No son los argumentos en sí como razonables o irracionales lo que cuenta en nuestra forma de vivir; lo que cuenta son las siglas, la ideología que se profesa con amor y lealtad; la secta que comparto con
mis amigos. Con ello ganamos afectos y sosegamos nuestra ansiedad, pero posiblemente perdamos mucho en sentido común y equilibrio a la hora de razonar y abrirnos al mundo en toda su complejidad.
Esa incapacidad para escuchar con sosiego lo que me quiere decir el vecino, el amigo, el contrincante de tertulia, el cliente, el paciente, el profesional; el vendedor, el cura, el ateo, el creyente, el comunista, el liberal, el feminista, el machista, el izquierdista, el derechista; el hijo, el padre, el abuelo, etc. ¿Qué posibilidad hay de discernir los anhelos, deseos, angustias, miedos, inseguridades y esperanzas de quienes hablamos tras de las posturas, las siglas, los poses, las apariencias, los silencios de sigilo o desconfianza, el arrebato, el discurso que apaga la voz del contrincante o nuestra propia voz, sin dejarla hablar ni tampoco razonar? Para escuchar y escucharnos hace falta tiempo, paciencia, elementos de juicio, datos, ser capaz de conjugar diferentes puntos de vista de forma desapasionada. No hay tiempo. Es muy raro que (nos) concedamos tal tiempo. Es muy difícil mantener la paciencia y entonces nos replegamos en los argumentos de siempre, nos ponemos de uñas ante aquello que amenaza desestabilizarnos; y, seguimos viviendo en un perpetuo desasosiego de lo mío contra lo tuyo o mis blindadas incertidumbres contra las tuyas.
Pero quizás el problema sea más profundo y sea la misma vida quien nos imponga el desasosiego, la inseguridad y el conflicto como motor de la existencia en sí. Quizás sean nuestra propia singularidad, nuestro modo de existir, lo que hace que nuestra potencia de ser se despliegue o repliegue bajo ciertos ineludibles condicionantes y apegos que inevitablemente han de conducir al conflicto con los otros y dentro de nosotros mismos. Pero por eso no hay que desesperar, sino afirmarnos y aferrarnos a la vida como nuestro proyecto a pesar de todo.
Todo es como es y lo mejor es dejarlo ser menos cuando no te dejan ser.
ResponderEliminarAQUEL VERANO
ResponderEliminarAquel primer verano en Dallas trabajó en una fábrica de mecanización de ejes de vagones de trenes. Por alguna razón la fábrica estaba compuesta de dos secciones: una recién modernizada y con máquinas de última generación; y otra con máquinas viejas, desajustadas y desconchadas. En la sección modernizada trabajaban obreros especialistas que vestían hasta fundas diferentes. Obviamente, hacían trabajos delicados y de precisión y sus salarios, suponía él, eran más altos. En esa sección la mayoría eran blancos tipo wasp, pero en la que él trabajaba la mayoría eran hispanos-mexicanos, negros e indios apaches. Había alguna mujer también ejerciendo de tornera o fresadora. Su jefe era un negro de unos cuarenta años, alto, fuerte y con cara de boxeador, que un día se le acercó y le dijo que cómo se le ocurría seguir estudiando con 27 años recién cumplidos. Cosa extraña que preguntara aquello en el país donde todos siguen preparándose indefinidamente y a cualquier edad en cursillos, seminarios, o colleges. Efectivamente él seguía estudiando en un college del mismo distrito y vivía con su mujer y un hijo pequeño en unos apartamentos de la Peavy Road.
Las máquinas viejas costaba mucho ajustarlas y algunos ejes no daban la medida correcta y vuelta a reajustarlos con pequeñas láminas de metal y dándole al calibre y al alineador y martillazo para aquí y para allá. La sección se mantenía con salarios bajos. Seguía siendo rentable, suponía él, a base de salarios más bajos que los de la sección de alta tecnología.
