Texto de Slavoj Zizek sacado de “Menos que Nada: Hegel y la sombra del materialismo dialéctico”, ( pp 237-238) Akal. Madrid 2015.
Lo que resuena directamente en esta temática es, desde luego, el motivo protestante de la predestinación: lejos de ser un motivo teológico reaccionario, la predestinación es un elemento clave de la teoría materialista del sentido, bajo la condición de que lo leamos siguiendo la oposición deleuziana (Giles Deleuze) entre lo virtual y lo realmente existente. Es decir, la predestinación no significa que nuestro destino esté sellado en un texto real que existe desde la eternidad en la mente divina; la textura que nos predestina pertenece al pasado eterno y puramente virtual, que como tal puede reescribirse retroactivamente mediante nuestros actos. En la predestinación, el destino se sustancializa en una decisión que precede al proceso, de modo que la tarea de las actividades del individuo no es constituir performativamente su destino, sino descubrir (o a divinar) su destino preexistente. Lo que queda así oculto es la transformación dialéctica de la contingencia en necesidad, es decir, el modo en que el resultado de un proceso contingente adopta la apariencia de necesidad: las cosas, retroactivamente, “habrían sido” necesarias.
Este podría ser el significado último de la encarnación
de Cristo en toda su singularidad: es un ‘acto’ que cambia radicalmente nuestro
destino. Antes de Cristo , estábamos determinados por el Destino, atrapados en
el ciclo de pecar y pagar por los pecados; pero el borrón y cuenta nueva que
Cristo realiza sobre nuestros pecados pasados significa precisamente que su
sacrificio cambia nuestro pasado virtual y, por consiguiente nos hace libres.
Cuando Deleuze escribe que “mi herida existía antes de mí; nací para encarnarla”,
¿no es esta una variación del tema de gato de Cheshire y su sonrisa en “Alicia
en el país de las maravillas” (el gato nació para encarnar su sonrisa), y una
fórmula perfecta para el sacrificio de Cristo? Cristo nació para encarnar su
herida, para ser crucificado. El problema está en la lectura teleológica
literal de esta proposición: como si las acciones de una persona meramente
hicieran real su destino atemporal eterno, inscrito en su idea virtual:
“La única tarea real del César es llegar a ser digno de
los acontecimientos creados para que él los encarnara. Amor fati. Lo que César
hace realmente no añade nada a lo que él es virtualmente. Cuando César cruza
realmente el Rubicón esto no implica ninguna deliberación o elección, puesto
que es simplemente parte de la expresión completa e inmediata de “cesaridad”,
simplemente <despliega algo que fue reunido
para todos los tiempos en el concepto de César>.” (cita de Peter
Hallward “Out of the World”, p. 139)