Tedio. Ruido extraño. Nada ocurre. No importa. La radio está hablando, pero no acabo de entender lo que dice. Hay cierta distancia. La taza de café se ha vaciado. El reloj marca una hora inquietante. Queda menos tiempo y el tiempo, por ahora, no es reversible. He perdido la noción del orden lineal. Quizás el tiempo pueda revertirse después de todo. Pero para ello habría que entrar en el paradigma prohibido.
Me paró y me dijo lo que era bueno y malo en esta vida. Yo le dije que lo que era bueno y malo para él era todo lo contrario para mí. Le pareció mal, pues toda la masa social le apoyaría a él, no a mí. Otro loco más, pensaría. La verdad es que era muy parlanchín y muy creído, pero no se daba cuenta de ello. En ese momento llegó su novia y se lo llevó del brazo. Adiós, dijo.
Los indios Apache me habían adoptado. Me habían enseñado a cazar y a encontrar agua en el desierto. Aprendí a orientarme en los parajes de la Gran Llanura. Supe hablar su lengua y pronto me llevaban con ellos a cazar. Aprendí también a escuchar sus relatos sobre el origen del mundo, de las plantas, de los ríos, del cielo, del bisonte, y todo eso. Una vez subí a la Gran Montaña y el Gran Jefe me llamó Kira-Inu. Era mi nombre sagrado. Me lo pronunció en voz baja, cerca de la oreja derecha. Aquel día fui feliz. Pronto me daría una esposa.
Me gustaba ser obrero en la fábrica llena de máquinas. Era feliz con las máquinas. Tenía cariño a las máquinas. Nunca vi nada malo que yo mismo me convirtiera en máquina. Efectivamente, quería ser otra máquina más. Ser puro movimiento mecánico sin conciencia de nada, sin sentir nada, pura materia metálica produciendo cosas. No era posible, pero logré adaptarme a sus ritmos y cadencias y era feliz.
El hombre creía que la Biblia era la verdad. Entonces la leía todos los días pronunciando en voz alta. Para él la Palabra de Dios era efectiva en su puro sonido. Y entonces repetía cada versículo veinte veces. Los mismos sonidos veinte veces. Al llegar a veinte entonces sentía los efectos de la Palabra en forma de paz mental absoluta. La Verdad está en los sonidos de la Palabra de Dios, decía él. Creo que era uno de los hombres más felices que conocí.
Cierto. Si
abres la cabeza de alguien nunca verás sus pensamientos, ni su conciencia. Son
invisibles. El motor del mundo social de los homínidos es algo invisible,
indetectable por los sentidos. Nadie ha visto o tocado un pensamiento o una
conciencia. No sigan abriendo cabezas, no sigan colocando cables. Nunca
lograrán ver ningún pensamiento, ni ninguna conciencia.