Los mexicanos llamaban al jefe de sección "el mayordomo". "Ándele güey que ya viene el mayordomo" y al jefe de taller le llamaban "el mero mero": Ándele pues que anda por ahí el mero mero"; con lo de mero mero se referían a una abreviación de "el mero mero chingón". A la hora del café siempre hablaban de "viejas" y de tal o cuál chingada que pasaba por aquí (Dallas) y por allá (México). Los apaches se juntaban solos y silenciosos formando su grupo particular. Logró cierta amistad con uno que le dijo que provenían de la reserva de San Carlos de Nuevo México y que seguían no sabía qué programa de integración. Cuando le preguntó por la vida apache él chaval le trajo al día siguiente un libro gordo e ilustrado de la National Geographic sobre los apaches y punto. También conocía a otro apache en el college que pertenecía al mismo programa y estudiaba Business Administration.
(SIGUE ABAJO)
(Viene de arriba)
ResponderEliminarDe vez en cuando los jefes les juntaban en la cafetería-comedor y colocaban el atril en el frente como si de un salón de actos se tratara y entonces organizaban el ceremonial de premios y reconocimientos mensuales a los mejores trabajadores. El "mero mero" y otros "meros meros" todavía más chingones les echaban un buen discurso moralista sobre el trabajo duro bien hecho y luego repartían relojes o algún cheque extra de premio. Se indicaba en una pizarra el nivel de producción respecto a meses anteriores y siempre solía ser bueno.
Cuando se cobraba el talón semanal iban todos a una especie de bar-tienda cerca de la fábrica, ya cruzando la vía del Santa Fe, y allí cobraban el cheque. Con el dinero contante en el bolso solían caer un par de cervezas entre conversación y conversación. Hacía bastante calor cuando salía uno afuera.
Una de las mujeres que trabajaba en la fábrica tenía un brazo ortopédico. Era una señora muy dicharachera y popular entre los obreros y seguía manejando una máquina muy grande que fue la que años atrás le enganchó el brazo. Fue el indio quien se lo contó entre cerveza y cerveza.
Para ir al trabajo usaba una bici. Desde la Peavy Street hasta la fábrica el trayecto era de unos veinte minutos. La bici era una Raleight inglesa de paseo y color verde, pero no era nada normal usar una bici para ir al trabajo en Dallas. Un día le dijeron que esa era su última semana de trabajo en la fábrica, pues quedaba en "lay off" junto con otro cinco. El "mero mero" le dijo que le gustaba verle en bici yendo y viniendo al trabajo, pero que a pesar de que era un buen chico, tenía que abandonar el trabajo con la S.M. and Co.
Y así acabó el trabajo de verano, justo cuando ya él tenía que empezar el curso de Otoño en el college. Buscaría otro que compaginase mejor con su nuevo horario.
EL CARAMELO
ResponderEliminarCuando trabajaba en el hospital católico de Holy Cross me hice amigo de un tal Arturo que era de Monterrey allá en el estado de Nuevo León al otro lado del Río Grande, en el mero México, pero el pinche pendejo ya llevaba bastante tiempo en Texas y hasta hablaba pocho. Arturo y yo tomábamos el café juntos y me contaba historias de cuando vivía en su tierra.
Un día me contó la época en que salía con una chaparrita que había conocido en el club de jóvenes de su parroquia en uno de los barrios de su ciudad. Pero tanto se había enamorado de ella que hasta llegaba a madrugar temprano para acompañarla a donde ella trabajaba; a la misma fábrica de cervezas de la Tecate y allí la dejaba a las 8 de la mañana para luego volver a su casa, desayunar e irse a trabajar al centro comercial donde su abuelo tenía una tienda de abarrotes. Y así día tras día.
"Estaba loco de la chingada, pos aquella chamaquita era linda y tan dulce que yo creía que era la pura dulzura, lo más grande de mi vida. No me cansaba de besarla y de abrazarla, pero nunca me dejaba coger, y yo me moría de sufrimiento y mis güevos me dolían una barbaridad y me iba enloqueciendo con la muchachita y no sabía que hacer..."
Paró un momento y se tomó un sorbo de café. Arturo era médico oncólogo en nuestro hospital, especializado en casos de cáncer.
