El sentir es material. Las emociones son materiales aunque todo ello es incorporal. Es material todo aquello que logra existir. Lo que no existe no se concibe de ninguna manera, es pura nada inexistente. Cualquier pasión, cualquier emoción, cualquier sueño tiene su propia realidad como sueño encuadrado en su propia estructura y en su momento y en sus efectos. Los efectos de un sueño son
palpables por los sentidos, por el cerebro, por la mente y se traduce en sensaciones o sentidos de tristeza, alegría, angustia, miedo, etc.. Cualquier fantasía, cualquier delirio, cualquier visión tiene sentido y materialidad y por ello sus efectos. Y sus efectos pueden ser visibles para los demás, materializarse a los sentidos de los demás, hacerse común. Algunas ideas sólo pueden existir en la mente de alguien, aunque puede, ese alguien, tratar de explicarlas, de comunicarlas sin éxito o de un modo parcial; siempre dejando algo, siempre inalcanzable. Todo el mundo vive parte de su subjetividad de un modo inalcanzable, de un modo extraviado; de un modo alocado, laberíntico. No todo lo incorporal logra materializarse como elemento comunicable y entonces pedimos, suplicamos por el arte, por la literatura, por una buena película, por una buena conversación, por un acto de amor; mezclarnos con una sinfonía y perdernos en un paisaje. O, por otro lado, los terrores de la vida ante la muerte, el sufrimiento, la tortura, la crueldad más despiadada machacando la inocencia ... las virulencias y violencias de la naturaleza.
Esas ideas, esos sentimientos o pasiones que no pueden ser objetivables o expresables, comunicables
de alguna manera; a veces encuentran un punto común de significación bajo leyes propias de la incorporeidad; de la espiritualidad; leyes incorporales o espirituales que regulan los sentimientos, las pasiones, los sueños, las reminiscencias.
Quien tiene la suerte de encontrar ese punto o puntos de significación incorporal y ser guiado a las promesas espirituales de una materialidad existente e infinita y eterna, entonces ha encontrado a D-os: esos símbolos de consistencia, de sacramentalidad que fijan y regulan y dan seguridad y certeza. Hay rostros visibles dentro de la invisibilidad incorporal: cuerpos que viven en plena libertada dentro de su incorporalidad.
29 enero, 2016
LO MATERIAL Y LO INCORPORAL
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13 enero, 2016
PERO, EN REALIDAD, ¿QUIÉNES SOMOS?
Me senté a tomar un café en una cafetería de aquel pueblo. Cuando me puse a beber el primer sorbo alguien se había sentado en frente de mí. "Hola, soy yo", me dijo. Era una mujer de rostro fresco y radiante. Afuera llovía y hacía frío. Empezaba a oscurecer. No sabía qué responderle. En realidad no suelen ocurrir estas cosas. Recorrí la mirada por todo el café medio vacío y la mujer seguía allí
mirándome fijamente. Vi que le saltaban las lágrimas y de repente me cogía las manos entrelazándolas con las mías. Ella sonreía, pero era una sonrisa extraña. El café se oscurecía y afuera la lluvia se convertía en tormenta torrencial. Me di cuenta que las manos de la mujer estaban frías, demasiado frías. Un hombre de gruesa barba y de estatura media se acercó bruscamente e hizo levantarse a la mujer. Sentí miedo. El hombre cogió a la mujer por el brazo y se la llevó casi a empellones. Abrió la puerta y los dos se perdieron en la noche fría y tormentosa.
