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El pastor de la iglesia le dijo que la salvación era obra de Dios y que Dios salvaba a quien quería y
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Clarita Gensana se encontró con aquel hombre al que deseaba y le dijo sin más: "Te deseo". El hombre se quedó pensativo y se puso a mirar la bonita y reluciente cara de Clarita Gensana. Entonces sacó un libro de su bolsillo y se puso a consultar palabras. Luego cerró el libro y acercó la cara a la cara de Clarita y le dijo: "Pues yo a ti no te deseo". Un perro merodeaba cerca y se puso a ladrar. Clarita Gensana se puso a llorar y el hombre siguió su camino. Aquella era una extraña ciudad y cualquier cosa podía ocurrir. El perro se fue corriendo hacia donde estaban otros perros. Un señor tocaba una trompeta cerca de un viejo roble torcido.
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Marxilio Iteramonde trabajaba en una fábrica desde hacía muchos años. Entraba por la mañana y con una máquina portátil metía un extraño ruido que resonaba en toda la nave industrial. Era lo único que tenía que hacer: meter aquel ruido con la portátil durante ocho horas. Podía pasear con la máquina y recorrer la nave vacía las veces que quisiera, pero la máquina siempre debía de meter aquel ruido. A final de mes le pagaban 500 maravedíes de los nuevos. Era un hombre feliz que no se preocupaba jamás de aquello que no le importaba. Cuando cumplió 65 años se fue para casa y allí esperó a la muerte con toda tranquilidad y viendo la tele.