La verdad de aquella iglesia era su edificio, su construcción de piedra. No era su simbolismo,
ni tampoco las evocaciones que se interferían en el mismo momento de observarla y contemplarla. Ni tampoco su arte o sus figuras, o sus relieves. No. La verdad de la iglesia era su esencia material como edificio. Su misma presencia como objeto de piedra con una determinada forma. Después de tantos años observando aquella iglesia y tratando de buscar su secreto y su mensaje espiritual y sus simbolismos; al final, de repente, como si de una iluminación se tratase, me di cuenta que el secreto estaba en su pura materialidad; la organización y estructura de su materialidad como un objeto de construcción, como un ente de construcción; como un signo desnudo de significado alguno. Un signo desnudo. Un signo puro. Piedra. Extensión. Espacio. Aperturas. Puerta de entrada.
Abro la puerta y entro. Un espacio desnudo de significado. Es ahí donde ha de comenzar la contemplación: en su materialidad desnuda, neutra. La iglesia ahora se convierte en símbolo de multitud de significados que cada piedra, cada esquina, cada, ventana ojival, cada columna van ampliando de forma libre y espontánea: refugio, protección, orientación, descanso, punto de encuentro de lo sagrado y lo profano, lo común, el amor; de lo corpóreo e incorpóreo, de lo sensible y lo invisible, lo material y lo inmaterial. Significados que se van desplegando hacia el infinito; que se van explicando a sí mismo en forma de sensaciones libres. Toda la iglesia, todo el edificio era pura manifestación divina en su misma materialidad; en su forma. Nunca había sabido realmente mirar la iglesia. Nunca me había fijado realmente en el edificio en sí. Siempre me había aproximado al edificio vistiéndolo y recubriéndolo de evocaciones, recuerdos, revelaciones, soluciones, proyecciones, ilusiones; quizás una señal definitiva sobre la Divinidad. Pero nunca el edificio en sí como piedra, como materialidad desnuda, como forma y estructura neutra; como una aproximación a un absoluto desprovisto de significados impuestos, externos....
18 junio, 2016
LA IGLESIA DESNUDA
03 junio, 2016
EL TREN NEGRO
Bajábamos al metro en Londres. Al llegar al andén había gente bañándose en las cajas de las vías, pues estaban inundadas. El agua debía de estar caliente pues la gente se bañaba con gran placer. Se quitaban la ropa y quedaban en bañador y se lanzaban al agua disfrutando el chapuzón. Nos pareció raro que estuviese ocurriendo aquello. Nos quedamos pensativos. Al otro lado había como una piscina separada de agua más clara donde una muchacha hermosa de pelo rubio largo se bañaba en bikini. De pronto anunciaron la llegada del tren. Rápidamente la gente fue saliendo de la caja de las vías y el agua se fue retirando hasta dejar una de las vías libres. Bueno, podríamos coger el metro después de todo. Qué cosas pasan a veces, pensamos. Pero sin embargo en la piscina del otro lado seguía bañándose y chapoteando la muchacha. La piscina coincidía con las otras vías, pero estaban completamente ocultas por el agua. De repente anunciaron la llegada del tren negro. The Black Train will arrive in one minute. Llegaría por el otro carril, el carril donde estaba la piscina. No lo podíamos creer y la gente ya estaba a la expectativa mirando a la muchacha que seguía tan alegre. Llegó el tren y cubrió la piscina. Se paró. Era un tren pintado de negro, herméticamente cerrado, como si fuese macizo: ninguna ventana, todo él un bloque de acero compacto. Se quedó silencioso cubriendo la piscina. Su presencia nos infundió terror. Parecía un tren procedente de algún horror lejano, de algún mundo de tinieblas eternas; de alguna dimensión infernal o demoníaca. Hubo silencio. El miedo nos hizo ver o sentir algo así como si todo el tren fuese un cuerpo con vida propia. Su pesadez compacta parecía absorber lo sonidos, los pensamientos y emociones de la gente que seguía en absoluto silencio. Al cabo de un tiempo el tren negro fue saliendo de la estación. El espacio donde estaba la piscina de la hermosa chica rubia en bikini había quedado en la más absoluta oscuridad. Luego llegó un tren normal y todo parecía volver a la rutina de un metro de gran ciudad.
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