Los muchachos estaban sentados en un banco. Unos estaban sentados en el respaldo con los pies en el asiento de madera, otros sentados de forma normal pero siempre moviéndose y hablando en voz alta. Siempre inquietos. Unos comían pipas, otros bebían de un bote de refresco, otro ponía la música rap en su móvil. Pero siempre inquietos, siempre hablando en voz alta, a veces uno daba un codazo a otro, otro insultaba al de al lado llamándole gilipollas. A veces otro de levantaba y se ponía de frente para decirles algo que quería recalcar. Las palabras gruesas enlazaban las frases y oraciones a modo de conectores automáticos.
Yo no me enteraba de la conversación. El tema estaba muy desordenado, mal hilvanado, pero entre ellos la conversación funcionaba con potencia. Había intensidad en las palabras. Otras veces vaguedad. Unos llevaban la mascarilla alrededor del cuello como un pañuelo atado al modo de los pistoleros del oeste relajados. Otros la llevaban tapando algo la boca. Fue como si por primera vez descubriera una tribu urbana en su esencia.Por qué la gente piensa de una manera u otra es un misterio para mí. Por qué uno es como es y piensa como piensa, pues no hay explicación o causa y efecto que sirva. Hay indicadores o influencias, pero no son razones que convenzan o hagan necesario que la forma de ser de uno sea así o de otra manera, ni que piense de esta u otra manera. Si coges otra persona en circunstancias parecidas a la de otra quizás encuentres que tal persona no tiene afinidad alguna con ella salvo la condición humana homínida. La psicología, el psicoanálisis, etc., se metieron a buscar causas y efectos conscientes e inconscientes sobre la razón de los modos de ser, sus normalidades o estados patológicos; pero salvo cosas muy visiblemente traumáticas o catastróficas no vemos que sirva de mucho a lo hora de explicar el porqué la gente es como es.
Por eso las relaciones humanas son las más difíciles y complicadas. Podemos coincidir en algunas cosas, pero cuando rascamos un poco más vamos descubriendo diferencias importantes que hay que saber negociar o no sacarlas a colación en todo momento porque sino las relaciones entre personas serían imposibles. Suerte que sabemos navegar en la vida y sumar fuerzas en una misma dirección con los amigos, la gente en general, pero hay límites. Hay principios rectores de una vida que no son negociables o intercambiables aunque sí siempre debatibles con quien quiera razonarlos.
Soy un tanto pesimista en cuanto a la posibilidad de empatías generalizadas con la gente. Que dos personas se lleven bien y se entiendan afectivamente y empáticamente en la mayoría de aspectos de la vida ya me parece un milagro. Lo normal es relacionarse de forma superficialmente cortés, tratando de temas intrascendentes, haciendo común aquello que se muestra como común a través de los medios de comunicación, las opiniones más difundidas y refrendadas por las masas o compartir ideologías de moda. Colocarse en oposición a lo mayoritariamente considerado normalidad o enfrentarse a los bandos políticos del escenario nacional o estatal, resulta ya arriesgado: uno ha de dar muchas explicaciones, pero quien viva a gusto en la aceptada normalidad no ve ninguna necesidad de darlas. Quien se coloque en el lado incómodo, inquietante, indefinido de la vida ya sabe que se expone al rechazo de la mayoría. La gente, la mayoría, necesitamos explicaciones sencillas, prejuicios que sirvan de razones, fórmulas dadas y ya elaboradas antes que el silencio o el misterio o la duda.