparentaba ser problemática. Parecía no encajar en una sociedad que él percibía como excesivamente materialista, demasiado exigente a la hora de cumplir con lo que él le parecían infinidad de obligaciones, por lo demás innecesarias. No conducía. Se desplazaba en autobús o en taxi o andando, cosa que en Texas resultaba extraño. Sin coche era casi imposible sobrevivir en Texas, pero Austin además de los autobuses municipales tenía las líneas de autobuses universitarios "gratis", es decir se pagaban con el pago de matrícula y ya nadie exigía billete. Eso le facilitaba las cosas. Si le invitábamos a alguna fiesta que organizábamos en casa, él venía con su botella de vino y socializaba lo mejor que podía con la gente, pero había limitaciones. A veces se limitaba a observar. Nada más que observar. A medida que pasaba el tiempo Nathan parecía tender a un mayor aislamiento social y a un aumento de sus rarezas. Pero podía ser una impresión falsa. Después de todo había muchos aspectos en su vida que no dejaba de desconocer como ya había comprobado. Pero las conversaciones iban centrándose más en torno a un maestro rabino o a otro. Su vida se iba haciendo un gueto cada vez más reducido.
    Pasó el tiempo y nos vinimos a España. Mantenía correspondencia con él a través de e-mail o por teléfono, le invitaba a venir a vernos, pero siempre declinaba: volar a España era un esfuerzo supremo que iba más allá de sus fuerzas. Poco a poco la relación se fue debilitando hasta que casi llegó al silencio.
    En el año 2005 fuimos a verle y Nathan se comportaba de manera un tanto extraña. Fue cuando descubrimos el abandono casi absoluto de su apartamento y sus excesivas atenciones con ciertas personas con quienes mantenía una relación que rayaba en el delirio. Había una mujer a la que tenía que visitar casi por obligación. Todos los días le llevábamos a ver a dicha persona y siempre le llevaba una cesta de comida. Nunca nos podíamos acercar y sólo la veíamos desde cierta distancia. Salía, dejaba entrar a Nathan y después de algunos minutos salía y volvía al coche contando historias misteriosas sobre dicha mujer y su necesidad de alimentos. Pero lo peor es que durante esta visita nuestro tiempo estaba ya casi a un 100% al servicio de Nathan.

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  10. NATHAN SNYDER (IV)

    Rebeca: O sea que Nathan ya empezaba a dar señales inquietantes de desarreglo mental. Quizás ya comenzaba a hacer sus efectos el naciente tumor. O quizás su peculiar neurosis se iba declarando en algo más serio...sigue..sigue...

    Sigo: Nathan, durante esta última visita a Austin, se estaba apoderando de nuestro tiempo y de nuestra compañía de una forma compulsiva. Algo iba mal. Tenía todo planificado al milímetro y ese mismo día fuimos a San Antonio a ver a unos amigos profesores de literatura de la universidad o de un community college, ahora no estoy muy seguro. Primero fuimos a casa de uno de esos amigos que era poeta y algo extravertido. Este hombre en cuanto tuvo la primera oportunidad nos cogió aparte y nos anunció que Nathan estaba muy mal, que su cabeza ya no distinguía bien la realidad de la fantasía, y que además se comportaba como un niño caprichoso. Luego fuimos a ver al otro amigo que estaba con su mujer y dos hijos pequeños y los cuatro fuimos a ver el antiguo distrito alemán de San Antonio con sus grandes mansiones de madera. Nathan parecía feliz y satisfecho. Todo parecía seguir el orden que él había predispuesto para nuestra visita.
    Cenamos en un buen restaurante mexicano. Los dos amigos de Nathan eran personas excelentes en el trato y con buena y amena conversación. Los dos eran judíos y habían conocido a Nathan en relación con la literatura yiddish y la biblioteca Perry Castañeda. Durante la cena mucha conversación se centró en la literatura y teatro yiddish. Hacía una noche de calor texano: calor húmedo por estas latitudes a doscientas millas del Golfo donde se cuecen las nubes más grandes del planeta que luego viajarán en dirección norte a través del océano. San Antonio era un lugar superconocido para mí por las muchas visitas hechas y el tiempo pasado aquí con Nidia después de casarnos en Pasadena, Texas. Una vez acabada la cena volvimos a Austin. La cuestión ahora era cómo desprendernos de Nathan y recuperar la libertad y el tiempo libre para nuestras cosas y nuestros planes. Dejamos a Nathan en el apartamento y fuimos a dormir a un motel no muy lejos. Una visita más al apartamento de Nathan hubiere acabado en un contagio de la peste más galopante. Podría haber habido hasta nidos de ratas o serpientes de cascabel.
    Al día siguiente estaba empeñado en llevar acabo una vista a una poetisa que el adoraba y conocía también en relación a su trabajo de bibliotecario. La poetisa vivía en Luling, a unas cien millas al sur de Austin.

