Aquella noche Samor se puso a escribir algo pero no sabía lo que quería decir. ¡Cuántas cosas tenía en la mente que no acertaba a expresar! Pensó entonces en la mente y se paró a reflexionar sobre ella. Buscó la palabra en el diccionario y leyó: “Potencia intelectual del alma”, y luego: “Diseño, pensamiento, propósito, voluntad”, ¡Rediós!—dijo para sí!—, ahora tengo que buscar la palabra alma. Y se pone a buscarla en el mismo diccionario: “Sustancia espiritual e inmortal, capaz de entender, querer y sentir, que informa al cuerpo humano y con él constituye la esencia del hombre”. Y seguidamente buscó voluntad: “Potencia del alma que mueve a hacer o no hacer una cosa”. Y otra definición: “Elección de una cosa sin precepto externo que empuje a ello”. “¡Date!” — pensó—, podría seguir buscando definiciones de todas las palabras mencionadas en dichas definiciones, y entonces acumularía más palabras que después tendría que buscar también en el diccionario y así ad infinitud. Podría resultar hasta un juego divertido si no fuera que no tenía tiempo para ello y además sería algo tan inútil como redundante”.
Entonces volvió a
la palabra mente y visualizó la palabra en sí: la m, la e, la n, etcétera.
Luego la pronunció tres o cuatro veces en voz alta. De repente se dio cuenta,
mejor dicho, se sintió atrapado en un universo de letras. Fue tal sensación que
no tuvo más remedio que levantarse del escritorio y dar vueltas por la
habitación repitiendo palabras en voz alta con el deseo de comerlas, de
masticarlas. Preparó entonces un café y se puso de nuevo a pensar. “Vamos a
ver, —siguió pensando Samor—, la palabra mente me llevó a otras palabras, y
esas palabras a otras, estructuradas de una u otra manera. ¿Habrá manera de
salir de las palabras o del lenguaje?” Paró de pensar y cerró los ojos. Por un
momento sintió un vacío absoluto, pero fue como flash interrumpido de repente
por la imágenes de todo tipo, y después, inevitablemente, vuelta a las
palabras, al pensamiento. “No, es imposible salir del lenguaje. Mismamente esas
imágenes ya son en sí parte de un lenguaje con unos códigos de significado que
no se escapan a la cultura que uno ha estado mamando. ¡Vaya, vaya! Esto es muy
interesante”.
Bebió un sorbo de
café y moró para el reloj: eran ya las dos de la mañana y afuera hacía un frío
de temblar.
“¿Quiere esto
decir que no existe ninguna esencia o sustancia más allá de las palabras en
juego con otras palabras? No había, pues, fantasmas o espíritus inmateriales,
se llamen como se llamen, que buscan expresión a través del lenguaje, sino todo
lo contrario: esos espíritus o fantasmas los crea el mismo lenguaje. No hay
nada que expresar, no hay contenidos que sacar a la luz. Nosotros mismos somos
lenguaje”.
Entonces empezó a
sentir un gusto especial mientras escribía. Algo así como si estuviera creando
una realidad propia allí mismo sobre el papel. Releía lo que escribía y se daba
cuenta de la magia y el poder de las palabras, del lenguaje. Era como una
especie de cábala combinando significados, por ejemplo, la palabra bosque
producía la imagen de un bosque, y avión la de un avión, y Samor entonces
parecía un niño rodeado de juguetes nuevos con los que nunca iba a cansar de
jugar. “Esto es demasiado—siguió pensando—. Esto también quiere decir que las
posibilidades de crear significados son infinitas. Las combinaciones de letras
y palabras son interminables”.
Pensó entonces en los grandes poetas de la historia de Dharmat y parecía que empezaba a comprenderlos. Todos ellos hablaban y jugaban con esta magia y creatividad del lenguaje. De repente miró a la taza de café y la tocó, sintiendo el calor que se trasmite por el sistema nervioso hasta producir una sensación agradable. Aquella sensación se estaba produciendo fuera de todo lenguaje o código cultural. Pero luego pensó: “Sí, esas sensaciones son externas al lenguaje. La luna que se ve a través de la ventana es también algo externo, fuera del lenguaje, pero cuando esas sensaciones pasan a ser palabras calor y luna empiezan a funcionar dentro de la lengua con significados muy peculiares. Por otro lado la palabra luna puede tener un significado astronómico, poético, práctico, simbólico, etcétera”. “¡Efectivamente!” —dijo de nuevo—. Y de repente le vino la palabra tropo a la mente. Consultó el diccionario y leyó.:”Empleo de las palabras en sentido distinto al que propiamente les corresponde, pero que tiene con este alguna conexión, correspondencia y semejanza. El tropo comprende la sinécdoque, la metonimia y la metáfora en todas sus variedades”. El problema con esta definición estaba en la frase del que propiamente les corresponde.
“¿Cuál es el
sentido fijo o propio de las palabras? —pensó Samor—. ¿Y si no existe tal
sentido fijo o propio de las palabras y todas ellas bailan continuamente al son
de la música que se les toque? ¿No intenté a fijar la definición mente al
comienzo de esta aventura y sin darme cuenta me vi patinando por todo el
diccionario? Las palabras siempre tienden a escapar a significados definitivos,
están de continuo resbalando y apuntando a otras palabras. A no ser que … A no
ser que se les imponga significado definitivo y propio, cosa que ya estudiada
por los nuevos filósofos de la Universidad de Dharmat, que analizan la relación
entre lenguaje y poder”.
Miró entonces al
reloj y vio que ya era bastante tarde. Haría mejor en dejar de darle vueltas a
la cabeza e ir para la cama. Pero siguió:
“El universo como
cosa-en-sí es un misterio. Lo que ahora vemos y palpamos como realidad no es
más que lo que podemos alcanzar a través de lenguajes o códigos culturales. Vemos
lo que estamos condicionados a ver. Filtramos los flujos de energía del
universo de acuerdo con percepciones que nos han sido impuestas, o que tenemos
que mantener para poder sobrevivir como gente normal y responsable. Pero nunca
se alcanza un control absoluto de las personas. Jamás se logran imponer
significados definitivos, dogmas eternos, metafísicas fosilizadas. Siempre
surge la grieta, la crisis, otro comienzo, y el mundo cambia hacia otra cosa.
Siempre siguen existiendo los discursos-sombra, las voces de los que reclaman
más espacios de libertad, de los que quieren dejar de ser objetos para ser
sujetos”.
Pero también las
voces de los que quieren más límites, más ataduras. ¿No era esto lo que quería
decir el capítulo V del libro de Eleazar de Galilea? Y se fue a la cama con la
mente febril de tanta extraña emoción. Habría de comenzar su aventura
cuanto antes.