Hablando con gente de la enseñanza tomando un informal café.
Se quejan de lo de siempre, de la dificultad que existe para disciplinar a los
chavales. De cómo los padres y sus organismos de representación, interfieren
cualquier forma de aplicación del régimen disciplinar de los institutos
mareando la perdiz hasta hacer imposible que funcione cualquier medida de
castigo. Una cosa queda clara en muchas de estas quejas que surgen en estas
conversaciones informales: el sentido común se ha perdido por completo; y, el
sentido común de las cuatro normas morales y éticas con valor universal: no
mentirás, no robarás, no engañarás, no adulterarás las normas para sacar
provecho propio a costa de los demás, etc.; se disuelve en una infinitud de
factores psicológicos, ambientales, de familia, de entornos socioeconómicos, de
idiosincrasias culturales, de absurda superposición de interpretaciones que acaban
consumiendo el tiempo y la paciencia de cualquiera, menos de los interesados en
que esto ocurra.
Con ello se logra inutilizar la razón de sentido común, para
perderse en el denso bosque de las ambigüedades, de los vericuetos que no
llegan a ningún sitio, de los obstáculos que impiden seguir caminando. Todo
ello no es inocente, es una vieja táctica de enredo que los políticos americanos
llaman “filibusterismo”. Se trata de anular o agotar un asunto, no en base a un
interés pragmático en la búsqueda de una rápida solución, sino en enredar la
madeja de tal forma que ya no se sabe por donde se entró y por donde se va a
salir. Con ello el asunto se hace inviable y todo sigue como estaba. Esto es lo que pasa con la enseñanza y con muchas cosas en
la vida. Lo simple se complica artificialmente y, como no hay final o referente
que se pueda atar de forma absoluta, los argumentos pueden extenderse hasta el
infinito. Solo la cordura y el pragmatismo del sentido común avalado por una simple
ética de valor universal nos pueden hacer funcionar con equilibrio mental y
social.
Un centro de enseñanza que no responda a ese sentido común ya ha perdido los referentes capaces de educar con eficacia. Si el poder lo van a tener los alumnos, los padres y los políticos; entonces la enseñanza se convierte en un pretexto para satisfacer intereses particulares de otra índole: institutos como guarderías juveniles, como espacios de
Un centro de enseñanza que no responda a ese sentido común ya ha perdido los referentes capaces de educar con eficacia. Si el poder lo van a tener los alumnos, los padres y los políticos; entonces la enseñanza se convierte en un pretexto para satisfacer intereses particulares de otra índole: institutos como guarderías juveniles, como espacios de
expresión espontánea
adolescente, de socialización sin más reglas que las que el capricho dicte,
etc. Todo ello sí interesa a muchos padres y por descontado a mucho alumno y,
hasta a bastantes profesores que prefieren seguir el juego para evitarse
problemas y ganarse una popularidad que en otro contexto no les correspondería.
Como la enseñanza pública sigue patrones centralizados de currículo y
normativa; no hay opción a que los padres que no estén de acuerdo con este
modelo pudieran enviar a sus hijos a otro centro con otros criterios de
enseñanza y educación. Ese es un tema tabú tildado de muchos nombres
malsonantes: elitismo, desigualdad, etc. Todos cortados por el mismo patrón político-ideológico.
Al disolver las normas de sentido común y tradición, la
mentalidad hipercrítica posmoderna ha abierto así mismo las muñecas rusas en un
interminable juego de interpretaciones donde, en un principio, todo vale hasta
que alguien o algo imponga un “consenso” (léase, fuerza y poder), que es el que
más interesa a una política o ideología concreta. Con ello también el problema de
la disciplina se utiliza como prueba evidente de que lo que se necesita es más “diálogo”
profesor-alumno-padres, más profesor con “talante” majo; en lugar del “autoritario”
profesor que impone “por la fuerza”. Es decir: hemos de asumir que los
institutos son en primer lugar guarderías sociales juveniles, todo lo demás es
secundario a esta función primordial.