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  11. NATHAN SNYDER (V)

    Rebeca: Y ¿fuisteis a visitar la poetisa? ¿Cómo fue la visita?
    Yo: Bueno, antes hubo que consumir el día según los planes previstos por Nathan. No obstante he de reconocer que el día resultó agradable.

    Al día siguiente nos dedicamos más a Austin. Otra vez llevamos a Nathan a visitar aquella extraña mujer mientras nosotros esperábamos en el coche. De nuevo le llevaba un par de bolsas de comida recién comprada en un HEB, pasaba un tiempo y luego pasábamos al siguiente paso del plan que ya tenía organizado. Fuimos a un restaurante vegetariano cerca de la universidad donde nos presentó a un señor que estaba leyendo el Austin American Statement. El señor vestía unos shorts de vaquero y parecía conocer a Nathan de un modo familiar. Era un profesor de hebreo de la UT con apellido alemán con cara de erudito y buenos modales. Al cabo de unos segundos apareció su mujer unos 20 años más joven que él y hermosa sin lugar a dudas. Una mujer que nos invitó a compartir el café con ellos y la conversación se centró en la lengua hebrea y en la política local texana. La música de fondo era un country suave de Willy Nelson. El aire acondicionado estaba un poco alto y apetecía poner una cazadora. La mujer se puso a hablar con Elma y las dos se separaron un poco de nuestra conversación de hombres. Suele ocurrir. Las mujeres tienen sus cosas que compartir, cosas comunes a su género que no es compatible con el sentir de los hombres y eso no importa lo liberal que sean las personas o el ambiente.
    Una vez finalizado el café decidimos ir todos a nadar a Barton Springs, una piscina natural alimentada con agua fresca de manantial y rodeada de césped verde y arboledas. Un lugar ideal para bañarse cuando la temperatura supera los 35 grados como es habitual en Austin durante los meses de verano. Más tarde fuimos a comer al Logan's Place donde la barbacoa era de chuparse los dedos. Una jarra de cerveza fría me puso a tono. La conversación fue haciéndose cada vez más variada hasta que un delicioso pastel de queso puso fin a la comida. Entonces decidimos ir a echar una siesta al motel mientras Nathan hacía otra visita que él tenía pendiente cerca de su apartamento. Quizás otra mujer extraña en situación de necesidad. Qué tipo de necesidad era difícil de saber. Aparentemente habían tenido serios problemas de relación con sus amantes o maridos y ahora vivían una angustia que Nathan sabía aliviar de alguna manera. Solía contarnos este tipo de historias en relación con esas extrañas mujeres. No parecía salirse tal tipo de relación meramente espiritual o moral. A veces la ayuda parecía ser económica, pero no nos conviene elucubrar más sobre esto; y, máxime, sin contar con pruebas fehacientes que demuestren nada.
    En una hora habríamos de ir a Luling. Un poco tarde quizás. Se nos haría de noche, pero Nathan estaba empeñado en hacer realidad aquella visita a su amiga poetisa, la mejor petisa del mundo; una persona que yo debía de conocer. Una persona mágica para él.

