No son los argumentos en sí como razonables o irracionales lo que cuenta en nuestra forma de vivir; lo que cuenta son las siglas, la ideología que se profesa con amor y lealtad; la secta que comparto con
mis amigos. Con ello ganamos afectos y sosegamos nuestra ansiedad, pero posiblemente perdamos mucho en sentido común y equilibrio a la hora de razonar y abrirnos al mundo en toda su complejidad.
Esa incapacidad para escuchar con sosiego lo que me quiere decir el vecino, el amigo, el contrincante de tertulia, el cliente, el paciente, el profesional; el vendedor, el cura, el ateo, el creyente, el comunista, el liberal, el feminista, el machista, el izquierdista, el derechista; el hijo, el padre, el abuelo, etc. ¿Qué posibilidad hay de discernir los anhelos, deseos, angustias, miedos, inseguridades y esperanzas de quienes hablamos tras de las posturas, las siglas, los poses, las apariencias, los silencios de sigilo o desconfianza, el arrebato, el discurso que apaga la voz del contrincante o nuestra propia voz, sin dejarla hablar ni tampoco razonar? Para escuchar y escucharnos hace falta tiempo, paciencia, elementos de juicio, datos, ser capaz de conjugar diferentes puntos de vista de forma desapasionada. No hay tiempo. Es muy raro que (nos) concedamos tal tiempo. Es muy difícil mantener la paciencia y entonces nos replegamos en los argumentos de siempre, nos ponemos de uñas ante aquello que amenaza desestabilizarnos; y, seguimos viviendo en un perpetuo desasosiego de lo mío contra lo tuyo o mis blindadas incertidumbres contra las tuyas.
Pero quizás el problema sea más profundo y sea la misma vida quien nos imponga el desasosiego, la inseguridad y el conflicto como motor de la existencia en sí. Quizás sean nuestra propia singularidad, nuestro modo de existir, lo que hace que nuestra potencia de ser se despliegue o repliegue bajo ciertos ineludibles condicionantes y apegos que inevitablemente han de conducir al conflicto con los otros y dentro de nosotros mismos. Pero por eso no hay que desesperar, sino afirmarnos y aferrarnos a la vida como nuestro proyecto a pesar de todo.