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Miré el periódico y las noticias me resultaban aburridas. Las fotos ilustraban algo que no lograban centrar mi atención. La televisión intentaba captar audiencias con algún programa trivial. Acabé mi Coca Cola, enrollé el periódico y salí del recinto de la cafetería del centro comercial. Al no ver más utilidad a aquel rollo de papel impreso lo tiré en la primer papelera que encontré. Había poca gente. Alguien me llamó desde lejos y me di cuenta que era Clamodio Rismartano. En realidad Clamodio era la última persona a la que aspiraba ver en ese momento, pero la vida es así. Era un hombre pequeño de estatura y muy delgado. Tenía cara de roedor y hablaba muy despacio. Me dijo que se alegraba de verme y me preguntó que qué opinaba de las últimas elecciones. Yo repasé las últimas elecciones que había hecho en los dos últimos días de mi vida y me parecían de lo más común e insustancial. Pero mi respuesta fue breve. "He perdido el interés por la política. No creo que la política vaya a salvar el mundo amigo Clamodio", Pero él pareció no oírme y al punto me respondió algo con efusivo entusiasmo sobre la Gran Ilusión que se
había creado en el país con el avance del Partido X. "Las cosas ahora sí que van a cambiar", me dijo. Yo le pregunté que cómo estaba su padre, pues sabía que había estado en el hospital recientemente. Me respondió que bien. Entonces miró el móvil y me dijo que tenía que dejarme pues su mujer lo estaba esperando en una tienda según el último wasap. "A ver si tomamos un café uno de estos días", me insinuó al tiempo que se alejaba disimulando prisa. Miré el reloj y eran todavía las 6 de la tarde. Me dirigí entonces a la librería a ver los últimos títulos.
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Habíamos logrado atravesar el bosque chamuscado. Luego subimos la colina. Desde la cota más alta se veía el valle frondoso de Urmal. No nos quedaban muchos víveres y era imperativo encontrar una aldea cuanto antes. Los niños estaban cansados. Pronto descendería la temperatura y el hambre comenzaría a aguzar. Mi mujer, Albi, se cubrió con el abrigo que le había regalado las últimas navidades. Todo había ocurrido muy deprisa. Por suerte habíamos huido a tiempo, pero el futuro era muy incierto.
mirándome fijamente. Vi que le saltaban las lágrimas y de repente me cogía las manos entrelazándolas con las mías. Ella sonreía, pero era una sonrisa extraña. El café se oscurecía y afuera la lluvia se convertía en tormenta torrencial. Me di cuenta que las manos de la mujer estaban frías, demasiado frías. Un hombre de gruesa barba y de estatura media se acercó bruscamente e hizo levantarse a la mujer. Sentí miedo. El hombre cogió a la mujer por el brazo y se la llevó casi a empellones. Abrió la puerta y los dos se perdieron en la noche fría y tormentosa.
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Miré el periódico y las noticias me resultaban aburridas. Las fotos ilustraban algo que no lograban centrar mi atención. La televisión intentaba captar audiencias con algún programa trivial. Acabé mi Coca Cola, enrollé el periódico y salí del recinto de la cafetería del centro comercial. Al no ver más utilidad a aquel rollo de papel impreso lo tiré en la primer papelera que encontré. Había poca gente. Alguien me llamó desde lejos y me di cuenta que era Clamodio Rismartano. En realidad Clamodio era la última persona a la que aspiraba ver en ese momento, pero la vida es así. Era un hombre pequeño de estatura y muy delgado. Tenía cara de roedor y hablaba muy despacio. Me dijo que se alegraba de verme y me preguntó que qué opinaba de las últimas elecciones. Yo repasé las últimas elecciones que había hecho en los dos últimos días de mi vida y me parecían de lo más común e insustancial. Pero mi respuesta fue breve. "He perdido el interés por la política. No creo que la política vaya a salvar el mundo amigo Clamodio", Pero él pareció no oírme y al punto me respondió algo con efusivo entusiasmo sobre la Gran Ilusión que se
había creado en el país con el avance del Partido X. "Las cosas ahora sí que van a cambiar", me dijo. Yo le pregunté que cómo estaba su padre, pues sabía que había estado en el hospital recientemente. Me respondió que bien. Entonces miró el móvil y me dijo que tenía que dejarme pues su mujer lo estaba esperando en una tienda según el último wasap. "A ver si tomamos un café uno de estos días", me insinuó al tiempo que se alejaba disimulando prisa. Miré el reloj y eran todavía las 6 de la tarde. Me dirigí entonces a la librería a ver los últimos títulos.
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Habíamos logrado atravesar el bosque chamuscado. Luego subimos la colina. Desde la cota más alta se veía el valle frondoso de Urmal. No nos quedaban muchos víveres y era imperativo encontrar una aldea cuanto antes. Los niños estaban cansados. Pronto descendería la temperatura y el hambre comenzaría a aguzar. Mi mujer, Albi, se cubrió con el abrigo que le había regalado las últimas navidades. Todo había ocurrido muy deprisa. Por suerte habíamos huido a tiempo, pero el futuro era muy incierto.
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