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  12. NATHAN SNYDER (VI)

    Rebeca: ¿Y fuisteis? Me refiero a la visita a la poetisa.
    Yo: Sí, fuimos.

    Ya era tarde. Serían las 6:30 de la tarde. Cogimos el coche y nos dirigimos a la autopista 35 sur en dirección San Antonio para luego salir en dirección a Luling. La tarde era calurosa. Nathan nos dijo que ya había avisado de nuestra visita a la poetisa por teléfono. Según él yo debía de conocer a tal poetisa de cuyo nombre no me acuerdo porque tal poetisa era una persona excelente, una persona que escribía buenos poemas, aunque Nathan no explicaba la razón de por qué escribía buenos poemas. Quizás la poesía de nuestra poetisa de Luling fuese una poesía que Nathan disfrutase en profundidad, pero Nathan sólo anunciaba que la poesía era buena y que la poetisa merecía nuestra visita, mi visita, porque él había descubierto una extraña afinidad entre ella y yo. Y es por eso por lo que una hora y pico más tarde cuando ya estaba anocheciendo llegamos a Luling. Un pueblo típico texano con su extensa plaza cuadrangular en el centro con edificios de planta baja, juzgado, comisaría y ayuntamiento todo junto en un edificio de corte neoclásico. Nathan estaba nervioso dirigiéndonos a la calle donde estaba la casa de nuestra poetisa. Dimos vueltas y más vueltas por las calles del pueblo todas ellas casas y mansiones con sus praderas, sus arboledas, sus garajes....Ya era de noche y por fin llegamos al final de una calle donde se alzaba una mansión de madera bastante antigua, quizás últimos del siglo XIX. Era grande y estaba rodeada de césped y nogales. La luna era llena y la luz nos permitía ver la casa como una forma espectral aislada del resto del pueblo. Seguía haciendo calor. Yo estaba un poco mosqueado con aquella situación tan inesperada. Nathan se bajó del coche y rápidamente se puso a llamar a la mujer por su nombre propio. La llamaba a voces. Decía que había quedado hacia esa misma hora y que era raro que no contestase. En la mansión nadie daba señales de vida. Me llamaba la atención aquella casona un tanto siniestra y también que nadie respondiera a las voces de Nathan, por cierto muy poco apropiadas a esas horas para un pueblo decente, pacífico y con su historia como era Luling.
    Al cabo de unos diez minutos largos se oyó una respuesta de una persona que venía caminando por un sendero que surgía de la oscuridad de la arboleda cercana. Venía con dos niños de corta edad y detrás la seguía un hombre de unos cuarenta años que vestía un mono de granjero con pechera y tirantes. La poetisa se disculpó. Mostraba señales de nerviosismo. Era evidente que aquella visita le resultaba un tanto inoportuna y que no sabía qué hacer con Nathan y menos con nosotros....

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  13. NATHAN SNYDER (VII)

    Rebeca: Voy a pedir otra cerveza, ¿quieres otra? Esto sí que es interesante...
    Yo: Sí, vamos a pedir otra, creo que necesito un buen trago...

