LA SANTA COMPAÑA
Éramos muchos críos cantando, metiendo bulla, jugando. Íbamos subiendo por el camino que subía a la aldea, y en la aldea estaba la residencia.donde pasábamos quince días de campamento. El oscurecer del verano que pronto daría lugar a la noche. El cementerio era visible desde todo el entorno.
De repente paramos. Quizás mejor decir, paramos en seco.
Fue el silencio y el miedo. Lo que estábamos viendo no era imaginación, pero hubiese sido mejor que lo hubiera sido. Una procesión silenciosa de hombres y mujeres vestidos con sudarios blancos y resplandecientes salían del cementerio con un director que llevaba una cruz y un caldero de agua
bendita. El director parecía Don Matías el cura. Las mujeres de la procesión llevaban una vela encendida y los hombres un candil.
Cretardo Jalaussa gritó: "¡¡La Santa Compaña!! Mi abuelo me habló un día de la Santa Compaña. Son muertos que salen del cementerio para dar la vuelta al mundo como almas en pena. Por Dios, ¡¡demos la vuelta!!"
Nos quedamos todos congelados. Muertos de miedo. Entre lo real y lo sobrenatural.
La Santa Compaña se fue alejando con el cura como director y al mismo tiempo un murmullo de voces lejanas y huecas iban entonando un milenario y remoto "Mea culpa" que nos hacía sudar frío de puro miedo que sentíamos.
LA ABSOLUTA CONDENACIÓN BÍBLICA
Al ojear la Biblia me detuve de nuevo en aquellos versículos malditos y traté de entender cómo una condenación podía ser tan absoluta. A pesar de mis inclinaciones agnósticas y mis lecturas científicas y mi aparente plena integración en la sociedad posmoderna y de posverdad y todas sus veleidades y frivolidades al uso; yo sentía respeto por las creencias ancestrales que habían dado sentido a cientos de generaciones atrás.
A veces entraba en alguna iglesia católica y me sentaba en sus bancos de madera para regresar al pasado y sus misterios, miedos y esperanzas. Los crucifijos mortíferos, sangrantes, de cristos pálidos y siempre moribundos. Vírgenes desconsoladas y ángeles que surgen de jardines perdidos para siempre por el
hombre. Apóstoles barbudos, demonios al acecho. El mito dominaba las vidas y explicaba el destino de las almas con meridiana claridad. Pero yo era protestante y mi referente seguía siendo la Biblia. A pesar de mi posmodernismo volatil y complaciente con toda idea frivolizante, seguía leyendo la Biblia con temor y reverencia. Y la Biblia podía decir cosas terribles. Aquellos versículos eran terribles. Significaban mi condena eterna y absoluta si aquella blasfemia se hubiese ya cometido en cualquier instante maldito de mi vida.
No era capaz de dormir pensado en aquellos versículos de absoluto destino infernal. Eran palabras sobre el papel. Pero su sentido era pura literalidad material y espiritual. No había manera de convertirlas en símbolo o metafora de otra cosa más deslizante, más imprecisa, más metabólica. Eran palabras absolutas grabadas en la misma eternidad de Dios y de Cristo. Absoluta condenación.
¿Alguien se puede imaginar lo que es una absoluta condenación por parte de Dios?
¡Aggghhh!