Por un camino mojado por la lluvia caminábamos en silencio. Íbamos a una casa en la ladera de un monte cercano. Los paraguas iban abiertos. Detectábamos la humedad a pesar de la ropa de abrigo. Era la primera vez que íbamos a la casa de la ladera del monte. Alguien nos dijo que fuéramos. El camino mojado nos resultaba desconocido. Los paraguas parecían alas de murciélago desplegadas. Todo estaba allí transparente. No faltaba nada. Ella dijo: "Esto es lo que Dios quiere que veamos". "Por qué dices eso", le dije.
Ella me respondió: "Pues porque todo lo que vemos es lo que Dios quiere que veamos, pero solo despertamos a esta verdad en ocasiones. Y ahora me acaba de ocurrir".
Me quedé pensativo y seguimos caminando. "¿Quién te dijo eso?", le volví a preguntar.
"Mi abuela me lo dijo una vez y me impresionó. A veces me lo repito a mí misma cuando me pongo triste, o me viene a la cabeza como ahora." Seguía lloviendo. Humedad y soledad. Un camino algo incierto.
"¿Qué casa es a la que vamos?", vuelta a preguntar.
"Te has olvidado. Te lo dije cuando nos levantamos y te pareció una excelente idea." Dijo ella.
No me acordaba de nada. Seguimos caminando con los paraguas desplegados como dos alas de murciélago.
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Durante este confinamiento debido al coronavirus todos nos replegamos de alguna manera sobre nosotros mismos. Cuando el mundo exterior se cierra, desaparece la normalidad cotidiana. Lo inmediatamente normal queda en suspenso y nos fuerza a mirar a lo más cercano, lo más íntimo, las cosas que guardamos en archivos, en armarios, en recuerdos. Otros no pueden soportar este repliegue y se nutren de los estímulos externos que les distraigan, que les arrebaten del aburrimiento que se cierne: televisión, series, juegos, música, ... De una y otra manera el mundo está en suspenso, entre paréntesis: hay un ser siniestro ahí fuera que nos amenaza, invisible, al acecho. Me recordaba los cuentos infantiles del coco o la bruja que andaban por ahí sueltos y lo mejor era estar en casa cerca del fuego del hogar y cerca de tus padres que te protegían.
El mundo exterior de la normalidad se convertía en un espacio misterioso y peligroso. Un paisaje contaminado donde nunca sabías dónde podía estar el bicho. La soledad dominante. El silencio. El riesgo. Las muertes y el sufrimiento de personas desconocidas atacadas por el ente invisible maligno, traidor, astuto, depredador, mutante, vampiresco. Los medios recordándote el furor vírico en todo momento. Las salidas al supermercado protegidos, con miedo, desconfianza, distancia. Las superficies indiferentes y superficiales de siempre ahora adquirían poder a través de nuestra atención y cuidado. Toda la realidad en estado de excepción.
Pero algo despertaba en tu alma que creías ya olvidado y envuelto en tinieblas. Despertaba la inocencia que lograba salir a mirar aquello que hacía muchísimo tiempo no miraba, como hacían también los animales correteando por las ciudades vacías de normalidad. Tu casa se convertía en un refugio de recuerdos y recuerdo cómo en un momento mirando entre dos edificios vi un trozo del monte cercano a la ciudad con sus árboles dibujados contra el cielo en la lejanía y aquello me pareció como un regalo del cielo. Nunca me había fijado en ello. Era el monte donde tiempo atrás habíamos caminado, corrido, disfrutado en familia y merendando y cantando. Ahora asomaba como un trozo de realidad perdida e imposible encarnada como un sueño fuera del tiempo, fuera de toda normalidad.
28 mayo, 2020
03 mayo, 2020
SI EL DIOS DE LA RAZÓN GRIEGA ES APOLO, ¿CUÁL ES EL DIOS DE LA EXPERIENCIA?
Si la Razón griega regula el orden y la armonía universal hasta el día de hoy, ¿quién da cuenta de la experiencia irregular hasta el día de hoy?
Si todos podríamos salir en orden a la calle guardando distancias y siendo educados y amables y ciudadanos serviciales que cumplen y que además viviríamos en barrios limpios, ordenados y armónicos, ¿por qué hay gente que proviene del caos, de la indiferencia, la mala educación, el cinismo, etc., a pesar incluso de haber estudiado grandes carreras?
La Razón griega no nos alcanza más que a nivel abstracto, puro e ideal, pero la experiencia no garantiza nada. Si el Dios de la Razón, la Belleza y la Armonía es Apolo, ¿cuál es el Dios de la experiencia?
Cuando todo parece ir ajustándose a verdad, de repente viene el factor gamberro e inesperado y todo se va hundiendo en el fracaso o hacia cambios imprevisibles. Siempre pasa, es la vida.
Freud, Marx, Popper, Rawls, Samuelson o Mises, nos dan alimento para satisfacer la Razón griega, pero siempre aparece un factor gamberro que descoyunta la estructura cuando menos se espera.
He comprobado que la mayoría de la gente tiene creencias duras. Se vive aparentemente en un cierto distanciamiento de respeto y frases corteses, pero en la mayoría de la gente hay un núcleo duro y violento, más o menos aletargado, esperando una oportunidad. Cosa que no se puede decir muy alto.
La experiencia no logra garantizar nada estable.
Y toda esperanza ha de ser idealista por necesidad.
Salvo que despojemos la duda de quién o qué rige la experiencia.
Lo cual es imposible por medio de la Razón o los esquemas ideales. La experiencia hay que vivirla a cada instante.
La Razón griega no nos alcanza más que a nivel abstracto, puro e ideal, pero la experiencia no garantiza nada. Si el Dios de la Razón, la Belleza y la Armonía es Apolo, ¿cuál es el Dios de la experiencia?
Cuando todo parece ir ajustándose a verdad, de repente viene el factor gamberro e inesperado y todo se va hundiendo en el fracaso o hacia cambios imprevisibles. Siempre pasa, es la vida.
Freud, Marx, Popper, Rawls, Samuelson o Mises, nos dan alimento para satisfacer la Razón griega, pero siempre aparece un factor gamberro que descoyunta la estructura cuando menos se espera.
He comprobado que la mayoría de la gente tiene creencias duras. Se vive aparentemente en un cierto distanciamiento de respeto y frases corteses, pero en la mayoría de la gente hay un núcleo duro y violento, más o menos aletargado, esperando una oportunidad. Cosa que no se puede decir muy alto.
La experiencia no logra garantizar nada estable.
Y toda esperanza ha de ser idealista por necesidad.
Salvo que despojemos la duda de quién o qué rige la experiencia.
Lo cual es imposible por medio de la Razón o los esquemas ideales. La experiencia hay que vivirla a cada instante.
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