    El caso es que nos invitaron a entrar en la casa previa presentación formal. La poetisa era una mujer de unos 38 o 40 años pelirroja y amable. Sin ser precisamente guapa, tampoco era fea. Su rostro resultaba cada vez más agradable una vez comenzábamos a conversar. Nathan se deshacía en elogios hacia mí y yo me quedaba un tanto cortado sin saber qué decir. Yo no escribía poemas, no tenía ningún poema que comentar, tampoco había leído nada de aquella mujer. Era una situación un tanto embarazosa para mí. El hombre del mono con pechera se disculpó y se retiró para llevar a la cama a los niños. La poetisa nos preparaba un te y nos hacía preguntas sobre nuestro país o nuestros gustos o sobre cómo había conocido a Nathan en la Perry-Castañeda y lo buen bibliotecario que era. La sala era grande pero muy rústica, olía a madera seca y a alfombras. Nos sentamos en la mesa a tomar el te y Nathan quiso que la poetisa leyera algunos poemas. Un tanto forzada sacó un pequeño libro y nos leyó un poema que la verdad me gustó. Entonces apareció de nuevo el hombre y se sentó en un sillón cercano sin prestar demasiada atención a lo nuestro. La poetisa, un poco más tarde, quiso que el hombre leyera el segundo poema. Y así fue. Lo leyó con un tono de buen rapsoda. Afuera la noche estaba dominada por una luna llena resplandeciente y el paisaje adquiría una tonalidad fantasmal. Hubo un momento en que parecía que la conversación se agotaba y los poemas ya no tenía mayor sentido seguir leyéndolos. Yo aproveché para ir al baño. Me indicaron el sitio. Fui por un pasillo, pero el pasillo daba a otra sala grande y la sala tenía varias puertas de cristalera que daban a diferentes dependencias y habitaciones. La casa era grande de narices y yo ya estaba perdido. Me dio por entrar en una de las habitaciones creyendo que ese sería el baño cuando de repente en la cama había una figura de un hombre paralítico, una persona que padecía parálisis cerebral desde su infancia pues no podía ni hablar, y sólo balbucía como lo haría un animal. Su cara estaba aplastada y me miraba con unos ojos asustadizos. Quizás no comprendía quién era yo y qué demonios hacía allí cuando no me correspondía estar allí. Volví a salir y traté de volver por donde había venido. Por suerte descubrí uno de los baños y poco a poco y tanteando llegaba de nuevo a donde estaban los demás. El señor resultó ser un hermano inválido de la poetisa que ella cuidaba desde toda la vida.
    Me pareció en un momento que ya nada pintábamos allí y que la visita no tenía por qué alargarse y que la poetisa ya había cumplido más que de sobra con nuestra inoportuna visita y que era hora de irnos. Nathan tampoco sabía qué más decir. Yo entonces decidí que teníamos que irnos, que ya era tarde y que habíamos disfrutado enormemente de su hospitalidad. Nathan trataba de alargar la estancia, pero yo insistí ya de forma seria y después de despedirnos de aquella buena gente volvimos a Austin. Llegamos a Austin hacia la 1 de la noche y muy cansados.

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  14. NATHAN SNYDER (VIII)

    Rebeca: ¿Y cómo acabó el asunto?

    Yo: Al día siguiente fuimos a desayunar a un pequeño restaurante de la calle Duval. Mientras desayunábamos Nathan se puso a leer en voz alta las reflexiones sacadas de un libro de un rabino polaco de los años veinte. Un maestro hasidim posiblemente. Leía en hebreo primero y luego traducía al inglés. La gente nos miraba un tanto sorprendida. Llamábamos la atención de forma descarada. Era evidente que Nathan estaba ya fuera de control. Seguir con él más tiempo hubiese supuesto tener que subordinarse a cualquier inesperado absurdo. Una vez que paró de leer nos impuso su plan para ese día: de nuevo la visita a la señora misteriosa, más tarde había que caminar por un parque que él conocía, luego había otra visita a otra señora, viuda de un buen amigo suyo pasado a mejor vida; y, para comer habríamos de hacerlo en un sitio determinado. El problema era que Elma y yo teníamos otros planes para ese día: queríamos pasar el tiempo con unos amigos y visitar otros sitios a nuestro aire. Se lo expusimos a Nathan, pero estos planes no resultaban de su agrado y entonces se irritó como un niño pequeño caprichoso a quien le quitan un juguete preferido. No había más solución que dejarle en casa con la promesa de buscarle en otro momento. Y esta fue la última vez que vi a Nathan Snyder. Su deterioro mental era ya muy evidente. Quizás el tumor empezaba a hacer estragos.

    Rebeca: ¿Qué valorabas en Nathan cuando le conociste como estudiante?

