Muchos estamos a favor de Israel y creemos que su destino es ser una nación como las demás, con sus aciertos y sus errores. Si hay errores hay que reconocerlos y denunciarlos como se hace con cualquier país que incumple las normas democráticas o toma caminos demasiado agresivos o expansivos con otras naciones vecinas. Israel no puede ser excepción al respecto. Un estado democrático se consolida con el máximo respeto a las leyes y libertades. Es ahí donde hay que juzgar a Israel, tal como se haría con cualquier otro estado moderno y democrático.
Pero el Estado de Israel conlleva también muchos más problemas que cualquier otro estado moderno. Tiene un porcentaje importante de población árabe que es necesario integrar como ciudadanos de pleno derecho. Problema en sí harto difícil. ¿Qué fórmula adoptar? Los factores étnicos y religiosos son explosivos en muchos casos, pero no en todos. Hay sectores árabes israelíes y judíos que ven la necesidad de negociar y hacer viable una sociedad civil plural que se mueva preferentemente bajo el concepto de ciudadano. Pero el peor problema es el de las fronteras. ¿Cómo negociar y asentar unas fronteras seguras con una población árabe-palestina cuya identidad se basa en ser el producto de un destierro y violenta expropiación? ¿Cómo frenar, por otra parte, el deseo de expansión y colonización de ciertos sectores ortodoxos con mucho peso social en la vida de Israel? Aun así hay sectores palestinos e israelíes que buscan territorios comunes de entendimiento para llegar a una solución definitiva. Hay también interés en colaborar tanto económicamente como en seguridad. Titánica tarea que sin embargo ya empieza a tener alguna raíz.
Luego, no hablemos ya de los enemigos consubstanciales del estado israelí como son Irán, Arabia Saudí, Siria, etc., con sus organizaciones extremistas tipo Hamás o Hezbolá actuando como frentes de continua provocación e intransigencia. Sostener un estado democrático moderno en tales condiciones es en sí una tarea abrumadora; que sin embargo tampoco justifica actuaciones desproporcionadas o vengativas sin control.
Fino tacto tiene que tener el Estado de Israel para mantener un equilibrio de supervivencia. Y los enemigos son muchos, entre ellos cierta izquierda europea que se agarra al la tabla de salvación de la "causa palestina", sin dudar en utilizar la fácil asociación judíos-sionismo-capitalismo como el mal a batir. Una izquierda que esconde la cabeza bajo las alas ante las matanzas y horrores sirios y otros muchos. Sin embargo, cuando las tornas se inclinan hacia el avispero palestino-israelí surgen las consabidas manifestaciones de indignación revanchista, y el mismo odio antiisraelí repetitivo y monotemático sin matices. No estamos diciendo que no haya necesidad de protestar contra Israel cuando sea necesario, pero también contra el horror sirio, centroafricano, las ejecuciones de homosexuales en Irán, la violencia venezolana, talibán, etc, etc.