24 agosto, 2023

LA GRAN CIUDAD

 El centro de gobierno de la Gran Ciudad era un programa llamado Savage. Savage comunicaba con los programas subordinados a su control a través de conductos privados que derivaban en otros conductos que conectaban con determinados robots; y, tales robots entonces hacían su trabajo. Todo estaba centralizado en Savage. Y Savage constituía una red abstracta de gobierno cuya labor era preservar las estructuras de distribución de financiación, del cuidado del orden en la ciudad a través de su eficaz policía robótica, de llevar a cabo las obras necesarias de infraestructura municipal, de producción de propaganda subliminal capaz de programar cerebros humanos a través del programa Xcer6. El gobierno de la Gran Ciudad era perfecto en su nivel abstracto.



La ciudad funcionaba en su perfección abstracta y eso era lo importante. La población real de carne y hueso quedaba libre a su arbitrio, a su libertad y modos de vida. Todo estaba bien mientras el esquema abstracto de gobierno y poder mantuviese la ciudad como un ente maquínico perfecto con sus robots y sus conductos y sus terminales. Nadie sabía quién había programado el programa Savage y quién lo actualizaba. Probablemente Savage se actualizaba a sí mismo en función de programas más avanzados aquí en la tierra como posiblemente fuera de la tierra.

La Gran Ciudad era una ciudad libre dentro de los parámetros del programa Savage. La carne y la sangre podía organizarse como quisieran, pues para Savage la carne y la sangre homínida eran productos o deshechos o restos de antiquísimos programas desarrollados en el planeta tierra en épocas pretéritas. No tenía más interés la Gran Ciudad que mantener esa reserva homínida a su libre albedrío, o sea, al determinismo de sus códigos genéticos ya anticuados y defectuosos, hasta que el agotamiento y la absoluta degeneración acabase haciendo desaparecer esa rama biológica fracasada.

De ahí que la Gran Ciudad se iba convirtiendo en todo un patchwork de barrios y distritos gobernados en función de sus orígenes ancestrales o de sus rituales religiosos, o de sus mitos que se perdían en el tiempo, o de sus identidades nacionales y étnicas remotas. Pero también había temibles tribus organizadas como mafias depredadoras harto peligrosas cuando hacían sus salidas. O también comunas anarquistas de sexo libre y familias indefinidas que pululaban por la Gran Ciudad en carromatos tirados por mulos malnutridos. Así mismo funcionaban fábricas o espacios de producción industrial donde sus obreros trabajaban bajo ciertos privilegios. Vivían en zonas protegidas por robots-policía y su modo de vida era el de una ciudad dentro de otra ciudad con vallas protectoras y vida absolutamente aislada respecto a la población exterior. También se sabía que la Gran Ciudad albergaba población mutante fruto de diferentes mezclas étnico-culturales y sus lenguas eran completamente desconocidas para muchos. Nadie sabía definir en la Gran Ciudad qué era lo normal y la locura. Todo ello parecía más bien fruto de una paranoia delirante inherente al género homínido, pero demasiado real como para eludir sus señales y sus manifestaciones.


Fuera de la Gran Ciudad había un perímetro territorial de tierras cultivables y minas de diferentes metales y hasta se decía que se podían detectar laboratorios de genética bio-maquínica, de donde salían criaturas ciborg o mutaciones prometedoras. Más allá de dicho perímetro tan sólo se especulaba lo que podía haber. Mares y oceanos de sol achicharrante durante el día y fríos gélidos durante la noche. Mejor tan solo especular y no trascender más allá de la cuenta. Sobrevivir era posible. La libre circulación por toda la inmensa extensión urbana era absoluta. Toda posibilidad de vida estaba al alcance de la mano si uno era lo suficientemente fuerte y se lo proponía. El clima era extraño. Algunas veces llovía sin parar durante días. Otras veces el sol era demasiado brillante e intenso y la temperatura podía ser fresca o intensamente calurosa. También se producía un fenómeno curioso: el tiempo meterológico se mezclaba con las emociones o las producía de un modo desconocido. A veces producía oleadas de amor colectivo y generosidad que luego se iban transformando en pura indiferencia o frialdad, y mismamente odio y violencia incontrolada.

El Consejo de Sabios del Pueblo Erkhem sabián que el universo creado por el Dios Maligno podía llegar a ser una auténtica aberración. Una deplorable degradación. Pero degradación ¿en base a qué?

Esa era la clave. Degradación, ¿en base a qué? Hurman el viejo adivino y Sylvania la hechicera conocían las antiquísimas leyendas e historia que dio lugar a la Gran Ciudad.   

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