CABIN CREEK
Había llegado el tren y se bajaron. Eran una familia con dos hijos de 10 o 12 años. Luego alquilaron un taxi y se fueron al Cabin Creek. Lo habían comprado a Mark Spencer, el realtor de San Marcos. Cabin Creek tenía grandes terrenos a su alrededor, pero desde que
Han pasado muchos años desde aquello y Cabin Creek sigue desolado. Sus campos están secos y la casa está vacía. Fui ayer al atardecer dar una vuelta por el rancho. Me entró mucha congoja recordando las muchas familias que habían pasado por allí. Los niños jugando, las voces de los padres dirigiendo el trabajo, las cabezas de ganado gimiendo. Los perros y los gatos correteando con libertad.
Ahora Nogales Junction está medio vacío. Sólo quedamos los viejos sobreviviendo con las huertas al lado del río. Pero Rosita y yo nos acordamos mucho de aquella familia. La última familia que ocupó Cabin Creek cuando el tren todavía paraba en el depot del pueblo y Harold se encargaba de manejar el taxi.
La familia eran los Cleverton y habían venido de Ohio. Eran cuáqueros silenciosos y laboriosos. Sus hijos eran muy respetuosos con nosotros. Todos hablaban poco. Cabin Creek fue progresando y los campos se tornaron verdes aquella primavera. Supieron reparar los viejos canales y las bombas de agua y las cosechas fueron abundantes. Los niños iban creciendo sanos y tan silenciosos como sus padres. Con nosotros, los vecinos de Nogales Junction, eran siempre correctos y afables. Nunca dejaron a deber nada a nadie y las relaciones con Evans, el dueño del General Store, eran cordiales.
Pero un día se fueron. Así como habían llegado se fueron. Los Cleverton montaron todas sus pertenencias en un viejo Studdebaker y se fueron por la carretera de Cuervo Hill para nunca más volver. Nunca supimos más de ellos y todos quedamos algo tristes en Nogales Junction. Quizás nuestro pueblo es demasiado seco, demasiado fuera de las grandes ciudades, demasiado aislado y solitario para que ninguna familia joven nos bendiga con su presencia.
Nesalem