Todos los días bajo en ascensor con unos vecinos que son profesores de instituto. Nos acompañan nuestros respectivos hijos, y cuando escucho sus conversaciones veo que transigen, toleran y soportan los mismos desplantes filiales que el resto de los mortales.
ResponderEliminarMuy de acuerdo Nesalen. Hay un pilar básico de sana autoridad que reside en el padre de familia, de ahí procede la del profesor y la de los padres de la patria, hoy llamados,políticos. Se han ido destruyendo una tras otra y además, desde ciertos circuitos, estas tres vocaciones han sido vilipendiadas, ridiculizadas , anatematizadas y el desempeño auténtico de esas vocaciones se ha convertido en una verdadera tragedia heróica y suicida. Hemos de ser indulgentes con los que se han dado por vencido. No todos pueden ser kamikazes
ResponderEliminarSr. El Último de Filipinas, la ley del sentido común y la ética universal ha de prevalecer en todo caso y al márgen de las problemáticas particulares. Tiene toda la razón: multitud de profes como padres, lamentablemente, "no pueden" con los hijos y; si intentaran "poder" con autoridad posiblemente acabaran ante el juez dando explicaciones de el porqué de su oportuno y purificador bofetón al insolente y deslenguado mocoso. Esa "horrible" violencia paterna sería considerada peligro social, delito de alejamiento. Esta es la sociedad que nos toca vivir, pero aun así me niego a renunciar a esos principios tan sencillos y claros.
ResponderEliminarEstamos ante una generación que, por primera vez en la historia de la humanidad, no ha conocido la privación ni la necesidad, y ha tenido satisfechas sus necesidades básicas y hasta sus caprichos de una forma prácticamente total. Una generación que ha vivido en un ambiente de permisividad y mimos desconocido hasta ayer mismo, de manera que muchos de ellos son los amos absolutos en su casa, imponen sus caprichos a los padres, y a veces los tiranizan. Y lo mismo hacen en los institutos: se creen con DERECHO a aprobar, y arremeten de todas las maneras posibles contra los profesores "tiránicos" que les niegan ese supuesto derecho, movilizando si hace falta a los padres para que vayan a enfrentarse con los profesores hasta arrancarles el aprobado. Calumniando a veces a los profesores ante unos "comprensivos" padres, casi siempre dispuestos a tomar partido por sus retoños.
ResponderEliminarEsta generación LOGSE es la generación de los indignados. Como no se les ha educado en la disciplina, la seriedad, el trabajo y el esfuerzo (salvo honrosísimas excepciones, que de todo hay) se creen con derecho a todos los beneficios en la vida, sólo por el mero hecho de existir y ser guapos. Cuando la vida real les niega esos "derechos", arremeten contra los malvados en quien personifican su frustración: el estado, los banqueros, la policía, los mercados...
Si hubieran estado educados en la responsabilidad y el esfuerzo, si hubieran recibido las enseñanzas industriales, comerciales o financieras necesarias, buscarían otros caminos. Fundar empresas o cooperativas, fundar sociedades mercantiles o financieras, abrirse camino con sus productos o sus cualidades personales en el mercado, etc. etc. Pero no, no va por ahí. Eso es cosa de calvinistas. En los países católicos, todo lo tiene que proveer el estado como derecho gracioso de los ciudadanos. Por eso, la cosa tiene muy difícil arreglo.
Cuetu
Es así de lamentable y real, tal como Cuetu expresa perfectamente. Todo esto empezó ya hace bastantes años (muy pocos para la Historia, pero demasiados para una generación) cuando se empezó a imponer el “padre amigo” como símbolo de progresismo y civilización contra el “padre educador”, símbolo de lo retrógrado y del fascismo. Así nos ha ido y a ver cómo le damos la vuelta. Muy difícil con unos padres criados, que no educados, en esa filosofía y que ya han sido padres a su vez, sin la más mínima capacitación de cómo serlo, nunca tuvieron la oportunidad de aprender de unos padres normales.
ResponderEliminarAZOR