Una máquina funciona cuando la hacen funcionar. No se hace preguntas. No piensa. No tiene por un lado una mente pensante y por otro un cuerpo material interactuando con el mundo real. La máquina es actuante. Actúa tal como fue programada. Diseñada. No tiene conciencia de lo que hace. No sufre cuando se estropea o se desgasta. No hay pasiones o sentimientos que la hagan estar deprimida o alegre. Simplemente hace, funciona. No importa la simplicidad o complejidad de sus tareas o
funciones, ella simplemente funciona. Un mecanismo o estructura sin alma. Una composición analítica con input y output. Dale input y tendrás output. No tiene que elegir más que aquello para lo cual ha sido programada.
La conciencia. Una máquina que diseña otra máquina y la hace funcionar para cumplir sus propósitos. Sus fines. Sus fines de adaptación al medio ambiente después de haberse desapegado de él. Después de haber adquirido automoción. Autonomía. Movilidad. Y cuando hay desapego y autonomía basada en la movilidad, tal organismo maquínico comienza a diferenciar entre un yo y un ello. Un yo muy primario. Muy elemental, pero un yo que ya distingue. Lo mío de dentro y lo de afuera que no es mío pero que he de hacer mío en lo posible y en función de mi supervivencia como máquina. Conciencia primaria. Rudimentaria. La complejidad aumentará a lo largo del tiempo. Millones y millones de años. Y entonces el salto a la autoconciencia. La conciencia se desapega del organismo maquínico y comienza a verse como algo autónomo respecto de su misma máquina orgánica.
Y entonces es un yo que comienza a distinguirse del yo primario y de su mismo cuerpo y comprenderse a sí mismo como máquina expansiva que también necesita poner los pies en el medio
ambiente y adaptarse, pero cuya adaptación o adecuación de lo externo a lo interno, a lo mío, a lo propio se le escapa debido a su complejidad. La máquina de su conciencia se ha vuelto locamente expansiva y la adaptación o adecuación se convierte en una pesadilla de elecciones, de pruebas y aciertos o fracasos. Un sistema nervioso complejo está sometido a multitud de sensaciones que el nuevo yo es incapaz de someter a un equilibrio definitivo.
Y entonces crea máquinas. Máquinas sociales. Máquinas políticas. Máquinas religiosas. Máquinas artísticas. Máquinas que producen valores, significados de mayor o menor o nula adaptación. Quizás sea mejor retornar a una inconsciencia maquínica que nos libere de la pesadilla de la historia una vez y por todas.
26 enero, 2018
03 enero, 2018
LA BICI, ESPAÑA, Y LA MÁQUINA DE LLENAR TUBOS
El timbre sonaba en el taller. Yo tenía que subir a la oficina,
coger la cartera con las certificaciones y facturas y luego bajaba al almacén a agarrar la bici para salir cuesta abajo por la avenida respirando ya la libertad
de la calle. La ciudad cobraba vida con los coches, autobuses, la gente, los
guardias de tráfico.
Encima de la bici, pedaleando o simplemente dejándome deslizar cuesta abajo era capaz de cruzar y recorrer la ciudad en poco tiempo. La ciudad a mi alcance. Un flujo se deslizaba por las calles y avenidas para recaudar, distribuir y simplemente circular. El tiempo pasaba sin enterarme. Como si estuviese jugando. Tenía tan solo 14 años.
Encima de la bici, pedaleando o simplemente dejándome deslizar cuesta abajo era capaz de cruzar y recorrer la ciudad en poco tiempo. La ciudad a mi alcance. Un flujo se deslizaba por las calles y avenidas para recaudar, distribuir y simplemente circular. El tiempo pasaba sin enterarme. Como si estuviese jugando. Tenía tan solo 14 años.
Cuando el PP decidió en la época Aznar borrar de las matrículas de coches toda identidad regional o provincial, para dejarlas en simple código estatal, lo que esta mentalidad estaba legislando era la uniformidad nacional española. El pretexto era favorecer la venta de coches ya que al no poder estos ser identificados por su origen al parecer hacía más fácil su venta. La intención profunda para cualquier conocedor de la ideología nacionalista del PP, era esa oportunidad de consolidación de la identidad española en base a una uniformidad de España que fuese coincidente con el Estado.
La Constitución española ya contemplaba la diversidad de idiomas y nacionalidades históricas. No obstante, cuando en el artículo 2 se habla de la indisoluble unidad e indivisibilidad de la nación, se está hablando de una esencia metafísica, de una sublimación del concepto nación al reino de lo espiritual. Unidad indisoluble es un atributo de Dios, por ejemplo. Lo cual eleva a la nación española por encima de la realidad histórica, que es cambiante, conflictiva, soluble, divisible, compuesta, variable y contingente. Y si algo ha de ser indisoluble e indivisible, entonces la historia de España es y ha sido eterna. España se encarna en la historia como el Verbo se hizo carne: una incuestionable identidad sacralizada. ¿Un asunto retórico y estético? La historia sigue siendo lo que es en tiempo y espacio. No querer reconocerlo no cambia su naturaleza mudable y contingente. Es curioso que nuestros intelectuales y grandes críticos no estén hablando y reflexionando sobre estas cosas que son la misma esencia de la democracia. ¿Miedo? ¿Oportunismo? ¿Afirmación identitaria a toda costa?
Cuando llegaba de hacer mis recados en bici entonces me esperaba la máquina de llenar tubos. Era una máquina que consistía en una bandeja redonda con unos encajes de acero para meter los tubos vacíos que a medida que la bandeja giraba sincronizaba así mismo con el chorro que iba llenando los tubos de betún. Luego una serie de tenazas iban doblando y cerrando los tubos hasta expulsarlos por una tolva ya llenos y listos para meter en cajas. En aquellos años la automatización todavía no era completa y entonces había un operario que tenía que colocar los tubos a mano y siguiendo los inexorables movimientos ya sincronizados de la máquina durante horas. Aquello me resultaba agotador y desesperante, máxime cuando la máquina al echar el chorro de betún producía un ruido de martillazo seco que se incrustaba en el mismo cerebro volviéndote loco.
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