"El caso es que aquella locura de acompañarla y no dejarla sola un momento acabó agotando la relación, you know. El caramelo como que se iba gastando muy rápido, too fast. Así que un día me mandó a hacer gárgaras y empezó a salir con otro vato y yo me volvía todavía más loco, lleno de culpabilidad y de miseria. Híjole, que mal que lo pasaba. Ya sabes, cuando eres todavía un chamaco andas muy perdido y muy confuso y no sabes con quién hablar. Puedes hacer muchas pendejadas. Yo empezaba a darle al trago y a amargarme. Pero un día así por las buenas me pasó todo y me di cuenta de lo tonto que había sido y cómo había idealizado a la chamaquita sin darme cuenta lo aburrida y vanidosa que era. Me había librado de un montón de problemas y entonces me sentí feliz y libre, sobre todo libre."
Una vez acabado el café nos fuimos cada uno a su puesto. El mío era el de personal de mantenimiento.
Pero no dejaba de pensar en lo fácil que es que un cuerpo quede atrapado por el encanto y la imagen idealizada de cualquier cosa. El poder de la imaginación. La proyección de fuertes afectos sobre un algo que descubres en otra persona o en algún acontecimiento.... Un algo....una combinación de "algos".
Solía tomar cervezas en el Deep Eddy. Una casa de ladrillo rojo a la orilla del Río Colorado. Una orilla cubierta de maleza y un río profundo donde nadaban las tortugas o se ponían a tomar el sol en las piedras. A veces se podía ver serpientes copperhead nadando. Ufff! Daban repelús. Al otro lado del Colorado comenzaban las colinas. El Hill Country. Las noches de verano en el Hill Country eran propicias a la evocación de nostalgias que se extendían hasta los semi-desiertos del West Texas. Brian Briscoe nos había invitado a pasar unos días en su casa del Hill Country y las noches eran mágicas aun bajo el calor más agobiante. ¿Qué es ese ruido? ¿Qué es ese aullido? Entre los mezquitales puede aparecer una cascabel y la rattlesnake puede matarte. Cigarras de larga vibración. Luna llena. Música de Bob Dylan o Willy Nelson. Brian tenía un telescopio de 12" y podíamos ver hasta la cercana galaxia Andrómeda. La iluminación de la ciudad de Austin bañaba el cielo a lo lejos. En algún momento habría de producirse la plenitud desplazando las inquietudes.
ResponderEliminarVolver a Austin era volver a una vida felizmente desplazada. La torre de la Universidad de Texas vigila el curso del Río Colorado en dirección al Golfo de México. Un coche sigue el Lamar Boulevard hacia el sur de la ciudad. En lo alto de la colina la carretera serpentea por las colinas. Está amaneciendo y el horizonte se va abriendo a la luz y a las interrogantes de una inquietud efervescente. Hay algo. Siempre hay algo más allá que nos empuja a seguir hasta Johnson City, luego Fredericksburg, más allá, mucho más allá llegaríamos a Pecos y luego New México; las llanuras desérticas del Llano Estacado.
Silencio. Un gran silencio. Un silencio profundo. Observa la luna llena y el cielo transparente. Hay un infinito. Extiéndete hasta el infinito y déjate existir. Mañana en Albuquerque. Pasado nos veremos en Santa Fe y por la noche cenaremos en Taos.
Si la tormenta lo permite. Las nubes plomizas nos van cubriendo y el viento comienza a golpearnos. Se van formando remolinos en las extensas praderas. ¿Atravesamos la tormenta o esperamos en el motel?
En realidad en este mismo momento puedo hacer infinitas cosas. Voy a dar una vuelta.
ResponderEliminarCada palabra es un acto de creación. Las palabras son sagradas. Son sonidos. Sonidos estructurados. Materialidad en acción. ¿Espíritu que se expresa en la materialidad del sonido? Pobre espíritu que al materializarse nunca es pleno espíritu. Somos lo que la materia nos permite decir. La materia se pliega hasta cierto punto. Nos arrebata el poder del espíritu y nos socializa en un mundo de significados que dejan de ser nuestros. En realidad somos eso que nos permite decir el lenguaje. Y lo que los otros quieran o puedan escuchar. Traducción. Interpretación. En el mundo nunca somos. Siempre estamos de paso. Transitivos. Gran Aventura. Sitúate en las palabras, en el lenguaje.
