16 agosto, 2020

LA DESVIACIÓN

Estaba en mi coche en mi viaje de vuelta de la ciudad de P. Había pocos coches por la autopista. De repente apareció una desviación. Había de seguir un tramo de carretera que se salía del trazado de la autopista para evitar unas obras. Fui siguiendo las indicaciones. Disminuí la velocidad. Con cuidado. Luego parecía que había que subir una cuesta. Había un coche delante de mí. La cuesta parecía meterse por un monte lleno de eucaliptos. Era extraño. Me empezaba a parecer una desviación un tanto laberíntica e innecesariamente larga. Iba siguiendo el coche que iba delante y entonces comencé a subir por tal carretera que de repente se convirtió en camino. Miré detrás por el espejo retrovisor y no veía a nadie siguiéndome. Entonces vi una flecha que indicaba que había que desviarse por otro camino más estrecho todavía. Sin darme cuenta dejé de ver al coche que iba delante. El coche ahora iba rozando contra los matojos y matorrales a un lado y otro del camino. La desviación parecía no tener final. Había pasado media hora y seguía por aquel camino de estrechez inaudita. De repente me di cuenta que había que subir por una cuesta muy empinada y el coche parecía patinar por el terreno suelto. Le encajé la primera y fui muy despacio. 

No me explico cómo he podido meterme en esta trampa. Pero no he sido yo. Sólo he seguido la norma que me indicaba una desviación necesaria. No había forma de seguir por la autopista, pues ese tramo estaba cerrado por obras. Es evidente que algo ha fallado, pero es imposible pues yo no me he desviado de las indicaciones. Sea lo que sea he venido haciendo lo correcto. Pero ¿por qué diablos ha ocurrido ésto? El coche ha llegado a la cima de esta cuesta. La temperatura del motor se puso casi en rojo. El embrague echaba humo. De repente noto que el morro del coche se queda en el aire. El motor se me cala. Echo el embrague y pongo la marcha atrás. Salgo y miro que estoy al borde de un precipicio que corta la montaña dejando ver un paisaje de vértigo. Pero, ¿qué rayos ha pasado? ¡Maldita sea! ¿Cómo me ha podido suceder esto? 

Me desespero. No sé qué hacer. No hay nadie. Se hace tarde y pronto anochecerá. Además hay nubarrones y amenaza niebla y frío. El depósito de gasolina está más bajo de la cuenta. Me queda el móvil. Claro, el móvil. Llamaré a mi novia Pepita a que me venga a buscar. O sino, a la Guardia Civil. Claro. No tengo otra opción. Gracias a Dios es la era de los móviles. Hasta puedo sacar fotos. Hasta puedo hablar con el vídeo puesto para que vean lo que me ha pasado. Pero, ¿Dónde está mi móvil? ¡Ay la madre que me parió! Lo metí en el bolso de Pepita cuando volvíamos del pueblo y se me olvidó cogerlo. ¡Maldita sea! ¿Qué hago? Tendré que caminar y dar la vuelta por donde he venido antes de que comience a llover y oscurezca. Pero ¿Dónde estoy? ¿Qué hago? ¿Por qué?

LA ERA DE LA REALIDAD VIRTUAL NO ES MÁS QUE UN NUEVO SALTO CUALITATIVO A OTRA REALIDAD CON SUS PROMESAS Y PESADILLAS

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