15 mayo, 2015

EL SIGNO DE LA GRACIA

No sé por qué, pero reflexionando sobre lecturas de Calvino me dio por pensar lo siguiente: hubo una caída mítica de la humanidad representada ésta por una pareja. Dicha caída hizo posible que toda la humanidad fuera juzgada en términos morales de bien y mal ante un Dios absolutamente poderoso.
Pero si hablamos de un Dios absolutamente poderoso, hablamos de un Dios que va más allá de todo juicio moral o razón, de toda limitación, de toda conceptualización o imagen que la mente humana pueda crear o reproducir o elaborar. Ese Dios está fuera de nuestro alcance mental y de los sentidos. Toda idea que nos podamos hacer de Él es ya una proyección nuestra. Seres como nosotros de carne y hueso y viviendo en tiempo y espacio en continuo cambio y devenir, somos absolutamente incapaces de concebir un Dios absolutamente omnipotente e incluso hablar de un Dios absolutamente omnipotente ha de ser necesariamente una invención nuestra, pues eso es algo que jamás podríamos alcanzar con una mente y sería nombrar eso que se nos escapa y tenemos que darle algún nombre, pero sabiendo que ese nombre es un intento de nombrar lo innombrable. Da escalofríos pensar que en realidad vivimos en este universo sin posibilidad de conocer el por qué de esta existencia.
Quizás estemos hablando de las consecuencias de alguna caída. Quizás. Una caída en un universo donde se cierran todas las ventanas y tan sólo hemos de vivir en dimensión inmanente sin jamás percibir una dimensión trascendente. Ningún signo, ninguna señal que nos dirija a ese por qué. Preguntas absurdas diría Wittgenstein. De haber habido caída la caída entonces sería absoluta.
Pero absoluta en el sentido de ansiar una trascendencia que explique la inmanencia del universo, pero no si nos proyectamos en la misma inmanencia y nos dejamos llevar por un infinito de desplazamientos que nos situarían en una inesperada infinitud o eternidad y entonces he ahí la gran apertura.
En realidad no hemos caído nunca de ningún sitio y sí hemos estado siempre en una
infinita inmanencia multidimensional. Es ahí donde residimos, donde nunca hemos dejado de estar. La omnipotencia de Dios se revela en todo lo que nos rodea, todo lo que somos; porque "en Él somos y en Él vivimos". La trascendencia se disuelve en la inmanencia y viceversa. Somos una permanente creación.
Desde una absoluta trascendencia como sería un Dios todopoderoso, toda la humanidad sería absolutamente pecado (absoluto estado de carencia) y la única salida sería por Gracia de tal Dios. Y todo ello de forma totalmente incomprensible y sin posible explicación racional. ¿Pero que es la Gracia? Quizás la clave está ahí en la Gracia. O viejos sabios hebreos. Nos encerrasteis primero para luego darnos la clave, el signo....

14 comentarios:

  1. Leyendo sobre el debate luterano y calvinista en uno de los excelentes ensayos de David C. Steinmetz del libro "Calvin in Context" (Oxford University Press, New York 2010. Segunda Edición), me sorprende con mucho interés la comprensión que Lutero tenía de la presencia de Cristo en la Eucaristía. Recordemos que con la Reforma la transubstanciación católica de la presencia de Cristo en las dos especies confirmada en el Cuarto Concilio Lateranense del 1215, se basa en la presencia real del cuerpo y sangre de Cristo bajo las apariencias o accidentes del pan y del vino. Es decir: la substancia del pan y del vino se convierte en sangre y cuerpo de Cristo con el poder de consagración del sacerdote, mientras que los accidentes de pan y vino siguen conservando su forma como tales. Recordemos también cómo Zwinglio rechaza de forma tajante tal doctrina y, basándose en la delimitación en espacio y tiempo del cuerpo del Cristo resucitado que habita a la diestra de Dios, y por lo tanto el cuerpo limitado de Cristo (aunque resucitado, jamás pierde esa limitación como cuerpo que es) no puede estar en dos sitios a la vez. Es así entonces que en la Eucaristía el pan y el vino simbolizan el Cuerpo de Cristo en el cielo a la diestra de Dios y sus beneficios redentores ahora reavivados a través de la fe por tales símbolos. Recordemos también cómo Calvino trata de buscar una vía media entre Lutero y Zwinglio y entonces el debate va centrase más en la modalidad de presencia de Cristo en la Cena que en la ubicación o naturaleza presente del cuerpo de Cristo. Calvino está de acuerdo con Zwinglio en que el cuerpo de Cristo sigue siendo limitado y por lo tanto está ubicado "a la diestra de Dios", pero, a diferencia de Zwinglio, el pan y el vino no representan o simplemente simbolizan un cuerpo que está en la Gloria; sino que de alguna manera Cristo por virtud del Espíritu Santo hace posible su presencia de esencia corporal (es decir todo aquello que el cuerpo de Cristo como cuerpo crucificado, y resucitado (no físico o biológico), en la Eucaristía. Entonces si bien es verdad que Cristo está en los cielos, sin embargo tiene el poder de estar presente de un modo o modalidad espiritual (esencia corporal), en el momento de la Eucaristía. Catolicismo: presencia real. Zwinglio: no presencia. Calvino: presencia espiritual (esencia del cuerpo).
    Y Lutero. Bueno. Recordemos que Lutero piensa que el cuerpo y la sangre de Cristo está presente, pero de una forma curiosa que seguro algunos luteranos diferirán o matizarán, pero según Steinmetz, Lutero pensaba que el cuerpo de Cristo resucitado era un cuerpo divino con la misma relación de espacio y tiempo que el mismo Dios en su divinidad. Es decir: la naturaleza humana y divina se comunican atributos y entonces el cuerpo de Cristo todo lo habita, tiene el don de la ubicuidad; y su presencia en el pan y el vino es una presencia definitiva, no circunscripta: es decir: antes de la consagración el cuerpo de Cristo tiene potestad para habitar tales sustancias, como también la tiene en el presente para habitar cualquier espacio en el universo. Pero, durante la consagración este cuerpo se revela específica y sacramentalmente como un regalo de Dios al hombre (en dichas formas) que recuerda y renueva la gracia de la salvación para aquellos que por la fe lo pueden reconocer y asimilar como el Cuerpo de Cristo. He ahí la presencia real del cuerpo de Cristo como pan y vino, sin necesidad de transubstanciación alguna: presencia objetiva que como un regalo de Dios el creyente sólo tiene que participar de ello y disfrutar de sus beneficios siempre en acción.

    He aquí una visión del cuerpo de Cristo un tanto inmanente, una apertura muy curiosa a lo que yo comentaba arriba. Tiene esta visión un potencial muy interesante en consonancia con el concepto de Gracia.

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  2. En el siglo XVI estas polémicas tenían consecuencias políticas importantes. Ya no sólo la polémica entre protestantismo y catolicismo con sus guerras posteriores, sino entre los mismos protestantes que debido a estos matices sobre la Eucaristía o la Santa Cena y la presencia o no presencia corporal de Cristo, no llegaban a unirse los cantones reformados suizos con los territorios luteranos alemanes. Las sutilezas teológicas podían frenar alianzas políticas y militares importantes en una época donde la religión y la política estaban fuertemente entrelazadas. Fueron los conflictos y rupturas que más tarde dieron lugar a la Europa moderna culminando en separación de Iglesia y Estado. Es difícil juzgar una época histórica extrapolando conceptos y experiencias de siglos posteriores.
    Pero uno no deja de verse atraído por esta época en la que se gestó la Reforma y no deja de sentirse tentado a colocarse dentro de tales experiencias religiosas. Lutero, Calvino, Zwinglio, Bucer, Bullinger, Ecolampadio, Melanchton, y sus rivales católicos eran todos ellos hombres de muy sólida preparación humanística y muy respetados en sus territorios de influencia.