ResponderEliminarTAKE A MESSAGE TO MARY
These are the words of a frontier man
Who lost his love when he turned bad.
Take a message to Mary
But don't tell here where I am
Take a message to Mary
But don't say I'm in a jam
You can tell her that I had to see the world
Tell her that my ship set sail
You can say she'd better not wait for me
But don't tell her I'm in jail, oh don't tell her I'm in jail.
Take a message to Mary
But don't tell her what I've done
Please, don't mention the stage coach
And the shot from a carried gun
You better tell her that I had to change my plans
And cancel out the wedding-day
But please, don't mention the lonely cell
Where I'm gonna pine away, until my dying-day.
Take a message to Mary
But don't tell her all you know
My heart is aching for Mary
Lord know I miss her so
Just tell her that I went to Timbukto
Tell her I'm searching for gold
You can say she better find someone new
To cherish and to hold, oh Lord, this cell is so cold.
Bob Dylan
PANCHITA RANGEL
ResponderEliminarPanchita Rangel se puso un día a averiguar qué era el espíritu de Dios. Hacía tiempo que acudía a una iglesia pentecostal en Weslaco y le estaba gustando el servicio pues los pentecostales prestan mucha atención al Espíritu Santo y los sermones se hacen muy interesantes pues el Espíritu mueve mucho a la gente y la gente canta y sueltan su malestar y sus cosas feas en forma de aleluyas y de gemidos o de glorias o de insultos a Satanás. Panchita se sentía muy relajada en los servicios y ella también decía cosas con palabras que parecían susurros o gemidos y cantaba cánticos muy bonitos. Cuando llegaba a casa se ponía a meditar en lo que había hecho en aquella iglesia, quería saber qué estaba pasando en su vida.
La habían invitado unas amigas del South Texas College de McAllen que también eran de Weslaco y al principio creía que no era más que una pendejada de esas de fanáticos religiosos que cantan y dicen muchas cosas, pero que no son más que puras pendejadas. Pero desde un principio como que se sentía bien, muy agustito cantando y orando en voz alta y sintiendo algo extraño en su cuerpo que la hacía moverse y soltar tensiones y la mente le quedaba clara y tranquila. Bueno, como decían los gringos, it worked, funcionaba.
Pero luego en su casa pensaba en las cosas de la iglesia. Sus amigas le decían que era muy de pensar, que pensaba demasiado las cosas y que eso la podía volver loca. En el college siempre le gustaba analizar las cosas de forma matemática y lógica como hacía la gente inteligente como su tío Manuel que era ingeniero civil y cuando platicaba se le veía muy acertado casi siempre.
Así que se puso a pensar en eso del Espíritu Santo y sus efectos en la gente de la iglesia y en ella misma. ¿Qué sería eso del Espíritu? Según la Biblia el Espíritu era la fuerza activa de Dios, o sea, la forma en que Dios actúa en la Tierra cuando quiere inspirar a alguien o actuar sobre la materia y sanarla o revelar a la mente la gracia divina que limpia los pecados, etc.. El Espíritu entonces era una fuerza que actúa sobre la materia para transformarla, para cambiarla, para colocarla en su justo sitio y así poder estar en contacto con Dios... Buff! ¿No se estaría metiendo en cosas que iban más allá de lo que ella podía alcanzar? ¿No sería mejor dejar que el pastor se lo explicara a su modo? Pero el pastor como algunas de las hermanas de la iglesia sólo decían lo que el Espíritu hacía, pero no eran buenos analizando las cosas en profundidad y a ella la dejaban un poco vacía de explicación aunque no de efectos, pero los efectos hay que comprenderlos y no dejarlos así como así, pos podrían ser también los efectos del Diablo, ¿quién sabe?
(SIGUE ABAJO)