    Yo: Al márgen de sus peculiares rasgos neuróticos y su irritación contra el mundo de la modernidad americana; Nathan era un hombre racional y pragmático en su vida profesional. Se reía de cualquier veleidad sentimental o idealista. Su judaismo consistía en lo que ya dije antes: se trataba del cumplimiento de unas normas aplicables a la vida diaria y al menester de la vida prosaica. Resultaba curioso que una persona como él, aparentemente inconformista con el mundo gentil y mucho del judaico; sin embargo, celebrara la vida prosaica y cotidiana del trabajo como la más importante preocupación del hombre. Lo primero era saber ganarse la vida del modo más honesto posible, luego tener todos los gastos cubiertos sin deber a nadie nada; también ayudar al necesitado, ser fiel a las amistades y no complicarse la vida con distraciones o ideas vanas que sólo conducen a una mayor confusión y necedad. Para eso no hacía falta ningún Dios, y, aunque él muchas veces antes de las comidas dirigía un rezo en hebreo a D-ós, tal rezo no era nada más que un ritual obligatorio que todo buen judío habría de seguir y eso era lo que importaba. La idea de Dios para Nathan sólo era útil y necesaria en el contexto de la milenaria identidad judía que había que conservar y mantener a toda costa; pero sólo eso. Tomar a Dios como un ente existente y real le resultaba un tanto necio.
    Que fuera un ateo confeso y al mismo tiempo un judío muy ortodoxo, no era tan inusual en ciertas tendencias del judaismo como más tarde pude comprobar leyendo o hablando con judíos practicantes tanto reformados como ortodoxos. Lo que importaba era la Ley, la Torá y las tradiciones y enseñanzas en torno a la Torá. La Torá era la esencia eterna del universo. El estudio y la meditación en torno a la Torá era el secreto de la identidad judía. Así lo quise entender yo. Dios venía a ser más una creación humana, una necesidad de la inmadurez humana.
    Nathan significaba eso y otras muchas cosas. Nathan no aburría. En medio de la repetición y el aburrimiento social, uno podía encontrase con alguien inusual, alguien a contracorriente, alguien con ideas y modos de ser chocantes y desafiantes; y al mismo tiempo instalado en la obsesiva práctica de un sentido común que ha de pisar siempre tierra. Ese era el Nathan cuerdo y sensato de muchos años atrás cuando era estudiante en la Universidad de Texas.

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  15. He aquí la reseña de Nathan Snyder. Un fuerte abrazo allá donde estés. Fiel amigo que aún en circunstancias de deterioro mental quisiste hacer de nuestra vida algo más agradable y bueno.

    http://www.legacy.com/obituaries/statesman/obituary.aspx?n=Nathan-Snyder&pid=135056267

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  16. GURPAR NEMOLENO

    Para Gurpar Nemoleno lo más odioso de su vida había sido trabajar con una máquina de llenar tubos de betún que había que colocar a mano y siguiendo la robótica cadencia de la máquina. Era volverse loco. O una de dos: o se hacía él mismo máquina, o se volvía loco. Decidió hacerse máquina. Hoy es feliz siendo máquina.

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  17. MERNOLAM DE GÍSCARES

    Mernolam de Gíscares estaba tomando un café en un establecimiento de un pueblo. Estaba tranquilo, reposado, relajado. Pero quizás era algo más. Joyce hablaba de las epifanías de los artistas. O sea, cuando el mundo se te revela como algo extraño, desplazado de su normalidad; y de repente el acontecimiento se torna en inusitada extrañeza, como un momento que aparece en forma de luz y te das cuenta de la luz. Estaba tomando café y de repente se sentó ella en frente de él. "Hola", le dijo. La sonrisa de la mirada y el milagro del momento. No cabía de alegría. Explotaba de felicidad. El culmen de su vida. No podía ser.
    Cerró los ojos. Volvió a abrirlos y seguía allí.
    Dicen que hay un momento en la vida que puede significar la culminación de todos los anhelos y que el mundo se aparece como lo que es: misterio.
    Mernolam de Gíscares vivió tal epifanía, tal revelación, tal milagro, tal acontecimiento.... por un tiempo que dejó de ser tiempo.

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  18. Nesalem se va por cinco días a Irlanda. Visitaré Dublín, Belfast y Limerick. A lo mejor cuento algo desde mi móvil.

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