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  3. Cuando nos hablan de doctrina cristiana normalmente se percibe como algo invisible, abstracto, cosas que se han de creer porque sí u obedecer porque están escritas u ordena la Iglesia (en el caso católico). Pero esta percepción nos deja muchas veces en el aire, en un vacío que parece estar rellenado por nuestra pura imaginación o subjetividad. En una palabra: falta "materialidad" y percepción sensible de las cosas espirituales. Demasiada invisibilidad para un ser sensible como la criatura humana. La demasiada invisibilidad nos hace replegarnos en nuestro universo subjetivo sin anclaje en lo material o terrenal que es nuestro modo de habitar.
    Lo sacramental de la Eucaristía en Lutero haciendo presente y real una modalidad de cuerpo de Cristo glorificado que incomprensiblemente habita el pan y el vino en el momento de la consagración, nos remite a un cuerpo de Cristo no limitado por espacio y tiempo y poseyendo el mismo don de la ubiquidad que el Dios Padre. Concepto diferente al de las iglesias reformadas que enfatizan la presencia espiritual, entendiendo el cuerpo de Cristo como limitado en espacio y tiempo aun después de la resurrección y haciendo énfasis también en el Espíritu Santo como activador de la gracia y sus beneficios. Diferente también al concepto católico de transubstanciación donde las substancias del pan y del vino se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo real y limitado, mientras las formas permanecen igual en apariencia.
    Un cuerpo de Cristo que puede por voluntad estar presente en cualquier ser o acontecimiento. Un cuerpo que no ocupa lugar y espacio porque lo trasciende todo y todo lo llena. Lo espiritual es invisible, pero habita la materia y potencialmente y ocasionalmente se podría manifestar como una materia habitada por lo divino cuando la fe comienza a regenerar el alma humana y así comunicar al cuerpo el potencial de renovación y recreación de la carne, de la materia, del acontecimiento....
    De lo invisible como abstracción pasamos a lo invisible fusionado con lo material. Lo material se espiritualiza y lo espiritual se materializa. Lutero usaba el símil del hierro al rojo vivo: la fusión, la mezcla en este caso incomprensible....

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  4. Percibir todo acto como sacramental. Lo sacramental no se reduce a ciertas ceremonias comunes, sino que todo acto conlleva ya la fusión de las dos naturalezas: la divina y la humana. Es en este presente eterno que es nuestro vivir donde de continuo se fusionan las dos dimensiones. El cuerpo de Cristo siempre ya vapuleado y descarnado, pero también siempre ya resucitado. Siempre ya el misterio de la Encarnación en toda la realidad en la que estamos inmersos; siempre ya la confrontación con lo irracional, lo violento, lo extremo, lo inflexible, o también siempre ya la doblez de pensamiento, la inseguridad ante lo desconocido, la imaginación que quiere volar y escapar; lo feo y lo ordinario; pero también la belleza de un rostro o una melodía que nos transporta al infinito de nostalgia. Lo cruel y psicópata, pero también la persona buena y noble. La retórica vacía y engañosa de la política, pero también los buenos libros, las buenas películas, las agradables conversaciones.
    D-ós o está en la vida o no está en ningún sitio. No tiene sentido un Dios invisible o habitando en espacios gloriosos fuera del alcance de los sentidos. D-ós es la vida misma a cada paso, a cada instante: en plena fusión lo divino, lo humano, lo material y espiritual. Ni el espíritu se comprende sin la materia ni la materia se comprende sin el espíritu. Caminando, trabajando, conversando, haciendo el amor, soñando, cargando, etc, etc....
    ¿Resurrección? ¿Encarnación? ¿Crucifixión? ¿Milagros? ¿Vida eterna?
    Hagamos la vida ese ya momento de resurrección, de encarnación, de crucifixión, de milagro, de vida eterna o infinita. Construyamos millones de mitos, de historias y relatos, de obras de arte, de ensoñaciones románticas, de vuelos metafísicos, pero siempre flotando en el misterio...

    D-ós o está en la vida o no está en ningún sitio.

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  5. En el protestantismo como en el judaísmo la Palabra es cuasi sacramental. Yo diría sacramental con todas las de la ley. El sacramento de la Palabra, en lugar del Ministerio de la Palabra. En el luteranismo la fe no puede existir sin el oír de la Palabra. La salvación es por Gracia, pero esa gracia necesita de la fe del creyente; y, para que esa gracia llegue al futuro creyente Dios se sirve de la Palabra, de la Biblia. Es por la Palabra cómo el Espíritu de Dios despierta la fe del creyente y lo llama a salvación. De nuevo el reino del espíritu necesita del medio material: la palabra: los sonidos articulados, la letra, la oración y su sintaxis: el significado: el signo. El signo que une lo inmaterial con lo material: he ahí la sacramentalidad del acontecimiento de la fe.
    El llamado Ministerio de la Palabra es algo más en el luteranismo que en otras iglesias protestantes: cuando el pastor predica la Palabra, en realidad y, al igual, que ocurre con la Eucaristía o Santa Cena; Dios está presente en el acontecimiento de la predicación. Dios de alguna manera misteriosa se hace presente en el acto de la predicación a través de la Palabra y la predicación de esta. El Oficio Divino luterano conlleva toda una sacralidad centrada en los signos, pero signos materiales que conllevan una presencia divina de un Cuerpo de Cristo que está allí donde ha prometido estar cuando la comunidad de la Iglesia se reúne: el pan, el vino, el agua del bautismo, la Palabra.
    Para el ser humano un espíritu desencarnado o desmaterializado no significa nada. Una idea desmaterializada y sin posibilidad de materializarse es un sinsentido. Pero también: una materia sin conciencia o sin espíritu no significa nada. Una materia que no pueda reconocerse así mismo como existente, es una inexistencia, una nada flotante en una oscuridad absoluta. Una creación material sin espíritu, no es creación. Un espíritu sin soporte material es una nada. El espíritu necesita a la materia y la materia al espíritu para poder tener existencia real en el ser humano. Todo lo que ocurra más allá de la esfera de los sentidos no es incumbencia humana, está fuera de su comprensión: ig-norancia absoluta. La revelación de la Palabra es todo aquello que puede llegar a comprender con los ojos de la fe. Y la Palabra es todo un universo de interrelación. La Palabra no es un objeto aprehensible de la misma manera que podemos aprehender un objeto cualquiera para nuestro uso. La Palabra se siempre contraste, contexto, desplazamiento metonímico: lo que dice y lo que no dice, lo que queda por decir....

