14 octubre, 2024

REFLEXIONES EN TORNO A LA EXPERIENCIA DE FE PROTESTANTE



 Una experiencia subjetiva es algo inacesible a otras mentes. Lo que ocurre en el alma de las personas es un mundo en sí mismo refractario a una interpretación unívoca. Lo que ocurra en la mente de X puede ser objeto de opiniones e interpretaciones varias en función de lo que dice o hace o no dice o deja de hacer. Siendo la experiencia subjetiva inaccesible incluso para el sujeto mismo operando como un "yo" limitado y muchas veces confuso con aquello que se le escapa, entonces hablar del fenómeno de la fe es un asunto complejo, muy complicado.

Si partimos de la idea (¿hipótesis?) de que Dios actúa en el alma del individu

o como recipiente de una gracia que se le concede de forma íntima, y con signos de grado de intensidad que mueve y transforma a la persona de una manera que logra la conversión (metanoia) de todo su ser; esa experiencia se viviría de forma absolutamente subjetiva, incluso aunque la persona que viviera tal conversión diere muestras de un hacer y obrar diferente a cómo lo venía haciendo, la manifestación externa de tal transformación no sería prueba objetiva que pueda presentarse ante cualquier tribunal eclesiástico para decidir si esa persona ha recibido la gracia divina.
Resumiendo: la experiencia de fe en sí como fenómeno radicalmente subjetivo no se somete a ningún criterio de objetividad, de medición moral, de legitimidad colegiada o de autoridad pastoral. Ni tan siquiera quien reclama para sí haber recibido la gracia divina es criterio o prueba suficiente de tal acontecimiento. La subjetividad pertenece a una intimidad refractaria a cualquier objetividad que pueda ser compartida y base de un juicio legítimo.
Por tanto: la experiencia de fe es imposible de identificar en individuos concretos con nombre y apellidos no importa el grado de bondad o de santidad de tales personas. La fe es un fenómeno que podría ser realmente transformador, pero nadie ni nada sabe sobre quién recae en concreto. Por eso Lutero hablaba de una iglesia visible como congregación inevitablemente compuesta por humanos de fe y humanos sin fe, todos mezclados sin saber quién es quién. La iglesia universal es invisible y sólo Dios sabe quiénes son los salvados.
Todo esto es paradójico en grado extremo, pero es así cómo el primer luteranismo se definía respecto a la fe, lo cual implicaba abstenerse de juicios condenatorios o alabatorios. Sólo a Dios correspondía tal juicio. Con el calvinismo se extrema la idea de predestinación al mismo tiempo que empiezan a preocupar las señales o signos de haber sido escogido o llamado en esa elección divina. Es interesante cómo los puritanos americanos debatían sobre estos asuntos sin llegar más que a especulaciones estériles.
Quizás la democracia moderna deba mucho a esta imposibilidad de juicio concreto y objetivo sobre la fe de las personas, dándose cuenta que el poder de las iglesias sobre estos asuntos así como el poder civil a la hora de determinar fes auténticas o no, habría de dar lugar a la inevitable futura libertad de pensamiento. Los criterios objetivos seguirían siendo necesarios: declaración de fe oral o escrita, participación en la vida de la iglesia, conductas sancionadas o no por la ley, vidas

ejemplares o moralmente dilapidadas, etc. El tópico del calvinismo sobrio, dedicado al trabajo duro y el ahorro generador de capital y riqueza, fue también considerada un posible signo de gracia divina.
Las autoridades eclesiásticas no pueden vivir sin instituciones legitimadas, sin señales visibles que delaten el bien y el mal, sin sacramentalidad que haga posible cierta materialización de la espiritualidad. Sin rituales de asistencia a los cultos, el bautismo o la comunión o santa cena como símbolos visibles de participación y discriminación del que cree de vardad del que no cree. De la predicación y lectura de la Palabra como cuasi sacramentalidad en el protestantismo clásico.
La corriente arminiana que rompe con la predestinación calvinista más ortodoxa, lo que hace es dar de alguna manera objetividad humana a la salvación delegando en la voluntad de los individuos la suprema decisión de su salvación. Yo me salvo por gracia, muy bien, pero el aceptar o no aceptar la gracia (fe) es cosa mía. Por tanto he ahí el número de creyentes que se van visibilizando sin lugar a dudas. Hemos de fiarnos de su palabra, de su testimonio oral de conversión: ya sabemos quiénes son los salvos sin entrar en más profundidades. La mayoría de protestantes hoy día son arminianos por necesidad. Una iglesia o denominación es difícil de sustentar en base a una imposibilidad de dar visibilidad y concrección a la fe.

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