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  6. La Palabra no es algo transparente que de forma espontánea nos revela sus misterios y en ese momento nos sentimos poseedores de una verdad segura e indiscutible. Si como creía Lutero esa verdad bíblica que emana del texto, del signo lingüístico guiado por el espíritu Santo, se habría de imponer como Verdad cristiana indiscutible como un axioma incuestionable; Lutero entonces, de haber vivido muchos más años, se daría cuenta de lo lejos en que iban quedando sus aspiraciones. La Palabra es en sí resbaladiza e inaprehensible en ninguna transparencia; y, la mente que lee la Palabra o la escucha no deja siempre de someterla a sus propias afectividades o interpretaciones. Son ineludibles los desplazamientos, las fijaciones en ciertas interpretaciones estructuradas por teólogos o escuelas de teólogos o simplemente cualquier profeta que sufra de visiones particulares; o una iglesia potente interesada en cuadricular el círculo a su modo y semejanza.
    Si la Revelación es la fusión del reino espiritual con el reino material formando el signo con su significado; y, si el creyente ha de poseer la guía del Espíritu Santo en tal lectura e interpretación tanto individual como colectiva; la frustración es mayúscula. Parece que Satanás sigue teniendo mucha vara ancha para confundir, descarrilar y tentar a creyentes y no creyentes; o, incluso a los creyentes más. Es decir: nunca hay una verdad revelada que no sea sostenible por grandes dosis de subjetividad e imaginación propia. Los dogmas se desgastan, las teologías llegan a aburrir y repetirse; las iglesias se vacían o acaban siendo centros sociales de terapias religiosas o escapismos espiritualoides.
    Claro que quien recibe la fe como un milagro de Dios parece ser que jamás se libra del pecado que hay en él y eso a pesar de estar ya justificado ante Dios de sus miserias. Así que nadie puede estar nunca seguro de quién es creyente sincero o quien no y las interpretaciones se suceden a lo largo del tiempo. El cristianismo se va debilitando de forma inexorable... La crítica histórica a la Palabra acabó haciéndonos ver que toda la Biblia es producto humano al cien por cien y que Dios no deja de ser una proyección más de nuestra radical contingencia existencial e histórica. Los textos situados en su contexto histórico no dejan de tener su explicación crítica y racional: he ahí los intereses de las comunidades judías, judeo-cristianas. paulinas, petrinas, gnósticas; etc, etc..

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  7. El reino del espíritu se va haciendo más y más reino natural, histórico, político. El reino material invade el reino espiritual y todo ello pasa a ser objeto de estudio de las humanidades: la religión cristiana se transforma en una curiosidad que se reserva a la intimidad o privacidad de los ciudadanos y, mientras, los destinos de la humanidad occidental se deciden en términos de categorías políticas, ideológicas, científicas, críticas, económicas, etc. Todo ello mientras en oriente surge una tendencia fanático religiosa literalista capaz de matar sin escrúpulos al tiempo que destruye todo signo de civilización que no sea la suya. Política y religión se mezclan de forma atroz. Es el contrapunto al Occidente ateo.
    ¿Dónde queda la fe en aquellos que todavía la ansían? ¿Una ilusión a borrar? ¿Una buena terapia con un buen psiquiatra para superar tal neurosis? ¿Un mundo absolutamente inmanente como nos dice el Zen? ¿Un monismo materialista como afirman ya casi todas las ideologías y disciplinas en Occidente? ¿No hay más Trascendencia que aquella que nosotros nos inventamos?
    La omnipotencia de Dios se trastoca por la omnipotencia de la duda o desconocimiento o ignorancia radical sobre este universo. Existe lo que se ve y se puede utilizar y manipular. Todo lo demás es interpretación, juegos interpretativos; fantasías, productos de la mente, de la imaginación: pura ficción. Si el universo se trasforma en pura inmanencia entonces la omnipotencia se desplaza al infinito....

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  8. Una fe privada, íntima, cultivada en el silencio de la noche y la soledad. El misterio les sigue acechando. Las religiones ya no les sirven. Recurren los de esta secta al lenguaje mítico-simbólico como el alquímico utilizaba sus ácidos y sus fórmulas mágicas. La secta crística encuentra el cuerpo de Cristo resucitado en toda la creación. Hay sacramentalidad en toda la existencia. Hay presencia real de Cristo y toda materia es al mismo tiempo espíritu de vida. Se ha producido la trasmutación más sorprendente bajo las catacumbas de la intimidad y la soledad. Todo la absoluta inmanencia occidental queda subsumida en una corporalidad crística que sufre, padece, duerme, despierta, tiene hambre y sed, es vapuleada, hace milagros, muere y visita el Sheol, para luego resucitar o todo al mismo tiempo en una infinitud/eternidad. Todo ello trasmutado en una gloriosa resurrección que sólo la fe puede ver y vivir. Es tiempo de esconderse, de escapar de la vista de las mentes socializadas, pedagocizadas, psicologizadas, psiquiatrizadas, politizadas, adoctrinadas, racionalizadas, iluminadas, economizadas, estetizadas, coranizadas, biblizadas, etc...
    Extraña secta la que ha surgido en algún sitio inidentificado.....

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  9. La muerte de Khristos en la Cruz. Pablo abstrae a Khristos de Jesús y la muerte de Khristos pasa a ser un acontecimiento más que histórico, mítico. El Khristos es un ente mítico que habita Reinos del Espíritu y que se encarna y se hace real para los humanos: carne visible y viviente que funde o distribuye dos naturalezas: una divina y otra humana. A veces uno piensa que el Jesús de los evangelios es un personaje necesario para encarnar al Khristos; ya que el Khristos del que nos habla Pablo ha de ser encarnado para cumplir su misión. Una lectura espiritualizada del Mesías judío, traducida en plan Divino con sus claves y sus signos a través de las Escrituras. Mateo no para de darnos signos y claves que pretende ajustar a la vida de Jesús. Hay algo extraño a todo esto. La lectura que se hace de la Tanak o Antiguo Testamento no se ajusta a un orden racional, ni tampoco parece seguir una narrativa lineal. Son textos reducidos que se abstraen o substraen de su contexto para revelar otro sentido oculto o desconocido. Esa manera de leer las escrituras utilizan el método midrash o pesher que luego se extrapola a los relatos de la vida de Jesús. Curioso. He ahí la clave de lectura de los textos sagrados. No se trata de una práctica hermenéutica que busque la verdad histórica como relato moderno de hechos que puedan ser investigados o contrastados. Se trata más bien de un significado sagrado que revive con los ojos de la fe, o mejor aún: que se revela en un estado de gracia.
    Pablo ha sido capturado por la visión de la muerte de Khristos y esa muerte conlleva significados de trascendencia cósmica. Ya no es la muerte de un judío en la cruz romana: es la muerte de Khristos: del Khristos divino que habitaba en los cielos y se hizo hombre para habitar y compartir la naturaleza humana sin perder la divina. Todo ello parece un acto sacramental de gran magnitud: una esencia divina se encarna en la vida de un judío para cumplir un propósito de apertura a la gracia y la resurrección de la misma creación. Dejemos lo ahí por ahora.

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  10. El Khristo de Pablo une a los gentiles con el pueblo de Israel. La Ley de Khristo es la apertura de la fe que se abre a todo el mundo. Lo común no es la particularidad hebrea, sino la universalidad del Imperio romano que abarca a todos los pueblos bajo una misma ley. La Iglesia seguirá siendo un pueblo aparte, pero un pueblo que está abierto a dos ciudadanías universales: la fe de Khristo y la ley civil del Imperio. Ya no es la exclusividad hebrea con su Torá y su circuncisión o dietas kosher. Ya no es el nacionalismo judío basado en el concepto de Israel, ahora Israel se espiritualiza y la Torá se supedita a la universalidad de la fe como un obrar moral; como los frutos de la fe. A efectos civiles, de ley común, para eso está la ley civil del Imperio: Obedeced a vuestros magistrados, a vuestros gobernantes como a Dios mismo.

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  11. Pablo encarna un profundo dilema dentro del pueblo judío que ya venía bullendo desde la época los seleucidas y su fuerte influencia helénica. Los judíos de la diáspora viven su identidad escindida: obligados a ser parte de Israel y su particularismo nacionalista por un lado, pero por otro son ciudadanos del Imperio romano que gozan de sus leyes y de su prosperidad. Es evidente que se está produciendo un desplazamiento en las interioridades espirituales de muchos judíos que buscan negociar de alguna manera su integridad religiosa y estabilidad civil dentro del Imperio. Los desplazamientos afectivos perturban las representaciones religiosas y su imaginario. Para Pablo la clave de lo que está sucediendo está en la muerte y crucifixión de Jesús, de su significado. Los seguidores del Nazareno no han comprendido lo que ha sucedido en realidad. No se han dado cuenta del significado de su cuerpo, de la pasión y muerte de su cuerpo; de la naturaleza del cuerpo del Nazareno. Un cuerpo que ha de resucitar y tornarse un cuerpo glorioso a la diestra de Dios. El cuerpo de materia, de naturaleza carnal, es un cuerpo habitado por dos naturalezas, dos reinos, dos dimensiones. El cuerpo del Nazareno es el signo material y visible del mismo cosmos. Ya no el cuerpo de un judío sometido a la exclusividad nacional; sino un cuerpo universal, cósmico; de toda la humanidad. Es el Khristo y su pasión y muerte de significado universal, no el mesías particular y exclusivo de Israel. He ahí el cuerpo y su profundo significado como signo.

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  12. El desplazamiento de significados del cuerpo del Nazareno nos lleva a los cuerpos de los animales de sacrificio del Templo cuya sangre redimía de culpas y transgresiones y era "olor grato a Dios". Pero el sistema de sacrificios del Templo entra en crisis. Los cuerpos han de materializar el espíritu de la Ley en primer lugar y en forma de obras materiales y visibles que conformen una justicia social en el pueblo de Israel. Los sacrificios de los cuerpos animales pierden valor si antes no hay una materialización de la Torá.
    En el Nuevo Testamento el cuerpo de Jesús pasa metonímicamente a sustituir a los cuerpos de los animales sacrificados en el Templo como expiación de faltas y pecados, para asumir su condición de cuerpo humano y divino con efectos redentores cósmicos. Khristo paga de una vez y por todas las culpas de toda una humanidad y una creación contaminada por la desobediencia o elección envenenada de la fruta del Edén. La gracia se hace efectiva a través de los méritos de tal sacrificio universal. El cuerpo resucitado de Khristo queda materializado en una renovación de la carne y su cuerpo glorioso resucitado pasa a estar sentado a la diestra de Dios Padre. Queda así constituido el cristianismo.
    La salvación es una salvación que ya no necesita de méritos particulares, ni de regulaciones sacrificiales, ni de esfuerzos individuales de cuerpos que han de materializar la Ley como vía de salvación y expiación. Sólo hay un sacrificio válido y sólo un cuerpo expiatorio: Khristo. La salvación ahora es por fe: el poder del Espíritu Santo hace posible que el futuro creyente sea capaz de ver y sentir con pura objetividad la materialización del sacrificio y pasión de un cuerpo humano y divino que hace posible la absoluta redención de la creación, del reino natural en última instancia. Una fe basada en la aceptación objetiva de una hecho material y corporal ocurrido en la historia, pero cuyo significado es cósmico, universal.
    Centrándose en la materialidad e historicidad del acontecimiento de la Redención logramos así mismo concebir la omnipotencia divina en un plano infinito de fusión de lo material y espiritual bajo el signo de la creación ya en proceso de renovación.

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  13. A mí me parece que cuando Calvino habla de la depravación absoluta del hombre, no tiene muy en cuenta la suya. Si él, según su propia convición, es tan depravado como el que más, lo que escribe e interpreta también estará adornado de depravación, luego no será muy fiable que digamos.

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  14. Buena reflexión. Pero Calvino se veía entre los redimidos por la absoluta gracia de Cristo.

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